James A. Trostle, antropólogo médico: "Pese a nuestra fragilidad, los seres humanos nos adaptamos muy fácilmente"

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El académico estadounidense, autor de Epidemiology and culture, da su mirada al fenómeno global del coronavirus. "El Covid-19 está tensionando nuestros espacios físicos y sociales, y su carga recae desigualmente en nosotros", afirma.


Dicen que dijo Tolstoi que quien pinte su aldea, pintará el mundo. Y si hacían falta nuevas confirmaciones, una de las más improbables llegó de la mano de un virus que tiene al planeta contra las cuerdas.

Desde su computador, en su casa de Amherst, Massachusetts (EE.UU.), el antropólogo James A. Trostle (65) ofrece un cuadro no tan distinto del que muchos otros podrían contemplar en las más diversas latitudes. Quizá por eso, más adelante, habla de "nosotros" como quien lo hace a nombre de una especie humana amenazada.

"No estoy en cuarentena, pero me ordenaron límitar los desplazamientos, aplicar protocolos de distanciamiento social, lavar bien -y seguido- mis manos y tocarme lo mínimo la cara", cuenta este profesor del Trinity College (Connecticut). "Mi universidad, que es privada, ha mandado a sus casas a los alumnos de residencias estudiantiles, como lo han hecho por acá las escuelas y universidades públicas. La próxima semana empezamos con nuestros cursos online. La mayoría de los restoranes de mi ciudad están cerrados u ofrecen solo comida para llevar, y las calles están casi vacías".

Al mismo tiempo, los diarios le dicen que puede salir a caminar y a pasear en bicicleta, mientras mantenga dos metros de distancia con el resto. "Estamos ansiosos y alertas. Mi señora admiraba la jardinera de un vecino mayor: 'pronto se verá bella', y él replicó, 'espero vivir para verlo'. Nunca había escuchado una respuesta así ante un saludo normal".

¿En qué sentido una enfermedad como el Covid-19, para usar sus palabras, puede "mostrar las líneas de fractura de una sociedad"?

Las epidemias plantean daños potenciales diferentes a los cuerpos de la sociedad que a los cuerpos físicos. Como individuos, enfrentamos el riesgo, la amenaza y la incertidumbre de si nos expondremos a los patógenos, si desarrollaremos síntomas o si sobreviviremos. ¿Me toqué la cara? ¿Estaba muy cerca de esa persona? ¡Qué suerte que estoy inmunizado contra la influenza y contra la neumonía! Pero como ciudadanos, enfrentamos el riesgo social y la incertidumbre de las fronteras cerradas, la cesantía, la escasez de alimentos y las deficiencias del sistema de salud. ¿Podemos aplanar eso que, de lo contrario, sería una curva empinada de infecciones? ¿Podemos reactivar nuestra economía tras una interrupción de un mes… o quizá tres?

El Covid-19 está tensionando nuestros espacios físicos y sociales, y su carga recae desigualmente en nosotros. Este virus podría rebatir algunas de nuestras convenciones sociales acerca de la solidaridad: los enfermos, los malpagados, los cesantes se llevarán el mayor peso, sufrirán por más tiempo y les tomará más tiempo recuperarse. El destino de los refugiados sirios en la provincia de Idlib, de los sin techo en San Francisco, los lavaplatos en Nueva York, y los residentes ancianos de Madrid es más terrible que el de la mayoría de mis propios estudiantes.

La Unesco informaba el martes que la mitad de la población mundial en edad escolar estaba sin escuela, la mayoría en casa, con los suyos. ¿Cómo nos relacionamos con la enfermedad y con nuestras vulnerabilidades a partir de los cambios en las prácticas cotidianas?

Pese a nuestra fragilidad física, los seres humanos nos adaptamos muy fácilmente. Frente a brotes y epidemias pasadas, nos hemos desplazado a nuevas tierras (como pasó con la oncocercosis en África Occidental), hemos escrito canciones (es cosa de googlear "songs about disease") o hemos fortalecido la fe religiosa (como el cristianismo después de la plaga). Me gustaría creer que las epidemias dejan humildad a su paso, pero aún no tengo evidencia que sostenga esa pretensión.

La variedad de restricciones e instrucciones para combatir el Covid-19 (de distancia física, de socialización, de higiene, etc.), ¿cómo se vinculan al miedo, la ansiedad y otros elementos de la salud mental?

La recomendación de conductas preventivas específicas da el consuelo de tener algo que hacer, pero también aporta la ansiedad de no hacer nunca lo suficiente. Los enfermos de países industrializados prefieren con frecuencia que les receten qué tomar (medicamentos, jarabes) por sobre qué hacer (hervir agua, usar condón). Nuestra impaciencia y nuestra ansiedad por tener un remedio o una vacuna para el Covid-19 puede hacernos pasar por alto el poder de las sencillas conductas de distanciamiento para limitar su expansión.

El coronavirus lleva nuestros miedos al máximo, porque es un virus nuevo, potencialmente letal y de fácil contagio, frente al cual todos somos vulnerables. Peor aún, la mejor prevención consiste en aislarnos del mismo contacto humano que nos ayuda a sentirnos seguros.

Ahora, por el lado amable, este aislamiento no es para siempre. Con el tiempo, algunas de las nuevas prácticas sanitarias se harán hábitos, y nuestras ansiedades generalizadas se atenuarán. Ya estamos inventado cenas virtuales, conciertos virtuales, recitales públicos desde ventanas de departamentos y un amplio abanico de formas de compensar nuestro aislamiento.

Lo humano y lo viral

Autor de Epidemiology and culture (2004), Trostle lleva décadas pujando por el trabajo conjunto de epidemiólogos y antropólogos médicos: para entender cuantitativa y cualitativamente, para iluminar realidades complejas y multiformes. Y aun si las tareas mancomunadas no necesariamente reducen ansiedades ni atenúan pánicos, algo se ha sacado en limpio. Por ejemplo, que el contexto local es crucial en la expansión de las enfermedades y en la reacción de la gente ante ellas. Igualmente, hoy se miden más factores y se han mejorado esas mediciones (a las tasas de mortalidad y otros "datos duros" de una epidemia en curso, se suman los niveles de ansiedad o de satisfacción con el gobierno). Por último, afirma, "interpretar estadísticas es tan importante como producirlas".

¿Qué tan definitoria es la escala global de esta nueva situación? ¿Qué tan significativo es el uso de la palabra "pandemia"?

Esta no es la primera enfermedad nueva que ha abarcado a todo el mundo, ni será la última. Pero el Covid-19 está imponiendo costos enormes. El mundo está intercomunicado masivamente y las nuevas prácticas agrícolas nos ponen en contacto más frecuentemente con patógenos desconocidos. La palabra "pandemia" nos permite imaginar que esta enfermedad es la misma en todos lados. Sería bueno recordar que esta pandemia es, en realidad, una serie simultánea de epidemias locales, cada una propagándose dentro de una estructura demográfica, de un sistema de salud, de un régimen político y de prácticas sanitarias particulares. Entonces es difícil, y a veces equivocado, generalizar respecto de un país en función de la experiencia que otro país tiene con la epidemia. Esa es otra manera en que confundimos las características de la cultura y la sociedad con las características de un patógeno.

¿A qué apunta con esto?

A que tendemos a ver los datos sobre lo letal y lo infeccioso del coronavirus como características del virus. Todo virus tiene un número limitado de maneras de entrar al cuerpo y de alterar su funcionamiento, así que obviamente habrá semejanzas en los síntomas (fiebre, dificultades respiratorias, dolor de cabeza) y en cuán amenazantes son estos. Pero los síntomas son manejados -o prevenidos- por procesos humanos, no virales. El virus causará más muertes en sistemas sanitarios mal organizados y provistos que en sistemas más fuertes. Se expandirá más fácilmente en lugares más densamente poblados, o donde el lavado de manos es más difícil, o donde la pobreza haga difícil recuperar la salud. Características virales como la tasa de transmisión y la letalidad son siempre rangos dentro de distintos contextos sociales, no cualidades estables del virus.

En Epidemiology and Culture cita a un autor que cuenta que para la epidemia de cólera en Gran Bretaña (1832) hubo que "decidir entre la vida y la propiedad, entre el trabajo y la seguridad". Casi dos siglos después, sin cura para una pandemia, ¿qué tan lejos estamos de 1832?

Muchas de las decisiones sociales que hoy estamos tomando son similares a las de 1832: quién recibe cuidado y cuándo; cuáles trabajos siguen y cuáles paran; qué conductas son imprudentes y cuándo hay precaución excesiva; cuándo debe limitarse la libertad individual en nombre de la salud pública. Pero también hay muchas diferencias entre entonces y ahora: este agente virológico fue detectado rápidamente, pudimos producir más rápidamente indumentaria preventiva para los trabajadores de la salud, hemos creado campañas de salud pública. La velocidad del peligro es hoy mayor, pero lo es también la posibilidad de la adaptación.

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