Más corazón que risas

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Tal como había advertido, "El Flaco" terminó emocionado y casi llorando, mientras el público coreaba su nombre —dando pie a un bis—, haciendo vista gorda y oídos sordos a todo lo que había sucedido anteriormente.


Paul Vásquez o "El Flaco" debe ser uno de los comediantes más carismáticos de las últimas décadas. El hombre se sube arriba de un escenario y antes de que diga algo, la gente comienza a sonreír. Lo hemos visto llorar en la Quinta Vergara, sabemos sus frases típicas y de los vaivenes de su vida personal, de los shows que hacía en las calles de Viña del Mar. La conexión es inmediata y anoche sucedió lo que suele ocurrir en sus shows: la gente lo escuchó atenta. Con un respeto que probablemente no habrían tenido con otro. Pifias y "El Flaco" jamás irán juntas en una misma frase.

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El arranque fue con saludos a la galería y platea, luego repasó titulares que protagonizó en los diarios y advirtió que "El Flaco" de los años 90 debían superarlo. Lo que vino desde entonces fue una rutina sin relato claro ni estructura definida, con demasiados silencios e intentos de historias sobre pololeos y matrimonios, moteles y gases.

Pasada la mitad de su presentación, la rutina se hacía aletargada —lo de Adam Levine parecía la actitud de la noche— y los mejores momentos eran cuando se salía del relato y realizaba gestos. Comenzaba a rondar la ausencia de Mauricio Medina, "El Indio", o más bien de un "bandejero" capaz de hacerlo lucir, de poner el foco sobre él y de llenar los espacios muertos que tiene en solitario. Pero, en rigor, lo que más se evidenciaba era la ausencia de un libreto más ajustado, más probado y probablemente editado.

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En rigor, las rutinas de Dinamita Show nunca fueron demasiado elaboradas, pero sí graciosas, porque Medina conectaba un relato y dejaba a "El Flaco" libre para saltar, gritar, decir frases pegadoras, realizar gestos y comportarse como un niño. El alma y el corazón estaban allí, no en Medina sino en Paul Vásquez sintiéndose libre y no obligado a hilar una rutina. Ante la ausencia de un partner, "El Flaco" ha debido renunciar a esa gracia característica y, visto en ese escenario, a intentar darle forma a una presentación que resultó fallida, de escasas sonrisas, a momentos soporífera y que en su recta final lo tuvo como predicador, hablando sobre el consumo de cocaína, por lejos, lo más innecesario de su presentación.

Tal como había advertido, terminó emocionado y casi llorando, mientras el público coreaba su nombre —dando pie a un bis más estructurado—, haciendo vista gorda y oídos sordos a todo lo que había sucedido anteriormente. Porque "El Flaco" y las pifias, queda nuevamente claro, no van de la mano. Aunque esta vez sea una complicidad ingrata.

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