Sin herederos

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"Ana Gabriel es un subgénero en sí misma como una especie de museo reciente sobre las costumbres de otros tiempos. Encarna un tipo de mujer sometida al carácter y arbitrariedades masculinas, al machismo siglo XX, a la vez plenamente consciente de su condición capaz de expresarla con brillante síntesis y poesía mediante un nivel interpretativo sostenido en la gran tradición mexicana, donde las lágrimas y el sufrimiento por amor juegan un rol central".


Con 64 años Ana Gabriel es de la vieja escuela. Ella misma hizo tempranas alusiones a la edad del público y la simple observación lo corroboraba. Con Mon Laferte había abuelas saludables en los primeros años de la tercera edad, incluso menores. En cambio esta noche hay ancianas con dificultades para desplazarse subiendo apenas las largas escalinatas de la galería sobrepoblada con gente entorpeciendo los pasillos, en tanto la platea nuevamente exhibe claros. Cuando arranca el show las imágenes de las discretas pantallas gigantes muestran el entramado de un reloj a cuerda en reversa.

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La vieja escuela, tal como sucedió con Paul McCartney el 20 de marzo del año pasado en el Estadio Nacional, es de saludar al mandamás. Prácticas antiguas, de días más señoriales y sumisos, otros dirán que respetuosos de la autoridad. Como sea, tanto el ex beatle como la diva mexicana erraron medio a medio. Macca saludó a Sebastián Piñera y el Nacional se convirtió en una rechifla hace casi un año, y anoche Ana Gabriel no solo manifestó respetos por la alcaldesa Virginia Reginato, cada vez más lejos del cariño que disfrutó por años la "tía Coty", sino que sumó a los empresarios en un doblete desafortunado que se llevó las rechiflas de un público incondicional.

Lo que vino después en medio de sus discursos, una mirada reaccionaria sobre lo que ocurre en México, Nicaragua, Venezuela y Chile, puso a prueba el sentido democrático que corresponde a un espacio libre y tolerante como debe ser la Quinta Vergara. Esta tercera noche es claramente más conservadora y si bien se repitieron los cánticos ya habituales en contra del presidente, la audiencia popular de Ana Gabriel iba dispuesta en su mayoría a disfrutar de un cancionero inagotable en éxitos y clásicos de la balada romántica, la presencia de una de las últimas heroínas de un género que, tal como el rock, ya vivió sus mejores días con audiencias envejeciendo junto a sus ídolos.

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Ana Gabriel es un subgénero en sí misma como una especie de museo reciente sobre las costumbres de otros tiempos. Encarna un tipo de mujer sometida al carácter y arbitrariedades masculinas, al machismo siglo XX, a la vez plenamente consciente de su condición capaz de expresarla con brillante síntesis y poesía mediante un nivel interpretativo sostenido en la gran tradición mexicana, donde las lágrimas y el sufrimiento por amor juegan un rol central.

Su voz sigue siendo inconfundible y poderosa pero el paso del tiempo provoca algunos temblores extras y un desequilibrio de volumen entre versos y estribillos. Cuando llega el coro se afirma. Antes zigzaguea.

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El show de Ana Gabriel siguió la tendencia de esta edición única del festival de Viña marcado por la contingencia de un país en crisis y que ha sido dominado hasta ahora por mujeres tanto en el escenario como en el público desde el primer día con Ricky Martin, y al siguiente con un cartel exclusivamente femenino encabezado por Mon Laferte. La estrella mexicana continúa como un personaje y capítulo destacado en la variedad de la música popular latina que avanza en el calendario, mientras su estilo se consume sin dejar herederos.

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