Belloni WTF

A_UNO_1158992

Anoche Ernesto Belloni lloró como ningún comediante había llorado antes en el Festival de Viña: no había en él felicidad ni dicha alguna sino alivio y expiación.


Supongo que nadie entendió mucho la rutina de Ernesto Belloni anoche. El monstruo se lo iba a devorar pero no pasó nada y lo que vimos fue al comediante secuestrado por sus miedos mientras convertía su presentación en uno de los espectáculos más extraños que hayan pasado por la Quinta Vergara. El culebrón anterior lo conocemos todos. Belloni fue pifiado en Iquique, cambió de guionistas, sintió la presión social, se volvió paranoico, quiso renovarse, hizo un video extrañísimo donde insultaba a mucha gente sin nombrar a nadie y salió ayer al escenario esperando una ejecución pública. Para él, Viña no era un Festival sino un matadero, un infierno prometido. Pero no sucedió mucho con su show, que fue más extraño que cómico, más triste que paródico.

https://culto.latercera.com/2020/02/26/zalamero-tolerante-extrano-giro-ernesto-belloni-festival/

Algunos lo seguimos con cierta perplejidad. Ana Gabriel ya había abierto el fuego con unos discursos extrañísimos, llenos de alusiones veladas sobre los destinos de Latinoamérica y Chile. Belloni simplemente continuó con ese tono surreal. Se notaba que estaba mal, que andaba perdido. En el primer tercio de su presentación parecía que le faltaba el aire mientras se apoyaba en una mesita, como si buscara alguna zona de confort, algo a lo que agarrarse arriba del escenario. Luego revivió al Che Copete, su viejo personaje, perdido tras tantos años en la corte de milagros de Morandé con compañía. Eso volvió más insólitas las cosas e hizo de su presentación un espectáculo deforme y confuso donde mezcló su gusto por lo grotesco con las demandas ciudadanas del presente. De este modo, abrió una botella de Coca Cola con el trasero, le dedicó el show al malogrado Daniel Zamudio, hizo chistes de gases como ejemplos de lo que pasaba en su vida matrimonial; subió a Daniel Ponce, el Poeta; habló de los derechos LGBT; metió un show de transformistas, y se tomó un vaso completo de piscola en una acrobacia bucal llamada "el africano".

Mientras, no paraba de decir que había cambiado, que ya no era el mismo de antes. Por supuesto, lloró. Tenía que hacerlo. No podía fallar. Lloró como ningún comediante había llorado antes en Viña porque no había en él felicidad ni dicha alguna sino alivio y expiación. "Si tengo que pagar mi pecado, lo pago, no guardo más silencio, estoy con las demandas, estoy con los cabros, estoy con los jóvenes", dijo. "Mi lucha va a ser ahora enseñarle a las nuevas generaciones, enseñarles lo que es el respeto, el respeto a tu prójimo", prometió. Fue inquietante verlo, sobre todo cuando dijo que había guardado treinta y cinco años de silencio y que venía a Viña a hacer un mea culpa.

https://culto.latercera.com/2020/02/26/la-mediocre-rutina-ernesto-belloni/

¿A qué silencio se refería? ¿Por qué volvía su show una confesión? ¿Por qué todos teníamos que ver los latigazos que se daba en la espalda? ¿Había humor ahí? ¿Risas? ¿Algo que pareciese comedia? ¿Belloni le daba una vuelta a la voluntad autobiográfica del stand up para convertirlo en una laceración sin límites? No lo sé. No lo sabemos. No se entendía. Parecía que estuviese declarando en un juicio político en vez de actuar en un show de comedia. Los animadores salieron y le dieron las gaviotas y luego lo despacharon. No pareció una consagración sino una despedida, la última viñeta de un mundo que se extingue.

Me quedé pensando en eso cuando terminó. No creo haber sido el único. Anoche, antes de dormir busqué sus viejas películas, esas que hizo antes de entrar a la tele, de dedicarse a montar revistas y de ser abducido por la estética de Kike Morandé. En Youtube, miré algunos fragmentos de Cartagena Vice, La mansa fiesta y El manso asado. Algunas tienen treinta años y en internet se ven tal y como se veían originalmente: mal grabadas, con un sonido paupérrimo, extrañísimas para nuestra cultura actual de alta definición y por eso parecidas a buena parte del cine chileno de aquellos años. De hecho, no me acordaba que eran tan pobres ni que lucían tan solas. Filmadas para ser vistas en VHS, son pura carne de videoclub de barrio.

https://culto.latercera.com/2020/02/26/reacciones-ernesto-belloni/

Belloni las escribió todas. Como autor, la suya es una picaresca pobre, hecha a pulso, delirante. Una picaresca menesterosa que es producto de la noche rota de la dictadura, del humor obsceno de boïtes llenas de humo y espejos, de una bohemia trizada. Salvo él y Sergio Urrutia, un querido secundario de las teleseries de Moya Grau, nadie es conocido. En la secuencia de apertura de una (El manso asado), el comediante atropella con su motoneta a una mujer que lleva un bebé. La guagua salta por los aires como una pelota y recibe varias patadas, mientras suena una música psicodélica de fondo. En otra, sobre el final, cocina un perro al horno y se lo sirve a los invitados. Ahí, el Che Copete es el único hilo de la trama; y la gracia es ver cómo se emborracha y destruye todo. Cartagena Vice, que tiene más producción y argumento (Belloni ahora se llama Huon Jonhson), termina con una persecución que atraviesa varios terrenos baldíos y basurales y que incendia un auto de modo tan gratuito como inexplicable.

Nada de lo que había en esas cintas estaba en el show de ayer. No estaba el humor destemplado del que no tiene nada que perder, ni estaba el hambre, no estaba la incorrección política ni el grotesco, ni esa comedia desesperada que solo podía ser ejecutada sobre sitios eriazos porque ése era el país del que hablaba. Tampoco estaba Ernesto Belloni. El comediante había huido de sí mismo alentado por un pánico que no lo dejó ser casi nada. Lo que había en el escenario era una criatura asustada que decidió extinguirse sola frente a todo el mundo.

https://culto.latercera.com/2020/02/25/belloni-contra-los-limites-humor/

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.