Viña del Mar: oropel y decadencia

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Publicado en 2015, "Viñamarinos: Aburridos, excéntricos y decadentes" de Catalina Porzio es un retrato polifónico lleno de humor sobre los personajes más freak de la sociedad viñamarina del siglo XX.


Mientras escribo esto, el Festival de Viña aún no ha tenido lugar. En Twitter, algunas imágenes muestran filas de personas bajando de los cerros de la ciudad para manifestarse en las afueras de la Quinta Vergara. Muchas provienen de los campamentos ubicados en la periferia de la ciudad, que para efectos de la fisonomía viñamarina se ubica en la parte alta de los cerros.

Por primera vez desde que se realiza, el Festival de Viña corre el riesgo de ser saboteado y mandar por el suelo el espectáculo que con sus luces nos avisa que se viene marzo y la depresión postvacaciones.

En ese contexto, el libro de Catalina Porzio se vuelve rabiosamente actual.

Articulado como un retrato polifónico de algunos personajes clave del parnaso viñamarino –Pezoa Véliz, María Luisa Bombal, Juan Luis Martínez—, el título, publicado por Laurel hace exactos cinco años, es un collage barroco sobre los mitos, pasiones y rarezas de una ciudad que parece funcionar como perfecta metonimia de la élite chilena.

Porzio intuye que la crónica es el reverso de la narración triunfalista de una ciudad de semejante prosapia y juega a auscultar en las voces más filudas de la escritura de no ficción local –Edwards Bello, Lemebel, Bisama, Mouat, por nombrar a lo más conocidos— para dibujar este desternillante retrato de pintores suicidas, escritoras malditas y anarquistas devenidos en aristócratas.

El procedimiento es sencillo, pero demanda un riguroso trabajo: leer, subrayar, recortar, ordenar. Catalina Porzio, en la mejor línea de la escritura experimental, coteja citas y las monta con resultados graciosísimos. Leamos, por ejemplo, a Edwards Bello: "Primero: en Viña no hay viña. Viña es seguro que no hay por cuanto no se la ve por ninguna parte; en cuanto al mar se dice que no lo hay con cierto sarcasmo por la ausencia de hoteles con vista al mar y por el largo camino de media hora en coche para llegar a unos baños que son más seguros en tina que en la playa".

Y a Lemebel: "Hay ciudades que son paréntesis en la desmembrada costa social del paisaje chileno. Lugares que se apellidan de ciudad sólo por tener la concurrencia veraniega que llena sus pubs, discoteques, paseos, hoteles y callecitas recortadas por la foto turista. Balnearios donde anidó la nata cursi del novecientos, la crema fragante de lirios, peonias y quintas de reposo donde se doraba la guata baja el pituquerío nacional".

Como apunta Roberto Merino, Viña se distingue de Santiago –y me atrevería a extender la comparación al resto de ciudades de Chile— por gestarse en contraposición a la herencia colonial española. Donde la fachada continua, el adobe y otros vicios de la herencia castellana se erigen todavía como la viva memoria de la fundación de este país raquítico, Viña surgió con todo el oropel de una sociedad hedonista y extravagante.

Trágico destino en estas costas perdidas: los personajes escogidos por Porzio terminan, a pesar de su privilegiado lugar en la estructura social, presos del hastío y el aburrimiento de un país profundamente provinciano. "En los últimos años –escribe Alfonso Calderón sobre Bombal—, inventariaba con melancolía a los fantasmas. Solía decir: «Tengo más amigos entre los muertos que entre los vivos», y soñaba con un infierno en el que sólo podían tener cabida los envidiosos".

El paisaje está más cerca de la ruina que del patrimonio. En un fragmento sobre su visita a la casa de Teresa Wilms Montt, Alejandra Costamagna escribe: "En este esqueleto palaciego de la calle Viana, casi esquina Traslaviña, cruje un pasado que hoy se pierde en el bullicio de la modernidad". Presa de la pura contingencia y lo moderno como sinónimo de instantaneidad, quienes leen la ciudad no dudan en fruncir el ceño con severidad. Edwards Bello, nuevamente, escribe: "En Viña no hay un solo monumento, ni una librería que merezca el nombre de tal. Es la ciudad feliz, sin filósofos ni quebraderos de cabeza. Pero es feliz a la manera más rabiosamente burguesa y plutocrática".

Una felicidad burguesa y aristocrática. Habría que detenerse ahí para leer el ambiente que rodea la realización del festival este año. Es probable que ahora mismo, el centro de Viña brille con barricadas y balizas policiales. Si la ciudad y sus festividades –la ciudad visible, digamos, no la ciudad que viven sus habitantes sino la que se inventan unos pocos—son el trasunto de la aristocracia fundadora, habría que saber leer bien el sabotaje a la luz de lo que hemos visto desde el 18 de octubre hasta hoy.

O no.

Como sea: el libro de Catalina Porzio es una guía turística necesaria para los que quieran conocer las ciudades en su rostro menos glamoroso. Parafraseando de forma antojadiza a García Márquez, a las ciudades, como a las personas, es mejor conocerlas recién levantadas. Ese es, probablemente, su verdadero rostro.

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