Muere Kirk Douglas, un gladiador en Hollywood

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A los 103 años dejó de existir el actor y productor estadounidense. Recordado por sus personajes intensos, Douglas actuó en más de 80 películas. Durante sus seis décadas en el cine, fue nominado a tres Oscar y entró al panteón dorado de Hollywood con filmes como Espartaco y Sed de vivir.


En su autobiografía El hijo del trapero (1988), el descendiente de inmigrantes Issur Danielovitch cuenta del difícil crecimiento junto a sus seis hermanas y a su padre, Herschel, ropavejero judío-ruso alcohólico, intimidante, que ignoraba a todos en casa. Y cuenta de la noche en que, harto de violencia y etílico desprecio, el niño arrojó té caliente a la cara del padre. El castigo fue feroz, pero lo valió, recordaría Issur, convertido ya hacía largo en Kirk Douglas: "En ese momento, supe que estaba vivo. Nunca he hecho algo tan valiente en ninguna película".

Forjando en la pantalla y por escrito la leyenda del tipo que triunfó contra todo pronóstico, Douglas llegó ayer al fin de una vida singularmente extensa y acontecida. Acompañado por su familia en su casa de Beverly Hills (Los Angeles), el actor 3 veces nominado al Oscar, productor perseverante y director tardío, contraparte demócrata de John Wayne y ciudadano premiado por EEUU, Francia e Israel, había sobrevivido a un accidente aéreo y a una embolia.

Su muerte fue dada a conocer por su hijo actor, Michael Douglas, en Instagram: "Para el mundo él fue una leyenda, un actor de la edad dorada del cine que vivió bien sus últimos años, un humanista cuyo compromiso con la justicia y las causas en las que creyó se transformó en estándar para las generaciones posteriores".

Kirk Douglas dejó una huella de seis décadas de carrera en las que encarnó personajes que, como dijo Spielberg al presentar su Oscar honorífico en 1996, "introdujeron la inseguridad en el heroísmo y modelaron la villanía con compasión". Una figura de ineludible estampa, partiendo por su hoyuelo en su barbilla, y con tendencias irrefrenables a la intensidad física.

Nacido en 1916 en Amsterdam, al norte del estado de Nueva York, y criado en la pobreza junto a una madre con el don para contar historias, Douglas debutó en el cine en el film noir El extraño amor de Martha Ivers (1946), junto a la consagrada Barbara Stanwyck.

El destape vino con El triunfador, de Mark Robson (1949), que le valió su primera nominación a una estatuilla en el rol de un boxeador. El personaje irá nutriendo los atípicos caracteres de Douglas: tipos duros y desatados, inocentes y traicionados, cínicos y torturados, lascivos y violentos, ambiciosos e inescrupulosos. Como el periodista venido a menos que le saca el jugo a una tragedia en Cadenas de roca, de Billy Wilder (1951). O, mejor aún, como el infame productor que maltrata a actores, guionistas y directores en Cautivos del mal (1952), de Vincente Minnelli.

Con su propia compañía y en el rol de productor, el actor reclutó al director Stanley Kubrick bajo cuyas órdenes estelarizó las magníficas Senderos de gloria (1957) y Espartaco (1960), su filme más recordado. Acá personificaba a un gladiador que lideraba una rebelión contra los romanos y el guión era de Dalton Trumbo, perseguido en los 50 en la caza de brujas del senador anticomunista Joseph McCarthy.

Pero si le preguntaban a Douglas, su favorita era Los valientes andan solos (1962). También escrita por Trumbo, la conmovedora cinta lo muestra como un vaquero del presente que pulula por cerros y caminos sin identificación y sin prisas.

Duro de matar, sobrevivió en 1991 a un accidente aéreo donde fallecieron dos acompañantes y a una embolia que lo dejó con problemas en el habla. Tipo agradecido de EEUU, de Hollywood y de su suerte, tenía humor y no se tomaba demasiado en serio. "La vida, dijo en una ocasión, es como el guión de una película B. Así de sensiblera. Si me ofrecieran la historia de mi vida para filmarla, la rechazaría".

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