Nada personal

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Sam Rockwell, Kathy Bates y Paul Walter Hauser en una escena de "Richard Jewell". Bates fue nominada para un Oscar a la mejor actriz de reparto por su papel en la película. Foto: Warner Bros. Pictures / AP.

"Nada más entrañable, sentida y personal que la película de Eastwood. Nada más impersonal e intercambiable que la de Mendes".


A un lado, Sam Mendes insiste en sus entrevistas que 1917 proviene de las historias que contaba en casa su abuelo sobre lo que vivió en la Primera Guerra Mundial. Esos relatos fueron parte de su familia y puesto que él mismo es quien escribe y dirige la película, la conclusión obvia es que el director está muy involucrado en lo que narra. Al otro lado, Clint Eastwood filma una historia que no le contó ni su abuelo ni su tía, porque la sacó de un libro reciente y la adaptó a la pantalla un guionista que no es él; la trama no pasa ni por las tapas por experiencias suyas o de su familia. A la luz de estos antecedentes 1917 sería una película muy personal y El caso de Richard Jewell por supuesto que no.

Lo cierto, sin embargo, es exactamente al revés. Nada más entrañable, sentida y personal que la película de Eastwood. Nada más impersonal e intercambiable que la de Mendes, un cineasta que viene del teatro británico y que ha prestado su nombre y su talento -porque sin duda lo tiene- a proyectos tan dispares como Belleza americana (sátira llena de mala fe sobre la disfuncionalidad familiar), como Soldado anónimo (una mirada completamente irrelevante a la Guerra del Golfo), como Vía Revolucionaria (adaptación aceptable de una gran novela de Richard Yates, con Kate Winslet y DiCaprio) o como dos secuelas de James Bond, Skyfall y Spectre, tan idénticas a los títulos anteriores de la serie como funcionales a los que vendrán luego. Mendes es el típico cineasta que hace de todo -lo que venga, lo que haya- y que entre tanta variedad eventualmente puede dar en el clavo. En las categorías de la teoría del autor, es lo que se llama un artesano.

Eastwood, en cambio, es un artista de verdad. Impregna con su carácter, sus ideas y su sensibilidad todo lo que filma. Todas sus películas son parte de una visión de mundo que no solo está unificada por su mirada sino también muy teñida por su edad. No es anecdótico que Eastwood sea un cineasta casi nonagenario. Y tampoco lo es que todos sus últimos trabajos, desde Jersey Boy en adelante, la historia de cuatro jóvenes extraviados de Nueva Jersey y redimidos por la música pop, son aproximaciones épicas a la vida de gente común. Es lo que fue El francotirador (historia de un soldado que se convirtió en el mejor tirador del ejército en la lucha contra el terrorismo islámico en Irak), lo que fue Sully (la hazaña de un piloto que aterriza de emergencia un Airbus con 155 pasajeros en el río Hudson), también 15:17, tren a París (donde cuatro muchachos de paseo por Europa se agrandan ante un atentado terrorista) y La mula (que muestra cómo un anciano empobrecido termina en el tráfico de droga). Su nueva realización es la historia de un guardia de seguridad que habiendo cumplido bien su trabajo, llega a ser sindicado por el FBI como sospechoso del atentado terrorista que él mismo había alertado. Es una realización admirable. Probablemente nunca Eastwood fue tan lejos en el despliegue de sus convicciones libertarias. Esta es una crítica demoledora al Estado, al sistema de justicia y también a los medios. Y es una película muy arriesgada ideológicamente porque Eastwood tiene el coraje de no ocultar ninguno de los rasgos menos empáticos de su protagonista: su inmadurez afectiva, su sobrepeso, su conexión enfermiza con las armas, su relación un tanto patética con la madre, su comportamiento a veces fronterizo con la limitación mental.

Este es la esencia del arte cinematográfico. Este es el factor que hace que las películas puedan ser unas pocas veces algo más que diversión. Y es lo que permite considerar a algunos cineastas como maestros del oficio y artistas de rango no inferior al de un novelista, un músico o un pintor. El secreto no está en hacer películas desde el narcisismo, mirándose al espejo o vendiendo como experiencia personal ficciones que en realidad están ultra industrializadas. El secreto está en mirar la vida con alguna coherencia interior.

Mendes pasa, Eastwood queda.

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