Marcelo Bielsa: cómo hacer cosas con palabras

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Si toda traducción es un problema teórico, los traductores del entrenador argentino se enfrentan al grado cero de la profesión, a la herida que funda al oficio: el miedo ante lo intraducible. Un ensayo sobre Bielsa y el lenguaje.


Es difícil saber si Marcelo Bielsa está incómodo o no durante las conferencias de prensa de los clubes y selecciones por los que pasó como entrenador. Vestido siempre con ropa deportiva —el elemento que produce una continuidad entre los entrenamientos, la sala de conferencias y la vida cotidiana, el hilo que enhebra la cancha con el cerebro— parece al mismo tiempo sufrir y gozar con esa instancia en la que tiene que construir una reflexión teórica frente a un puñado de micrófonos. Porque eso es lo que hace: construye, erige en tiempo real; va armando las frases y nosotros, del otro lado del televisor, podemos ver, en el milagro casi físico de la escultura, cómo apila los bloques de esa sintaxis única y termina produciendo un contenido lingüístico, que siempre es potente, que nunca apela al tan mentado cassette que ha sacado de apuros a casi todos los hombres del mundo de deporte en los últimos cien años.

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Una de las características distintivas de la lengua Bielsa es la de ser al mismo tiempo sufrida y lúdica. Hay ahí una combinación imposible, la alquimia de dos elementos irreconciliables que él logra, quién sabe cómo, superponer. Ante los recurrentes equívocos contra los que tropiezan sus traductores —pasos de comedia, gags en la serie de su vida—, Bielsa se ríe, pero también se enoja. No puede admitir que una palabra que ha brotado de su discurso llegue a otra lengua modificada, tergiversada, pero también disfruta al descubrir la posibilidad del equívoco, y esa es su sofisticación, o más bien su síntoma: hay humor en la obsesión, hay placer en el sufrimiento.

De los varios traductores que lo han acompañado, tanto en Francia como en Inglaterra, el caso más curioso es el de Salim Lamrani. Aunque, quizás, el término traductor sea poco preciso para describir a Lamrani, un francés que no tiene al inglés como primera lengua y que detenta un título de Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Sorbona, se especializa en las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Cuba y publicó el libro Fidel Castro, líder de los desheredados. Seguidor del Olympique de Marsella, fue impactado por el rayo del bielsismo en la temporada 2014-2015 y consagró su vida académica de aquellos años a analizar a Bielsa, si algo así fuera posible. ¿Quién no quiere entender lo incomprensible, lo raro, lo extraño? Lamrani llevó su interés tan al fondo que viajó a Argentina para conocerlo. Luego de sostener una charla con él, y como si hubiera acudido al Oráculo de Delfos, renunció a su cargo académico en una universidad francesa, decidido a pasar todo el tiempo posible junto al entrenador argentino. Se convirtió, así, en su intérprete de cabecera, su traductor portátil. Lo movía una ilusión, pero también una certeza: creer que el traductor es alguien que puede penetrar en sus ideas, una especie de psicoanalista, incluso un médium.

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La relación de Bielsa con las palabras es una relación patológica, que por momentos parece rozar la psicosis. Por eso, también, le dicen Loco. A mediados de 2018, esa historia de amor y desesperación entre un hombre y la lengua castellana tuvo un capítulo emblemático. Luego de un partido intrascendente del Leeds, flanqueado por su escudero Salim Lamrani, Marcelo, out of the blue, le pidió disculpas al delantero Hernán Crespo, veinte años después, por algo que le había dicho. Contó, entonces, que le tocó dirigirlo en dos momentos: cuando Crespo estaba madurando como jugador y cuando ya había madurado. Confiesa, entonces, nuestro Marcelo, veinte años después, que cuando Crespo todavía estaba madurando le dijo que lo consideraba ya un jugador maduro, "pero yo le estaba mintiendo. Trataba de fortalecer su autoestima asignándole una característica que yo no pensaba que él tuviera. Cuando pasó el tiempo y él maduró efectivamente, yo le dije: qué madurez actual la tuya, ya no sos el mismo que eras antes. Y él pensó: ¿cómo, pero si usted me dijo que yo ya estaba consolidado? Entonces usted me mintió. No me perdonó nunca, y con mucha razón. Ese día yo aprendí para siempre algo que ya sabía: que si a su hijo usted lo engaña hoy para que consiga algo producto de esa fortaleza momentánea y artificial, va a hacer que solo consiga algo en ese momento y en ese día".

¿Cómo no amarlo?

Recuerdo que vi esa conferencia de prensa en un programa deportivo de la televisión argentina y que, luego de emitir emitidas esas palabras, la transmisión volvió al piso y los periodistas deportivos se quedaron perplejos, sin saber qué decir. Los rituales ajenos suponen siempre algún tipo de respeto, incluso de distancia, y lo que habíamos visto era justamente eso, un ritual.

En 1955, el mismo año del nacimiento de Marcelo Bielsa, John Austin estaba impartiendo las conferencias que luego se imprimirían en Cómo hacer cosas con palabras, un clásico de hierro de la lingüística moderna. En ese libro Austin definió el concepto de "enunciados performativos", que son aquellos a través de los cuales las palabras hacen algo, producen cosas. Una apuesta o un casamiento son dos ejemplos transparentes de un enunciado performativo: al decir unas palabras determinadas, el acto se concreta y algo en el mundo cambia. ¿La escena de Bielsa con Crespo no es un caso clínico de los efectos secundarios de un enunciado performativo? ¿No es, de hecho, toda la vida de Bielsa, toda su larga y compleja relación con el lenguaje, una puesta en extremo de las teorías de John Austin?

Ahora, Marcelo Bielsa tiene otro traductor y los conflictos han vuelto a aparecer. Si toda traducción es un problema teórico, los traductores de Bielsa se enfrentan al grado cero de la profesión, a la herida que funda al oficio: el miedo ante lo intraducible. Según Jacques Derrida, son justamente los pensamientos más originales los que no se pueden traducir. Lo intraducible es aquello que para el otro permanece siempre inaccesible, incógnito: es la alteridad en estado puro. Así como no hay traducción posible para el Finnegans Wake de James Joyce, quizás tampoco la haya para la lengua de Bielsa, porque esa lengua es una guerra de fantasmas que discurre en algún punto remoto de su mente, y ni una conferencia de prensa de cuatro horas la puede terminar de sacar de ahí.

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