Alberto Montt: "La nostalgia me vuelve profundamente creativo"

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A los 47 años el ilustrador publica Solo necesito un gato, libro que recoge su gusto por los felinos que formaron parte de su infancia.


Alberto Montt (47) creció rodeado de magia. De niño, sus primeros pasos los dio acompañado de los tigres en la casa: los gatos. La familia giraba en torno a ellos, cada uno tenía un nombre y una presencia dentro de la casa familiar en el centro de Quito, Ecuador. A los 6 años su abuela cayó en cama enferma: lo que nunca podría olvidar era al gato que estaba acostado con ella. Nunca la abandonó. Al ver la sorpresa del niño, su tía se acercó y le dijo que los gatos cuidan el alma de las personas para que no se les escape del cuerpo.

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"Por parte de mi madre toda la familia era espiritual. Tenía 16 tíos, había gente que iba a misa o era adepta a la astrología, era un mundo raro y siempre había gatos. Era el único animal que percibía como parte de esa trama mágica", recuerda Alberto Montt con cierta ensoñación en su mirada. Viste una camisa verde azulada con líneas, las canas en su barba se asoman a los costados. Su risa combina con el amarillo de sus zapatillas. A medida que recorre los fragmentos de su vida su voz se tiñe de nostalgia.

La presencia de gatos es natural para él. Cuando estudió historia vio que los egipcios adoraban a la diosa Bastet, un gato. Desde la mitología observó que el animal era parte de un amplio mundo espiritual. Con el tiempo su alucinación por la figura del felino se ha mantenido hasta la actualidad. Este mes lanzó el libro Solo necesito un gato con Editorial Planeta, un homenaje a quien fue una presencia fundamental en su infancia. "Es como una devoción voyerista porque siempre están lejos", añade.

Añorar

Mirar a la distancia es una costumbre familiar en Alberto Montt. El hogar antiguo de su abuela desapareció como también Quito, que para él se convirtió en un reino olvidado. Salir del país fue convertirse en una máquina del tiempo. "Te llevas memorias, fotografías, comida, formas de hablar, me pasó eso con Ecuador y ahora es otro mundo", indica.

¿Siente como si existiese una fecha de caducidad?

Absolutamente. Vivimos esa caducidad día a día. De niño iba a una playa todos los años y ahora no la reconozco, es triste porque el cerebro no termina de procesar el cambio. Hay una realidad que ya no fue. Me siento perdido.

¿Teme que le pase eso a su hija de 9 años?

No quiero que le pase, yo trato de darle un mundo lo más amplio posible para que siempre tenga un lugar a donde volver y no viva lo que me pasó a mí. Sentir que no tengo pertenencia. Cuando vuelvo a Ecuador uso como ancla inamovible a la comida y la música. Es un recuerdo nostálgico para sobrellevarlo.

¿Cómo lidia con la nostalgia?

La sufro. Es un motor. La nostalgia me vuelve profundamente creativo. Tú tienes dos opciones con todo, te hundes o la usas. Yo trato de usarla. No soy pesimista, soy un optimista bien informado.

El arte como expresión

El 18 de octubre Alberto Montt se encontraba en Kioto, Japón. En noviembre volvió y se sintió "postizo". Al perderse el comienzo de las movilizaciones cree que participar de ellas lo hace ver como un oportunista, pero con Lastesis recuperó las ansías de estar en las calles.

"Se me erizan los pelos cada vez que las oigo. El eco que han tenido ha ayudado a la gente a agarrar valentía. Veo a mi hija más poderosa, lo que hicieron estas mujeres es darle herramientas para enfrentar un mundo hostil, solo puedo decir gracias", explica.

¿Cómo definiría el alcance que ha tenido el arte?

En momentos de crisis la creatividad se activa de una manera que no sucede en momentos de supuesta paz y calma. El arte ha sido el parachoques del ser humano. Una forma de exorcizar los demonios y enfrentarlos. Es esa pequeña ventanita donde dejas salir tu mundo para liberar la presión y poder sobrellevar lo cotidiano. Y con Lastesis la gente se conecta.

¿Descartó tener un gato?

No. Sería como hacerme la vasectomía gatística. Quiero que mi hija crezca con un gato. Ella sería muy feliz y se lo trato de inculcar cada día. Ella ama a los gatos, aunque aún no haya tenido uno.

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