Mikhaël Hers, director y guionista: "Trato de que mis películas respeten el ritmo de la vida"

Amanda nota Mikhaël Hers

El próximo jueves llega a salas el filme Amanda, premiado en Venecia y Sanfic. El realizador francés también tiene palabras sobre el desencanto social y cree que "uno puede actuar cada día y el cine puede tener un rol".


Desde las películas mudas de Jean Renoir en adelante, la artesanía de los sentimientos tiene largo recorrido en el cine francés. Una tradición que perdura, aun si la distribución local no se ha enterado mucho, optando más bien por thrillers y divertimento estandarizado, o por cintas autorales dadas a la sicología limítrofe y a la intriga existencial, normalmente con repartos muy familiares (Deneuve, Auteuil, Dépardieu, etc.).

Amanda, estreno inesquivable de la temporada, es de las que toma la vieja hebra. Galardonado en Venecia 2018, este largometraje que se debate entre la desolación y la esperanza es el tercero del director y guionista parisino Mikhaël Hers (44), y el primero de los suyos en asomarse al circuito chileno, tras obtener el Gran Premio del Jurado en la última edición de Sanfic.

La película trata de David (Vincent Lacoste), que a los 24 años vive entre trabajos y trabajitos, buscándose la vida y jugando cada tanto con su sobrina de 7 años, Amanda (Isaure Multrier). Hasta que un acto terrorista priva a esta última de su madre, la hermana de David. Una muerte sin sentido, dos vidas quebradas.

Tanto acá como en Ce sentiment de l'été (2015, atravesada igualmente por una muerte temprana), Hers dice haber tratado de "transmitir los sentimientos más ambivalentes". Por ejemplo, ilustra, "la premisa de una película como Amanda es evidentemente sombría y dramática, pero a la vez no tolero la idea de hacer una película que carezca totalmente de esperanza, donde no haya un lugar o al menos una fisura por donde pueda entrar un poco de luz. Busco la estabilidad entre estos elementos".

Dice el cineasta que busca acercarse "lo más posible a lo verosímil en las ideas, las situaciones, los sentimientos y su complejidad, entendiendo que en esto hay mucha subjetividad, muchas cosas que dependen de la sensibilidad de cada quien".

-Amanda ficciona con el terrorismo. ¿Concibió un modo adecuado de mostrar el terror?

-Aun si los atentados terroristas no son el tema de la película, algo pasa con cuánto hablamos al respecto. En Francia y en otros países con situaciones similares, desgraciadamente, nos hemos saturado de imágenes, de discursos periodísticos y políticos en torno al tema, y quizá el cine puede encontrar una manera de hablar de eso. Mi manera de hacerlo ha sido ponerme a la altura de los personajes por la vía de la tragedia familiar. Algo que les pasa a las víctimas de terrorismo y a sus cercanos, es que sienten que les han confiscado su duelo, que este pasó a pertenecer a un movimiento que los excedió, a un imaginario colectivo. Entonces, me parecía inapropiado e imposible partir de un atentado verdadero, como el de la discoteca Bataclan (en 2015). Tuvimos que crear un atentado por razones éticas. Escogimos un lugar boscoso de la periferia parisina: era una manera de decir que el horror puede asomar allí donde se comparte con la familia y los amigos, pero también porque es un lugar que llama, casi, al onirismo y a la abstracción.

-¿Piensa en el cine cuando hace cine?

-Para nada. Me encanta el cine, por supuesto, pero trato al máximo de que no se inmiscuya en mis películas. Dado que hago filmes que tratan temas muy próximos al día a día, a lo trivial, temo que las referencias fílmicas se transformen en el tema, más que el hecho de dar cuenta de lo verosímil de la vida. Por eso trato de apartarme de esas referencias. Me encanta el cine de Claude Sautet y el de Éric Rohmer, pero no es lo que me preocupa cuando estoy haciendo una película.

-Sus protagonistas masculinos se permiten expresar emociones. Llorar, por ejemplo, en la calle.

-De partida, estos personajes no lloran en el momento en que se espera que lo hagan. Se me ocurre a que, a veces, uno está inundado de emociones y que una cosa así puede pasar, un poco a destiempo, de forma algo inopinada. Creo que cuando se atraviesa por momentos de gran soledad resulta sorprendente ver cómo la vida sigue su curso en la calle: la agitación, la muchedumbre de transeúntes, cada uno con su propia historia. Uno está en medio de ese torbellino, que es bien vertiginoso, y me pareció que es ahí donde puede provocarse este tipo de emoción.

-¿Juega con la sorpresa?

-Trato de que mis películas respeten el ritmo de la vida, y en la vida las cosas tienden a ser inesperadas. En Amanda hay acontecimientos brutales, pero también está el encuentro con la emocionalidad en la calle. Porque la vida está hecha de sorpresas, de momentos donde no pasa mucho, de momentos más fuertes, más crudos, y el cine debe encontrar una manera de dar cuenta de este aspecto inesperado.

-¿Cómo se instala su cine en el mercado? ¿Sabe si podrá hacer una nueva película, o la cosa es más precaria?

-Siempre es algo precario. Incluso si Amanda ha sido un éxito en Francia, sigue siendo precario. En la medida en que uno trabaje un cine de lo íntimo, que no tenga necesariamente grandes estrellas, que no se sostenga en grandes temas, la fragilidad se mantiene. No hay nada garantizado. Yo espero que Amanda me ayude a hacer más películas, pero es muy caro hacer cine, la incertidumbre siempre está.

-Sentimientos como la rabia y la indignación han estado a flor de piel en Chile y Francia. ¿Cómo aproximarse a ellos?

-Son sentimientos que puedo comprender y experimentar: la desesperación, el hastío, la frustración. Tal vez sea algo respecto de lo cual uno puede actuar cada día en su propio ámbito, y que creo que el cine puede tener un rol. Hay mucho que el cine puede hacer para intentar capturar la violencia del mundo y tratar que los espectadores la puedan recibir: para mí, se trata de encontrar una manera de que esa violencia pueda ser recibida. Que pase por un prisma que permita a la gente entenderla y sentirse menos sola.

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