Washington Square Park, la mujer y el parque

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Public enjoys high temperatures at Washington Square Park in New York in the United States this afternoon, Saturday. (PHOTO: WILLIAM VOLCOV/BRAZIL PHOTO PRESS)

"Little Italy y Chinatown son barrios obligados en toda guía turística de la ciudad. Pero la ciudad de entonces era otra y el objetivo de Moses era, efectivamente, separar a la población de esos barrios. Usualmente se refería a comunidades de barrios pobres como cánceres a extirpar. Y no solo aislar estos barrios, sino especular con toda la remodelación. Ya lo dije, las razones hace 70 años son las mismas de hoy -¿hace falta traer el ejemplo de esas torres hinchadas y repletas de personas que apenas pueden pagar sus dividendos en Estación Central? ¿Hace falta traer el ejemplo de la Villa San Luis, cuyo terreno era el sueño erótico de las empresas inmobiliarias?-."


Cruzamos el Central Park de oeste a este a la altura de la calle 100 y llegamos al Museo de la Ciudad de Nueva York. Queríamos ver una exposición sobre Corduroy, el oso de peluche que deambula de noche por un centro comercial buscando un botón para su jardinera de cotelé. La exposición nos decepcionó un poco, así que exploramos los otros salones para ver si había valido la pena el viaje hasta allí. En una sala encontramos una considerable cantidad de fotos en blanco y negro, todas del mismo tamaño, todas tomadas por Fred W. McDarrah para el Village Voice, mítico diario alternativo de Nueva York. Un muy joven Bob Dylan tocando guitarra en una banca. La generación beat. En fin, los 60 y los 70 estadounidenses en todas sus figuras icónicas. Hasta que, en una foto, una desconocida de pie junto a lo que parecía una protesta en medio de un parque. El parque era Washington Square, el corazón del Village en Manhattan; la mujer, Jane Jacobs.

Originaria de Scranton, Pensilvania -la misma ciudad famosa por The Office-, Jacobs se mudó a Nueva York en 1935. El mismo año, Robert Moses, el antagonista de esta anécdota, proponía un proyecto de una autopista. El proyecto conectaría los puentes de Manhattan y Williamsburg con el túnel Holland. Es decir, una autopista que cortaría en dos la isla de Manhattan. Las razones nos parecerán conocidas. Pensar un proyecto así suena imposible en el Nueva York de hoy. El SoHo y TriBeCa son barrios exclusivos, llenos de restaurantes con palabras como bistró, enoteca u hostería, donde se pasean actores y celebridades. Little Italy y Chinatown son barrios obligados en toda guía turística de la ciudad. Pero la ciudad de entonces era otra y el objetivo de Moses era, efectivamente, separar a la población de esos barrios. Usualmente se refería a comunidades de barrios pobres como cánceres a extirpar. Y no solo aislar estos barrios, sino especular con toda la remodelación. Ya lo dije, las razones hace 70 años son las mismas de hoy -¿hace falta traer el ejemplo de esas torres hinchadas y repletas de personas que apenas pueden pagar sus dividendos en Estación Central? ¿Hace falta traer el ejemplo de la Villa San Luis, cuyo terreno era el sueño erótico de las empresas inmobiliarias?-. Pero esa propuesta quedó así, como propuesta. Mientras tanto, Jacobs trabajó como taquígrafa, estudió dos años en Columbia, trabajó para las revistas Amerika y Architectural Forum, fue sospechosa durante el macartismo a pesar de su marcado anticomunismo, dio una charla en Harvard y recorría la ciudad en bicicleta. La preocupación por lo urbano y por la ciudad en concreto ("Las ciudades son principalmente lugares físicos", anota en Muerte y vida de las grandes ciudades), siempre estuvo allí. En la década del 50, Moses avivó de nuevo la idea de esta autopista. Para tener una idea del poder de esta persona: Moses nunca ganó una elección popular, pero llegó a dirigir 12 departamentos de la administración de la ciudad. Doce. Al mismo tiempo.

Casi todos los días cruzo el parque Washington Square. Me emocionó ver la foto de Jacobs, aunque no la reconocí hasta leer la descripción de la foto. El color de los árboles que de a poco se convierte en fría transparencia. Los juegos para niños donde hay un cartel que dice "ningún adulto sin compañía de un niño", más al sur el sector donde los perros pueden correr desenfrenadamente, el sitio donde suele tocar una banda de jazz (piano incluido), la pileta del centro con sus actores siempre cambiando. Jane Jacobs comprometiéndose con la organización vecinal. Un día, el poeta que te escribe versos por un par de dólares, otro día el tipo que se cubre el cuerpo de palomas hambrientas, en la tarde la chica con la guitarra o el cuarteto de cuerdas tocando Beethoven, un grupo de Hare Krishnas meditando en medio del ruido, casi siempre el tipo con propaganda anti-Trump. O a veces simplemente gente ahí sentada y conversando. Jane Jacobs dando vueltas en su bicicleta por los serpenteantes senderos. Y el imponente arco que da inicio a la Quinta Avenida, intentar cruzar la zona donde los skaters ignoran la prohibición de usar skates y patines en el parque, hacerle una venia al monumento a Garibaldi -un secreto homenaje al grupo mexicano-, mirar las mesas de ajedrez con gente dispuesta a jugar con quien quiera. Y Jane Jacobs de pie en el mismo parque. Como si fuera un mismo tiempo y espacio el que compartimos. El proyecto de Moses incluía una extensión de la Quinta, en forma de rampa, para acceder a la autopista, extensión que cortaría el parque en dos. Ella de pie protestando por la conservación del parque.

A la par de su producción intelectual, Jane Jacobs se involucró activamente en la organización vecinal que defendió el parque, el Comité por la Salvación de Washington Square. Y no fue una lucha de una semana, ni siquiera de un par de meses. Los grandes poderes apoyaban a Moses: empresas inmobiliarias, el New York Times y, por supuesto, la administración de la ciudad (aunque prácticamente él mismo controlaba la administración de la ciudad). A Jacobs la apoyaron medios independientes, como el Village Voice y madres con coches y guaguas. Un panfleto de 1958 dice en letras negras sobre fondo amarillo: "Después de seis largos años, llegó el momento". 18 de septiembre la fecha. El llamado era a pararse frente a la alcaldía de Nueva York e ingresar a la sesión donde se votaría por la ejecución del proyecto. Sería la única vez que Moses y Jacobs se cruzarían. Todo el resto fue una batalla indirecta, aunque de consecuencias muy concretas. El hombre de los 12 departamentos dijo que nadie, nadie, nadie, absolutamente nadie -así está registrado, con todas esas repeticiones- estaba en contra del proyecto…, salvo un puñado de madres. Pero Jacobs insistió, resistió. Durante el último año de las protestas, 1968, estuvo detenida por desórdenes públicos. Al año siguiente, después de 16 años, el alcalde le quitaría definitivamente el apoyo al proyecto. Durante este proceso, gracias a su observación atenta y desde el nivel de la calle, publicó, en 1961, el libro hoy ineludible en los estudios urbanos Muerte y vida de las grandes ciudades, texto dedicado a la ciudad de Nueva York.

Hoy ningún auto cruza el parque. El único carro que hay es uno de comida hindú muy famoso, que todavía no pruebo. Me espanta la fila interminable que siempre hay. Y no sé cómo ha cambiado desde los 60 hasta ahora. No he vivido tanto tiempo y llegué hace apenas dos años a vivir a Nueva York. Y pareciera que siempre fue así. Que en estas ciudades supuestamente tan desarrolladas y progresistas siempre la vida fue sentarse a tomar el sol en el pasto verde. Ver esa foto en el museo me emocionó, porque me hizo sentir un poco más cercano al parque. Para que no lo partiera una autopista, durante años, una mujer escribió y protestó.

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