Felipe Becerra: "En Chile se le hace mucho asco al colectivo porque es un medio pequeño"

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Felipe Becerra.

El autor de La próxima novela (Alquimia, 2019), una transcripción de los cuadernos que Becerra ha ido anotando desde hace 8 años, se refiere al medio editorial, la escena de escritores chilenos en Nueva York —donde reside— y a la relación entre literatura y dibujos animados.


Presentada hace más de diez años en un bar de Bellavista, la primera novela de Felipe Becerra (Valdivia, 1985), Bagual, ya había sido premiada con el premio Roberto Bolaño de escritura joven, aclamada por Patricia Espinosa y estaba en vías de ser traducida al francés. Un texto polifónico, barroco y en que el extrañamiento es un personaje permanente. El 2014 la novela sería reeditada por Sangría, edición que contiene múltiples alusiones a la próxima novela de Becerra. Pero el autor, voluntariamente o no, no sabemos, estaba en silencio. Hasta la aparición de La próxima novela (Alquimia Ediciones, 2019), textos aparentemente alejados del estilo de Bagual, una transcripción de los cuadernos que Becerra ha ido anotando desde hace 8 años.

La próxima novela

¿Cuándo empezaste a escribir estos cuadernos y por qué?

Primero hay que decir que yo siempre compro el mismo cuaderno, tapa kraft, Moleskine, 80 páginas lineadas. Entonces, cuando empecé a comprar ese cuaderno y de una manera más sistemática siempre el mismo fue el 2011, cuando me fui a vivir a París. Me lo compré al llegar allá y desde ahí hasta hoy. Claro, antes siempre uno tiene cuadernitos y libretitas, pero desde el 2011 fue ya sistemático. El género cuaderno es tan lábil, cabe todo, entonces quizás repetir una materialidad le va dando una falsa uniformidad, una idea de continuidad. Pero, en el fondo, yo lo empecé porque sabía que iba a estar un lugar donde estaría muy solo, para llevar las notas de algo que ya no era un viaje, era un cambio de vida, de idioma, cambio de ciudad.

Eres muy enfático en señalar la diferencia entre cuadernos y diarios. ¿A qué te refieres?

Creo que a final de cuentas alguien me podría decir: bueno, sí, pero en los diarios igual cabe todo. O sea, se publican los diarios de X autor y probablemente ahí dentro también esté la lista de compras… depende de cómo uno entienda el formato diario. Pero, en el fondo, lo que a mí no me gusta es que, por ejemplo, yo le decía a la gente: estoy escribiendo cuadernos, y me empezaban a hablar de los diarios, de la escritura autobiográfica, de las narrativas del yo, y lo que a mí me interesaba como proyecto de publicación en La próxima novela era sí mantener cierta figura del yo pero sin caer en lo totalmente autobiográfico, sino que fuera más reflexivo y que hubiera una reflexión sobre los recursos mismos de la escritura. Una puesta en pausa de la escritura más que contar "hoy fui a tal lugar y me junté con tal persona". Tratar de restringir un poco eso y darle más espacio a la parte de la reflexión sobre la propia escritura. Entonces, ese lado de los diarios me incomoda un poco: en el fondo el público tiende a entender el diario como algo muy centrado en lo autobiográfico. Yo veo en los cuadernos algo más centrado en la escritura, en la materialidad.

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Cuando alguien habla de un diario o escucha a alguien hablar de un diario, tiene una idea más concreta de qué es. Un amigo te dice: estoy escribiendo un diario y uno de inmediato tiene una idea de qué tipo de escritura es. Hoy hice esto, mañana voy a ir a este lugar, me siento mal por tal cosa. En cambio, cuando alguien te dice "estoy escribiendo cuadernos" es mucho más ambiguo. La palabra cuaderno también te da una imagen más que del género, del objeto. A mí me interesa mucho esa ambigüedad, por ejemplo, en el caso de Piglia. Los libros que él publica están como diarios, pero el documental se llama algo así como 327 cuadernos. Y ahí aparecen y se muestra su materialidad. Me parece que diario es más un género y cuaderno un objeto. En ese sentido, es algo mucho más amplio; puede incorporar páginas donde no hay escritura sino tickets pegados, collages, otro tipo de cosas.

Siento que al escribir cuadernos siempre estás escribiendo en fuga de algo. En fuga y deteniéndote a la vez. En fuga de que no tienes tiempo para nada en algunas situaciones de tu vida, pero el cuaderno te permite escribir en un corto espacio de tiempo. En cambio, si te sientas a escribir una novela u otro tipo de género, necesitas un margen de tiempo mucho más amplio, sentarte al computador.

Mencionas que la escritura es una "reactualización del todavía no", sobre todo respecto a la publicación. Entonces, ¿por qué la publicación del libro? ¿Cuándo empezaste a pensar en esto como un proyecto publicable?

Todo partió bastante intuitivamente. No fue algo tan voluntario desde el principio. Yo empecé a traspasar notas a un Word para tener una idea de continuidad, tener una suerte de visualización de la serie que yo iba haciendo en el cuaderno. Y ahí, en el fondo, al transcribir a otro medio, digital, empecé a ver más claramente las series que había en mis cuadernos. Cuando empecé a hacer eso debo haber tenido unos doce cuadernos. Ya era bastante. En todo caso, eran páginas chicas y fueron varios años. Tampoco es que yo haya escrito como un grafómano. Soy lo contrario a un grafómano, me cuesta mucho. Pero, en fin, fue al traspasar al Word que empecé a pensar en la idea de publicar y me interesó porque me empezó a hacer bien, empecé a valorar más lo que yo hacía en los cuadernos, empecé a pensar y a cuestionarme el por qué estaba obsesionado con que mi próximo libro sea la novela, cuando tengo todo este trabajo hecho, escrito a mano, por qué no hago algo con eso en vez de seguir esperando a que termine la novela. Y además me interesaba como un gesto un poco bromístico en torno a que todo el mundo, mis amigos, me preguntaban cuándo va a salir la segunda novela. Y en vez de eso, les doy esto. Es como si les entregara un vale de "sigue participando".

En un momento del texto hablas de los libros que han adoptado el formato cuaderno, pero que no reflexionan o se cuestionan al respecto.

Aparecieron varios libros en Chile, en Argentina, en México que utilizan la palabra cuaderno en sus títulos o en sus páginas, recurrentemente. Por un lado, tengo claro que yo formo parte de una tendencia, que no soy el único en interesarse por la materialidad del objeto, no estoy descubriendo ninguna cosa. Hay gente que está pensando más en los formatos porque, precisamente, somos la generación que empezó a escribir en Word y también en relación con el tema de postear en Facebook, en Instagram. El tema de la privacidad y qué es lo que se publica está mucho más presente. Los cuadernos representarían algo así como la última reserva de algo estrictamente personal. En esos cuadernos yo veía una configuración como lo que te decía hace un rato: hoy hice esto, me ocurrió tal situación, me siento mal por esta cosa. Había muy pocos espacios en donde pensaran por qué estoy escribiendo en un cuaderno y no en Word o por qué elegí esta libreta y no otra, no sé, referencias a por qué la letra se curva y en otros momentos está más ordenada. Porque, en el fondo, habrá muchos libros que mencionan la palabra cuaderno una y otra vez, pero que perfectamente pudieron haber estado escritos en Word.

Cómo te relacionas con la publicación de estos cuadernos en un formato de no-cuadernos, es decir, impreso y no es cuadernos propiamente tales.

A mí no me molestaba que se publicara impreso, obviamente, siempre y cuando la edición aludiera al formato del que proviene. Aludiera de alguna manera al cuaderno. Y por eso me contacté con Guido Arroyo, pues él publicó Cuaderno alemán, de María Negroni. Habían hecho un trabajo precioso de edición. Digamos que logran dejar rastros de la escritura manuscrita en el formato libro y eso me interesaba. No que hubiera algo intermedio porque eso no se iba a lograr, pero sí ciertos rastros. Para responder tu pregunta, claro, me interesaba que quedaran huellas del formato inicial. Tanto en la escritura como en la edición misma. Y había que dialogar con alguien que me entendiera ese tipo de detalles.

¿Hay alguna intención de otro formato o soporte, por ejemplo, una exposición?

No. Lo único es que hay un curador español que viaja bastante a Chile, Juan José Santos, que ha hecho un par de exposiciones de cuadernos. Cuadernos de artistas, cuadernos de escritores, y una vez me invitó a mí y uno de mis cuadernos fue a la exposición en Valparaíso, en el Centex. Pero era un cuaderno que no pongo en este libro. Un cuaderno de collages de béisbol, un proyecto aparte que se llama La novela existencial del béisbol.

¿Sigues escribiendo los cuadernos?

Sí, siguen. Ya son algo independiente de esa próxima novela.

Y la pregunta obvia: ¿cómo va esa próxima novela?

Bien. En un momento cuando me sentí atrapado empecé a pensar en la publicación de estos cuadernos, del libro La próxima novela y eso ahora me ha hecho querer volver a la novela misma. Lo estoy retomando, poco a poco. Y cada vez que releo sus páginas, cada vez que hurgo ahí, me digo que sería un imbécil si no me la tomara en serio. Ahora, para mí es un proyecto de vida, no tengo ninguna fecha de publicación. Escribo muy lento. He pensado mucho, por eso, en Juan Emar, en cómo escribía una novela sin un horizonte de término, sin un horizonte ni narrativo ni de publicación, ni nada. Es como una novela que avanza y ya. Yo no estoy en un proyecto tan alto, pero sí me inspira: escribe no más la novela y ahí después ves tú.

El medio editorial

¿En qué ciudades has vivido? Te pregunto esto porque en el libro señalas que ninguna escritura puede disociarse de la ciudad.

Yo nací en Viña del Mar. Me fui a vivir muy chico a Valdivia, así que me siento valdiviano. Y bueno, hice todo el colegio ahí y después hice la licenciatura en Santiago y después hice un máster en París. Allí estuvo tres años. También hice una residencia artística allá y luego me vine a Nueva York.

¿Y ha afectado tu escritura?

Es un tema complejo. Creo que voy a decir puras pachotadas, pero, en primer lugar, lo más sencillo que puedo decir es que cuando tú te cambias a otro país, pasas por momentos solitarios, de introspección. Muchas veces, y esto lo he visto en amigos y me pasó a mí también, empiezas a reevaluar tu vida, qué estoy haciendo aquí, qué hice antes, grandes preguntas. Y, por lo tanto, creo que el trabajo de escritura en cuadernos va de la mano con esos procesos. También la escritura te lleva, tras dos, tres páginas, a un lugar que no esperabas. Entonces, la escritura a mano puede ser un facilitador de estos procesos psicológicos. Eso, por un lado. Por otro, y esto es más inasible, siento que cuando estás en ciudad que te interesa arquitectónicamente es imposible que cuando estás escribiendo no tengas en cuenta ese contexto. Por ejemplo, Valparaíso. Valparaíso aparece. Valdivia. Valdivia me da una idea de la escritura. Me empuja a escribir de cierta manera. Lo mismo me pasaba en París o aquí en Nueva York. Estos edificios que me dan una impresión de volumen muy clara. De alguna manera permean la escritura. Y absolutamente fuera de lo ficcional o narrativo, sino que tiene que ver con algo más estético. Sintonización de un estilo de vida. Cuando estoy en Valdivia lo veo muy claro. Me surge una escritura de un tono, de un ritmo que no me aparece en otros sitios.

Has mencionado varias veces la palabra soledad. Pero te quería preguntar por el trabajo colectivo de la escritura. En específico, por el colectivo La Faunita. ¿Siguen en actividad?

Sí, todavía funciona. Publicamos una revista como cada seis años. Este año debiese salir la segunda. Y siempre fue el nombre que le pusimos a un grupo de amigos que tiene ciertos intereses literarios en común. Y nos interesaba, como dices, la idea del colectivo, de trabajar en grupo. Yo creo que en Chile se le hace mucho asco al colectivo porque es un medio pequeño, hay mucho resquemor con el amiguismo, que existe, pero que en este caso ninguna de las personas que estaban tienen ahora una situación de poder. Eran todos bastante… no quiero decir marginales porque es exagerado. Y había, en un principio, sobre todo, una línea de experimentación bastante clara. Y una cosa que nos interesaba era hacer nuestros propios libros. Ya desde esa época, 2009, empezamos a imprimir nuestros propios libros y los entregábamos mano a mano. nunca los vendimos. Entonces, creo que ya había un interés por cómo imprimíamos y presentábamos la escritura que surge en ese momento. Teníamos como referente a Guillermo Deisler. En nuestra primera revista está mencionado en varias ocasiones.

Y, a propósito de la cantidad de autores chilenos que circulan o viven en Nueva York —Lina Meruane, Iván Monalisa, Mónica Ríos, Alejandro Moreno, Diamela Eltit entre otros—, ¿podríamos decir que hay algo que sucede en Nueva York, algo que podríamos llamar una escena?

No, no me parece. Creo que sí es interesante porque, si es que hubiera una escena, no sería chilena, sino global. Lo interesante que sí ocurre es que hay un poeta de Sevilla, un traductor de Buenos Aires, un periodista mexicano. Cada uno tiene distintos proyectos y muchos muy buenos. Eso sí es interesante, que se reúne gente con distintos intereses y orígenes. Y también los traductores al inglés o viceversa. Hay cierta intensidad en el medio neoyorquino respecto a la literatura latinoamericana joven. Eso sí está interesante. En español. Del inglés no conozco, no sé si hay una movida de autores. Lo que sí sé, es que está interesante el medio editorial. Hay editoriales de acá que son muy interesantes. Y está esta feria que terminó hace poco, Printed Matters, las librerías, todo eso. Me encanta, lo disfruto un montón.

Dibujos animados muy viejos

Algo que me interesó mucho es la relación que estableces entre literatura y dibujos animados.

Ahí hay una hebra que yo podría seguir estirando en otro libro. Queda un poco descontinuado. Creo que tengo muchas cosas que decir al respecto. Me parece que los dibujos animados, por lo menos los más clásicos, eran muy experimentales en buena medida. Popeye, ponte tú, tiene capítulos completamente autorreferenciales, hay juegos narrativos, hay inserciones de actores en los capítulos de dibujos animados en blanco y negro. Siento que el público infantil estaba mucho más expuesto a una experimentación total en el consumo de animaciones masiva. Eran productos masivos, los dibujos animados no eran para un grupo selecto de artistas, pero aún así eran muy vanguardistas. Y entonces sí me interesaba darle una vuelta a eso. La relación entre los juegos narrativos de las animaciones y un despertar del interés en la escritura. Algo hay por ahí. Por otro lado, somos una generación que creció viendo dibujos animados, que a veces eran muy viejos y los seguían dando.

Es interesante que señales la narrativa de esos dibujos animados: en su mínima expresión y en constante repetición. Un personaje trata de atrapar al otro y no puede.

Es la historia de Sísifo. Siempre que está a punto de alcanzar algo, tiene que volver a empezar. Y todos los capítulos son iguales, con leves variaciones. Pero aún así, uno los veía con fascinación. En ese sentido, me interesa rescatar esos valores. Hoy queremos que todo sea sofisticado y nuevo. Y ya en esos dibujos animados había un cuestionamiento de ese tipo de valores.

¿Cuáles son tus dibujos favoritos?

Uh, buena pregunta. Me encantaría decirte el Correcaminos, un clásico. Pero ya pensando en los dibujos animados del final de los noventa, creo que los Caballeros del Zodíaco fueron súper importantes porque tiene toda esta estructura donde la ficción de una temporada entera estaba basada en un avanzar arquitectónico. Cada capítulo era una casa. Para pasar a la siguiente casa, tenían que vencer a Aries, a Virgo, etcétera. Me interesa la conexión entre espacio y determinación narrativa. Eso está ahí, pero también en Vida: instrucciones de uso, por ejemplo. Un edificio, cada habitación. Me gusta mucho esa superposición entre un espacio arquitectónico o urbano y un mapa narrativo. Pero, bueno, se me ocurrirán más durante el día y diré "¿por qué no dije este?".

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