El destino de Marguerite Duras

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La escritora francesa Marguerite Duras (1914-1996).

El estilo de Marguerite Duras se despliega en plenitud expresiva, su madurez como narradora le permite hacernos sentir en las frases sus vibraciones. El ritmo es suave y cadencioso, la fascinación por darles espacio a las palabras genera silencios en los que se oyen ecos. Lo confesional está amarrado a la expresión precisa. Su cuerpo dicta, ordena el drama que la corroe hasta la médula.


Hace años que no leía un libro que me golpeara tan fuerte, que me alterara la respiración. Conocía la obra de Marguerite Duras casi en su totalidad. Sus textos han determinado mi mirada sobre las mujeres. Cuando vi que salió una reedición, la de El dolor, no dudé en comprarla. Nunca esperé que me fuera a encontrar con un libro trágico. Y ocupo esta palabra en dos sentidos: es un texto desgarrador sobre la incertidumbre del destino y, a la vez, está escrito con la intensidad de los clásicos, con la poética del trauma. Desconoce la indulgencia por quienes son aludidos, partiendo por ella y los dos hombres que amó.

Es un libro de no ficción que toca una experiencia límite. Está escrito como un diario, ya que está basado en las anotaciones de la Duras realizadas durante la Segunda Guerra. Los cuadernos de esos años dejan constancia de lo que vivió y observó en París. Algunos apuntes los publicó y otros decidió guardarlos hasta que el tiempo le permitiera acercarse a ellos, en especial, a una historia que por décadas la desarmaba. Pudo hacerlo recién en 1981, y reescribió por completo esos episodios para luego publicarlos. Era vieja, su novela El amante la había convertido en celebridad y los involucrados en la trama ya estaban muertos.

El dolor trata del año 1945. Los refugiados que sobrevivieron a los campos de exterminio están de vuelta. El cerco de los aliados cae sobre Alemania. La Duras está desesperada por la eventual llegada de Robert L., su pareja, que podría estar vivo. Escribe: "Mi identidad se ha desplazado. Solamente soy yo la que tiene miedo cuando se despierta". Lo aguarda sentada al lado del teléfono. Lo va a buscar. Pregunta por él con rabia y fe. La acompaña el mejor amigo de su pareja, D., quien se ha convertido en su amante y cómplice. Está desolada: "Cuando perdí a mi hermano pequeño y a mi hijito, perdí también el dolor, por así decirlo, este carecía de objeto, se cimentaba en el pasado. Aquí la esperanza está entera, el dolor está implantado en la esperanza. A veces me asombra no morir: un cuchillo helado profundamente hundido en la carne viva, de noche, de día, y se sobrevive".

Los implicados en El dolor son figuras intelectuales que estuvieron en la Resistencia, salvo Robert L., a quien se espera. En rigor, su nombre es Robert Antelme, fue deportado a los campos de concentración de Buchenwald y Dachau, y rescatado al borde de la muerte. Quien le comunica a la Duras que existen posibilidades de que esté vivo, es François Mitterrand, que posteriormente será Presidente de Francia. La figura de D. -su hombre, su pasión- corresponde a Dionys Mascolo, ensayista político de vanguardia. Pese a la relevancia de cada uno, el morbo no tiene presencia en estas páginas, que exploran el suspenso convertido en pesadilla. La franqueza de la narradora arrasa con los juicios morales. Muchos vivieron momentos peores. Eso jamás lo olvida la Duras. Su voz es la de una mujer más, acompañada de otras. Hay demasiados horrores afines, no existe el espacio para abstraerse de la realidad y creer en la relevancia de lo íntimo, de lo exclusivo.

Si me remeció este libro fue porque sentí el temblor del destino en sus frases. El espanto de estar horas junto al teléfono a la espera de una llamada. El cansancio que borra el ego, el sueño que permite sostener la expectativa, las imágenes obsesivas que oscilan en la mente. La llegada de trenes con deportados que pueden traer a Robert L. o confirmar su muerte.

El estilo de Marguerite Duras se despliega en plenitud expresiva, su madurez como narradora le permite hacernos sentir en las frases sus vibraciones. El ritmo es suave y cadencioso, la fascinación por darles espacio a las palabras genera silencios en los que se oyen ecos. Lo confesional está amarrado a la expresión precisa. Su cuerpo dicta, ordena el drama que la corroe hasta la médula.

Jacques Lacan -que fue un lector asiduo de la Duras- aseveró en un homenaje a ella: "Que la práctica de la letra converja con el uso del inconsciente es lo único de lo que quiero dar fe". Este elogio sibilino revela que estamos ante una escritora que trabaja con el lenguaje conectado a zonas no racionales, sino sensibles. Logra remecernos, toca dentro, transmite su desasosiego con una poesía brutal por su sinceridad.

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