Mon Laferte: qué profunda emoción

Concierto de Mon Laferte en Santiago de Chile
-FOTODELDIA- AME7375. SANTIAGO DE CHILE (CHILE), 13/09/2019.- La cantante chilena Mon Laferte se presenta durante un concierto este viernes en el Movistar Arena en Santiago de Chile (Chile). EFE/Alberto Valdés

La cantante se presentó este viernes en el Movistar Arena, en un espectáculo de casi dos horas en el que repartió torta y se abalanzó sobre sus seguidores.


"Nos vemos en Viña 2020" anticipan unos cartelitos que el público levanta hacia el final de las casi dos horas de show de Mon Laferte esta noche de viernes en el Movistar Arena, confirmando su presencia en el próximo festival en su ciudad natal. Ha caído confeti y globos rojos unas cuantas veces. La estrella chilena internacional lanzó trozos de torta a las primeras filas tras cantar cumpleaños feliz a un miembro del equipo, dio unas caladas a un cigarrillo de marihuana, y se lanzó hacia el gentío para surfear sobre las cabezas de esos seguidores que entonan cada canción en plan karaoke. Esta seguidilla de momentos y ambientes se distribuyeron irregulares durante la cita como remate de la gira nacional presentando Norma (2018), el álbum de hilado conceptual grabado por la cantante en Capitol records, el relato de las distintas fases de una relación amorosa desde el flashazo inicial, la intimidad desatada, las primeras fricciones, la desilusión y el quiebre.

Esa fortaleza argumental y continuidad ofrecida en uno de sus mejores trabajos no se trasladó al show. Aunque Mon Laferte funciona en la práctica como una artista mexicana con el nivel que esa nacionalidad conlleva en el mercado hispanoamericano, el concepto del espectáculo ofreció esas rugosidades propias de nuestra escena donde los artistas locales de renombre, por el hecho de sentirse en casa, coquequetean con la autocondescendencia. Le ha pasado en lanzamientos y shows significativos a Manuel García, Gepe y Alex Anwandter.

Los años de televisión moldearon el carácter de la viñamarina para mover los hilos del histrionismo y la emoción pero la noche del viernes asomaron ligeras grietas, una cierta sobreactuación evocativa de las costumbres verborreicas de Myriam Hernández. Repitió muchísimas veces lo muy emocionada que estaba y puso cara de llanto en el bis con "Mi buen amor" cuando pidió que la gente sacara sus celulares, una instantánea siempre hermosa y propia de esta época, heredera de la venerable tradición de prender el encendedor en las canciones más emblemáticas.

Entre la repartija de torta por el cumpleañero, la profunda emoción, las quejas por el ceñido vestido que notoriamente le incomodaba y una larga presentación de los músicos, el número tornó irregular. Aún más gravitante en esa sensación fue el orden de las canciones, la mayoría lentas y taciturnas por más de una hora. Recién en el último tercio de espectáculo, a partir de "Si tú me quisieras", el show ofreció un quiebre rítmico capaz de sacudir los medios tiempos y las piezas lentas interpretadas por una banda de seis músicos donde se mantiene la dirección del mexicano Manú Jalil, integrada ahora por los chilenos Sebastián Aracena en guitarra, David Eidelstein,"Rulo", en bajo y Nati Pérez, conocida como Cancamusa, en batería.

Si bien es incuestionable la categoría profesional de cada ejecutante del grupo, no es la mejor de las alineaciones que ha tenido la cantante. Al menos el viernes no lograron el impacto ni la prestancia contenida en el registro de Norma en Los Angeles, de ambiente caldeado gracias a una grabación en directo con más de una docena de músicos en un estudio legendario donde grabó Frank Sinatra. Quizás no fue problema de la banda sino de la mesa de sonido. Esa energía, un chasquido extra de volumen contundente y brillante, jamás se percibió ni siquiera en el remate cuando la intérprete se arrimó al pulso vigoroso del ska en cortes como "No te fumes mi mariguana" y "El diablo".

Mon Laferte persiste segura en las formas de una modelo pin up que se expresa musicalmente con una portentosa voz sin mella -en "Tormento" sacó aplausos-, rendida y orgullosa del legado de Cecilia, la mayor heroína de la canción popular que ha dado este país. La viñamarina dicta una parte importante del presente del pop chileno de proyección internacional apelando casi en exclusiva a un pasado cada vez más lejano, con la excepción de "El mambo", una de la mejores canciones del último disco, de avezada mezcla del ritmo caribeño con sensuales incrustaciones de trip hop, uno de los momentos de la noche. De ahí que en su público la transversalidad etárea es total, desde niñas pequeñas hasta abuelas, muchas con una flor en la cabellera, cofradía conectada por una tradición musical histórica de más de medio siglo con una mujer al frente en cuyo imaginario el romance sólo se entiende si conlleva pasión y drama.

Mon Laferte sigue en plena capacidad para disponer aquellos elementos en distintas combinaciones. Sólo que esta noche la manera en que barajó su cancionero y las oscilaciones del número, en vez de semejar un filme de Almodóvar de pasiones voluptuosas, dejaron el sabor etéreo de una teleserie tras el almuerzo.

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