Estreno de lujo

Imagen-rodelindaWEB

La propuesta del régie francés Jean Bellorini para Rodelinda, la ópera de tres actos de Händel estrenada en 1725.


Qué gran estreno el de Rodelinda. La ópera de Händel, que llegó por primera vez al Municipal de Santiago, aterrizó con esplendor. Una propuesta detallista, un elenco de muy buen nivel y una dirección musical minuciosa trajeron refinamiento, buen gusto y, por supuesto, barroco a la vena.

Un período que se sintió en el aire, pues Jean Bellorini, su director de escena, no nos transportó al siglo XVIII, menos al VII, que es donde se desarrolla la trama. Porque su mirada es atemporal, con una propuesta luminosa, moderna, centrada en cómo el amor, el poder y la ambición son vistos por Flavio, el hijo de Rodelinda, un rol silente. Bajo ese prisma, los protagonistas, que poco interactúan entre sí, sino más bien enfrentándose al público, actúan como personajes de una diminuta casa, deambulando por sus pequeñas habitaciones y representados a ratos por muñecos que los propios cantantes manipulan. Pero también remarca momentos cruciales situando a los intérpretes en un marco de luces fluorescentes, como un llamado de atención ante tal o cual sentimiento. Bellorini, a través de la visión del pequeño, encuentra más verdad dramática que el propio compositor al representar de manera lograda las pasiones y emociones humanas, con movimientos prolijos, gestos expresivos y reminiscencias a la commedia dell'arte. Y en esta tarea está bien secundado por Véronique Chazal en la minimalista escenografía y Macha Makeïeff con su sobrio vestuario.

Además de ser una muestra clara del tremendo poder inventivo melódico de Händel, Rodelinda está asentada en continuas arias da capo y recitativos y con un entorno sonoro pulido, brillante y contrastante. En la recortada versión del Municipal, el director Philipp Ahmann, frente a una Filarmónica reducida en su número de integrantes de manera de acercarse a las conformaciones barrocas, no sólo entregó este contexto musical, sino también manejó con delicadeza las texturas y los matices, dio una buena lectura estilística y fue respetuoso con los cantantes.

Siendo una obra exigente en lo vocal, ésta encontró en el elenco a un grupo que le hizo justicia. Partiendo por los españoles Sabina Puértolas (Rodelinda) y Xavier Sabata (Bertarido). La soprano, a quien ya habíamos escuchado como Gilda (Rigoletto, 2017), volvió a mostrar sus grandes cualidades expresivas y de musicalidad, con una voz dúctil y bella, elocuente en sentimientos y sin contratiempos en sus virtuosismos. El contratenor, con un agraciado, resonante y nítido timbre, de atractivo color y dotes comunicativas, dejó más que claro el porqué está entre los afamados cantantes de esta cuerda. No menores fueron el resto. Santiago Bürgi ofreció un Grimoaldo de buen gusto y de canto sencillo; Gaia Petrone (Eduige) lució una atractiva y cálida tesitura grave y gracia actoral; Christopher Ainslie, también contratenor, fue un mesurado Unulfo, y Javier Arrey (Garibaldo), con voz rotunda delineó la vileza de su personaje. Vale destacar la impecable presencia de María Prudencio como el niño, que sin mediar palabra, cumplió con creces el reto sobre el escenario.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.