Buscando animales en la literatura infantil

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Las creaturas del reino animal han estado siempre muy presentes en la literatura para niños. Desde Esopo hasta Tomi Ungerer pasando por Beatrix Potter han existido osos, conejos, elefantes y una serie de otros animales anómalos. La Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, que no se realizó por dos años, sí lo hace este año. En esta versión, abierta hasta el 1 de septiembre, en el Parque Bustamante, usted podrá ir no a la caza (suena feo) pero sí a la búsqueda de distintas bestias para el disfrute de sus hijos, y también el suyo.


En la boda del Príncipe y Cenicienta (él la ha descubierto calzando a todas las doncellas del reino la zapatilla que ella perdió en el baile), aparecen unas palomas. Pero no dibujan un corazón en el cielo, como la ilusión disneificada impone, sino que se lanzan a arrancarle los ojos a las hermanastras de la novia. Esta es una de las variantes de los cuentos recopilados por los hermanos Grimm que podrían parecer desconcertantes a un lector actual. Porque la literatura llamada infantil se supone transmisora de valores y de dulzura, siendo los animales una condensación aún más almibarada de esa melosidad.

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Coco y Pío, dos huevos que se abren juntos, pero son un cocodrilo y un pájaro.[/caption]

No siempre fue así, y gracias al cielo de los animales, cada vez lo es menos. No sólo de ositos como Winnie the Pooh, conejos esponjosos, cerditos rosados y elefantes amables está hecha la literatura infantil. Ahora la pueblan pulgas, boas, murciélagos o arañas. Y a veces no son los animales los extraños, sino la relación que establecen. En Coco y Pío (Ekaré), Alexis Deacon cuenta la historia de dos huevos que se abren juntos, pero son un cocodrilo y un pájaro, que, sin embargo, se creen hermanos.

Por otra parte, no sólo cambian los animales y los temas y perspectivas, sino también los estilos gráficos, los soportes y formatos físicos en que se presentan.

Pero antes de todo esto, ¿cómo se dio esta relación entre animales y literatura infantil?

De la fábula al libro para niños

Las distintas concepciones de la infancia en diferentes épocas influyeron en la clase de literatura que se consideraba apropiada para niños. Lo que entendemos por literatura infantil nace bastante tardíamente, y junto a ella, aparecen los animales, como cuenta Seth Lerer en La magia de los libros infantiles (Crítica, 2009). Según el autor esto ocurre alrededor del siglo XVII y la importancia de John Locke no es menos trascendente para la filosofía que para la literatura de niños, pues en Algunos pensamientos sobre la educación (1692), el filósofo defendió la idea de unir entretenimiento e instrucción, de manera que comenzaron a aparecer entonces textos en los que se daba vida a objetos inanimados o en los que los animales podían hablar y sentir como los humanos.

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Por supuesto, existían relatos de este tipo muy anteriores. Una larga tradición de historias de animales antropomórficos se remonta a la figura legendaria de Esopo (siglo V a. de C.) y sus fábulas, pero allí las bestias eran metáforas para enseñar lecciones. Desde la Edad Media existían cuentos populares, canciones de cuna o adivinanzas, siempre con un objetivo didáctico; ejemplos morales, historias de redención en las sociedades puritanas; incluso en los silabarios se podía enseñar no sólo las letras, sino la fugacidad de la vida: "El gato que juega ahora puede estar muerto en una hora". Las historias de animales, como los cuentos de hadas, eran géneros de adultos que fueron entrando al dominio de los niños. Así, por ejemplo, la recopilación Cuentos de niños y del hogar de los Grimm constituyó, en sus varias ediciones, un logro de la filología, transformando materiales folclóricos en literatura dudosamente infantil: con atrocidades, sufrimientos, asesinatos, canibalismo, mutilaciones.

Lo que marca la diferencia es considerar una literatura infantil pensada como infantil. Según Andrew O'Malley (The Making of the Modern Child: Children's Literature and Childhood in the Late Eighteenth Century, 2003) el surgimiento de la clase media a fines del siglo XVIII se corresponde con la concepción de los niños como un público literario separado. Y allí los animales tienen un papel principal en la configuración de la identidad personal y la consciencia social para llegar a la adultez. Como los niños aprenden a descifrar imágenes antes que palabras, también se produce el desarrollo de las ilustraciones, crecientemente cuidadas, desde los grabados en blanco y negro hasta las imágenes primorosamente producidas. En este punto juegan un papel importante dos personajes, Peter Rabbitt y Babar, ambos animales.

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Beatrix Potter es conocida por su vida en la región de los lagos, pero Peter Rabbit nació en Londres. Tarjeta de Navidad, 1890. Victoria & Albert Museum.[/caption]

Conejos y elefantes

Antes de Harry Potter, estuvo Beatrix y especialmente su creación Peter Rabbitt: un conejo travieso, que usa zapatos y chaqueta azul. En sus aventuras está siempre presente la vulnerabilidad (desde el principio es avisado por su madre de que sea cuidadoso, porque su padre tuvo un accidente: fue puesto en un pastel); todo está en constante peligro de ser tomada por alguien más grande y fuerte. A diferencia de otros clásicos infantiles, como puede verse en sus Cuentos completos (Debate), Potter no ofrece muchos finales felices ni enseñanzas morales.

Beatrix Potter no sólo poseía el genio de la narración visual, sino también verbal (basta ver el listado de nombres excéntricos de sus personajes) y hace tres años se celebraron los 150 de la autora, con varias exposiciones (la más importante en el Victoria & Albert Museum). Nacida en 1866, en una próspera familia inglesa, aunque sufría por su vida controlada de Londres, podía disfrutar los veranos en Escocia. Amaba los conejos: desde niña y como adulta los tuvo de mascotas y fueron su mayor inspiración. En 1890 diseñó una tarjeta de Navidad que muestra dos conejos vestidos con abrigo bajo un paraguas, lo que podría ser el origen de Petter Rabbitt. En 1893, a los 27 años de edad, tuvo la idea de escribir cuentos sobre sus mascotas. Envió su primer cuento, el de Peter Rabbit, a seis editores, todos lo rechazaron; decidió publicarlo ella misma en 1901; publicado comercialmente al año siguiente, tuvo un éxito instantáneo. Y continuó escribiendo relatos y haciendo sus ilustraciones de extraordinario cuidado en la observación de la naturaleza, toda su vida.

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Elefantes: desde Babar, con el influjo sobre Carlos y los rasgos distintivos de Elmer.[/caption]

Así como los ingleses tienen a Peter Rabbitt, los franceses tienen al elefante Babar. No es el producto de un niño aislado (como Beatrix Potter), sino de un padre aislado, Jean de Brunhoff (nacido en 1899), quien a comienzos de los años 30 contrajo tuberculosis lo que lo forzó a vivir períodos en sanatorios suizos, lejos de su familia. Así nació la historia de Babar, con los relatos que inventaba e ilustraba para sus hijos.

Con Babar probablemente nació el álbum ilustrado: de gran formato y con opulentos dibujos desplegados. Nacido en la selva, Babar es expulsado de la infancia cuando un cazador mata a su madre. Huye a una ciudad y se convertirá en un elefante trajeado y social hasta que al cabo de unos años, por el encuentro con sus primos, decide regresar a la selva, donde le nombran rey. Sus aventuras pueden verse en la compilación Babar. Todas las historias (Blackie Books / Catalonia).

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Cambios: personajes y temas

Si bien algunos animales pueden subsistir, como los elefantes, con el tiempo, el buen juicio o sus preocupaciones han variado. Así, la serie de seis libros Carlos (Liberalia), escrita por Ida Jessen e ilustrada por Hanne Bartholin es la historia de un elefante pequeño cuyo gran problema es que ser el hermano del medio. Uno de los elefantes más curiosos es Elmer. Es miembro de una manada de elefantes de distintas edades y contexturas, pero todos grises; Elmer, en cambio, es el elefante de retazos multicolores. Sintiéndose distinto, se pintó de gris, pero la manada no lo reconocía; la lluvia le devolvió sus colores verdaderos.

Elmer apareció por primera vez en 1968, pero no adquirió fama hasta 1989. Desde entonces ha participado en decenas libros, con otros personajes, como su primo Wilbur (un elefante de cuadros blancos y negros) o su tía Zelda (una elefanta sorda y de rombos celestes y morados): pueden verse en entregas recientes como Elmer y el gran pájaro o Elmer y la tía Zelda (ambos, Beascoa / Random House). El creador del personaje, David McKee (1935), alguna vez contó que éste nació de un episodio racista respecto de su propia hija; la llamaron negra, pues ella era de piel más oscura porque su madre era anglo-india. Elmer, de manera indirecta, plantea asuntos como la diversidad, el respeto por los demás y la aceptación de uno mismo.

Pero ciertamente han surgido animales protagonistas distintos. Quizá entre los pioneros de otro tipo de bestiario esté Tomi Ungerer quien en los años 50 comenzó a escribir libros para niños, gran parte de ellos protagonizados por animales "extraños": Críctor, una boa constrictor; Adelaida, una cangura voladora; Emilio, un pulpo; o Rufus, un murciélago (algunos de estos libros han sido recuperados por editorial Kalandraka). Más recientemente, los protagonistas pueden ser pulgas: Beatrice Alemagna en El país de las pulgas (Phaidon / Océano) reúne a los habitantes de un viejo colchón que viven aisladas hasta que el cumpleaños de una de ellas las reúne. O puede ser un pez abisal como el de Luciana la pejesapo (FCE), de Verónica Murguía y Juan Gedovius o un jabalí que quiere ser distinto, como figura en El jajilé azul (SM), de Ursula Wölfel.

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Animales trabajando (en este caso los "doctores").[/caption]

Un cambio distinto está en la forma en que se abordan los animales, profundizando su conocimiento a través de la ciencia u otras disciplinas. Así, figura una serie de animales trabajadores en ¿En qué trabajan? (FCE) de Ana María Sánchez y Paloma Valdivia: la araña haciendo sus redes, por ejemplo. Un ejemplo más llamativo está en la labor del español Juan Antonio Blasco en que junto a distintos especialistas, médicos, músicos, arquitectos, etc., muestra con dibujos y datos y páginas desplegables, cómo construyen su casa, cómo producen música, cómo y cuánto viajan o cómo previenen o curan enfermedades (e incluso se "automedican", a falta de veterinario, en la selva) algunos pájaros e insectos, y animales. Son cuatro libros de Blasco (publicados por Liberalia): Animales arquitectos (junto a Daniel Nassar), Animales músicos (junto a Pedro Alcalde), Animales viajeros (junto a Quim Tomàs) y Animales doctores (junto a Angie Trius y Mark Doran).

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Cambios. "El lobo y los siete cabritillos" visto por Carl Offterdinger y por Shaun Tan.[/caption]

Cambios: formatos y estilos

No sólo cambian los animales y los temas, sino también los formatos físicos y los estilos gráficos. Por ejemplo, las antiguas fábulas son presentadas con ilustraciones desplegables en Fábulas de Esopo (Blume / Contrapunto), de Chris Beatrice y Bruce Whatley. También puede darse el paso del cine al libro, como en Historia de un oso (Zig- Zag), de Antonia Herrera y Gabriel Osorio, el cortometraje chileno que ganó un Oscar en 2014: el relato de un oso que cuenta su vida en un pequeño teatro de muñecos de hojalata. O el libro de Beatrice Alemagna antes mencionado, El país de las pulgas, está ilustrado con fotografías, pero el original es un collage de fieltro, tela, bordados y botones. Lo mismo ocurre con uno de los libros más recientes de Shaun Tan, Los huesos cantores (Barbara Fiore), una colección de esculturas inspiradas en los cuentos de los Grimm. En el caso de Pajarario (Quilombo), de Alejandra Acosta, presenta un conjunto de aves un tanto humanizadas a través de sus intervenciones mediante dibujos como también de papel traslúcido.

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El oso y su historia que fue primero un cortometraje chileno que ganó un Oscar en 2014.[/caption]

Más notorios, quizá, son los cambios estilísticos. En Los cuentos de los hermanos Grimm (Taschen / Contrapunto), editadas por Noel Daniel, se compilan 27 de los más de 200 relatos existentes, por supuesto, algunos de los más famosos, en muchos de los cuales aparecen animales. Cada relato presenta una serie de ilustraciones de diferentes artistas entre 1820 y 1950. A pesar de la variedad de los dibujos, no hay nada parecido al lenguaje visual de Los huesos cantores, de Tan, uno de los ilustradores más originales de los últimas décadas, con libros como Emigrantes o El árbol rojo. A modo de ejemplo, uno de los relatos de los Grimm, "El lobo y los siete cabritillos" (la historia del lobo que engaña a siete cabritillos que se han quedado un tiempo solos en su casa y se los come, salvo a uno, el que junto a su madre rescatan a los demás abriendo al lobo), la ilustración de Carl Offterdinger (1829 - 1889) es meliflua y con animales sonrientes, muy distinta de la oscura y filosa visión de Tan.

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