Carabinero es dado de baja por polémica novela

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La obra, Esto no es el paraíso, sacó ronchas en los altos mandos de Carabineros de Chile, que decidieron dar de baja al autor.


Primero, advertir que el título es absolutamente engañoso. O más o menos. El carabinero fue dado de baja, sí, pero en 1968. Otros tiempos, dirán. Puede ser. Carezco absolutamente de certezas al respecto.

En general, la figura del carabinero se mueve entre el amor desmesurado del que cree que sus derechos humanos deben ser protegidos (sic) y el odio profundo que proyecta en ellos un cuerpo digno de ser alcanzado por molotovs y toda clase de proyectiles. De matices, poco y nada. Yo mismo, diría, me sitúo más en el último extremo. Odio y fuego. Resentimiento. Canciones de Salvaje Decibel y Marcel Duchamp sonando de fondo. Etcétera.

Para Luis Rivano, expulsado de carabineros —ya dijimos— en 1968, la percepción de la rígida estructura de una institución fundamental para sostener el orden público —la paz social del rico, diría otro— distaba mucho de la obsecuencia. Esto no es el paraíso, su primera y más vendida novela —35 mil ejemplares, según cuenta en una entrevista: cifra que no volvería a rozar siquiera—, obligó, primero, a que sus altos mandos se vieran en la obligación de leer algo más que las leyes del tránsito y los partes del día.

Según cuenta Juan Andrés Piña en el prólogo de su narrativa reunida, la novela recibió el tercer premio del Concurso Literario Crav. Como suele estilarse en algunos de estos certámenes, parte del premio consistía en un compromiso de publicación. La editorial, en este caso, era Zig-Zag. Quizá por el mismo clasismo que le hacía hervir la bilis a Rivano, la editorial decidió solicitar permiso al alto mando de Carabineros para la publicación de la obra. Desde lo alto del Olimpo Policíaco la respuesta fue clara: publíquese con correcciones.

¿Qué dijo Rivano?

Quizá aquí podríamos hacer hablar a uno de los personajes de la novela: "¿Qué me dices, Hidalgo? Tu mayor cree que Carabineros de Chile es su fundo propio. Si no nos gusta, nos vamos". Como la literatura no es fundo de nadie, Rivano se niega a podar su trabajo. Convengamos en que Carabineros de Chile no era Ezra Pound corrigiendo The Wasteland.

Tiempo después, la novela aparece publicada y Rivano entra por la ventana al canon chileno como un Frank Serpico. Alone, de formación proustiana –ustedes saben cómo son los proustianos: héroes autoproclamados de la lectura de largo aliento—, escribió en El Mercurio: "Nunca había leído un libro más rápido que éste. Suprime el tiempo. Uno se sienta para recorrer algunas páginas y, antes de levantarse, lo ha terminado. ¿Novela? No. Ni siquiera libro. Es una película veloz. No de esas con argumento y largas exposiciones, sino un film documental, hecho a relámpagos, casi puro diálogo, sin un minuto de más".

¡Suprime el tiempo! Habría que consignarlo como un rarísimo elogio si viene de parte de alguien que, entre otras muchas cosas, resumió Las mejores páginas de Marcel Proust.

Como sea. La novela resulta un absoluto éxito. Poco despecho podría haber sentido Rivano al ser expulsado de la institución: ese despecho ya estaba concentrado, y de qué manera, en el libro.

Los tres protagonistas (Hidalgo, Flores y Guerra: ¿habrá otra cosa más jodidamente policial que llamar a alguien por su apellido?), recorren un Santiago pre-neoliberal vestidos de uniforme y hastío. Esas tres voces hilan, a su manera, el modo de vivir la asfixia del paco raso en su posición de subordinado. Rivano, como un antropólogo haciendo trabajo de campo desde un lugar privilegiado, toma nota y da cuenta la forma en que el poder, que el Carabinero ejerce por excelencia, chorrea también su institución y la corroe lentamente.

Revisemos, por ejemplo, uno de los diálogos:

"—¿No tomó desayuno –cortó secamente el suboficial.

—Sí –admitió Flores—. Pero antes de las seis de la mañana. Una taza de café con gusto a nada y un pan pelado. Y ya son las once, mi sargento.

—Luego almorzará –el suboficial le dio una rápida mirada a su reloj de pulsera.

—Una sopa de pan con agua y los fideos de siempre. Cada vez más malos y cada vez menos llenadores.

—Estamos en Carabineros de Chile.

—Cualquiera creería, por el tono en que lo dice, que es una colonia penal, mi sargento.

—¡El que nació para buey tiene que morir enyugado!"

Está, por otro lado, el bajo mundo que Rivano retrató también en sus otras novelas: cafiches y prostitutas, el olor a sangre en el barrio Matadero, los obreros cesantes y las cantinas del demonio donde algunos empeñan el hígado. Allí, contrario a la imagen cliché, los pacos de Rivano son un personaje más: animales lastimados. Hilachas de la institución que representan. En sus lugares de origen —los conventillos, por ejemplo— no son héroes ni gozan de estatus: "Son esos chiquillos de mierda, los del músico de la casa 42, que a cada rato se andan limpiando las manos en mis hijos", le dice en un momento la esposa a Guerra, uno de los protagonistas, acaso el más triste de todos. "¡Por cualquier cosa le pegan! '¡Pégales a los cabros del paco!', se animan unos a otros. Y si los míos se defienden, salen los vecinos abriendo el hocico: '¡Claro, como son hijos de paco hacen lo que quieren!' Si yo salgo a dar una vuelta: '¡Miren dónde va la mujer del paco!'".

Razones no le deben haber faltado para mostrar, en la novela, a los funcionarios en su faceta menos deseable: mujeriegos hasta el hartazgo y con escaso amor por sus esposa e hijos. Personajes que probablemente se reirían aun con el machismo trasnochado de Dino Gordillo. Tan errado no estaba, pienso: mi padre fue carabinero y pedirle pensión alimenticia era como pedirle a un empresario que pague impuestos.

"Un hombre sin imaginación tiene abiertas las puertas del éxito en nuestra institución", dice uno de los personajes en un momento de la novela. "Éstos no se atreven jamás a discutir ni a objetar una orden, porque no la comprenden, y entonces adquieren una aureola de hombres obedientes, leales y con criterio, adjetivos que les inventan para prostituirlos más todavía". Rivano, mártir de la imaginación en una institución de escasa creatividad: desde el Caso Catrillanca hasta la Operación Huracán demuestran que, hoy por hoy, los carabineros tienen poquísima pasta de novelistas o fabuladores.

Las cosas, por suerte, fueron mejores para Rivano. La muerte lo encontró ejerciendo lo que terminó por ser su verdadera vocación: escritor y librero. Pero tuvo que pasar por Carabineros y escribir esa novela imprescindible de la literatura chilena del siglo XX.

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