Busco mi destino a los 50: cowboys de carretera

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La película con que Hollywood le dio cara a la contracultura y al movimiento hippie, fue en el fondo un western con dos forajidos que montaban motos y en vez de whisky, tomaban LSD.



A Wyatt, también conocido como Capitán América, lo llamaron así por Wyatt Earp, el legendario alguacil del Viejo Oeste que liquidó a los malhechores de Arizona. Billy, que no tenía apodos pero usaba sombrero vaquero, le debía su nombre a Billy the Kid, el forajido de Nuevo México que murió a los 21 años, no sin antes despachar a 21 hombres. Fueron, desde que el guionista Terry Southern los bautizó así, dos pistoleros en motocicleta. Tan solitarios y tan cerca de la muerte como cuentan las leyendas del Lejano Oeste.

Fue con esta misma idea, la de un western moderno, que el actor y productor Peter Fonda contactó a su amigo Dennis Hopper. El plan era que él fuese Wyatt y que Hopper se encargara de Bill, además de dirigir la película. Lo que vino se transformó en uno de los rodajes más descarrilados de los '60: en Busco mi destino los motociclistas-cowboys consumían droga en vez de whisky. Sobre todo cocaína y LSD.

Signo de la contracultura, banda sonora y visual de un período, o inspirado producto "hippie" de Hollywood, Busco mi destino cumple por estos días medio siglo. Se estrenó el 14 de julio de 1969, tras exhibirse en el Festival de Cannes, donde fue mejor ópera prima y sorprendió a medio mundo por su libertad y economía de recursos. Las primeras críticas la miraron con desdén, pero eso no importaba.

Lo sintomático desde el inicio fue el impacto en el público. Ahí no hubo tibieza alguna: fue la tercera cinta más taquillera de ese magnífico 1969, después de Butch Cassidy y Perdidos en la noche. Con un costo espartano de 400 mil dólares (sin considerar los derechos por el uso de canciones) y una recaudación de 60 millones, el largometraje fue un negocio redondo para Fonda, Hopper y Columbia Pictures.

La cinta reconstruye este año su ruta sesentera de exhibición, aunque todavía no hay noticias de un reestreno chileno: en mayo pasado, Fonda presentó en Cannes una copia restaurada en 4K, la misma que el 14 de julio retorna a 400 salas de Estados Unidos.

Hopper, el irascible

Si la corriente conocida como Nuevo Hollywood significó entre muchas cosas que los realizadores contaron con una libertad nunca antes vista (ni repetida) en el sistema de estudios, el caso de Busco mi destino es ejemplar: Dennis Hopper hizo lo que quiso. Para empezar, se dio el gusto de desechar gran parte del libreto original de Terry Southern (Doctor Insólito), aunque fue lo suficientemente listo como para conservar escenas claves y, por supuesto, el título original -Easy rider-, que alude a un cowboy diestro, pero también a un proxeneta.

En la práctica, Hopper se transformó en un autócrata de la anarquía. En el rodaje no había hoja de ruta ni diálogos, pero sí improvisación y personajes de la carretera, el desierto y la pradera ocupados como actores. En la trama, los buscavidas Billy y Capitán América montan dos motocicletas Harley-Davidson, icónicas a estas alturas. Eran dos modelos de los años 50 comprados, irónicamente, en una subasta de la policía. La de Billy era anaranjada y la de Capitán América tenía un manubrio extendido y un tanque de bencina pintado con la bandera de Estados Unidos.

El gran acierto de casting de la película fue Jack Nicholson, quien interpetó a George Hanson, un abogado borrachín. Hasta entonces conocido como actor de películas B, Nicholson llegó a la película por su amistad con Fonda, pero indirectamente gracias al mal carácter de Hopper: el actor y director quería al texano Rip Torn, pero este se retiró del proyecto cuando, en una conversación de bar, ambos se fueron a los puños después de que Hopper lo llamara despectivamente "hillbilly" ("montañés").

Bill y Capitán América recorren la ruta desde Los Angeles (California) hasta Nueva Orleans (Louisiana), para llegar a la fiesta de Mardi Gras. En el camino les pasará de todo: alojan en comunidades hippies y prueban el LSD, son hostilizados por rancheros, duermen y ocupan los servicios sexuales de prostíbulos en ruta, y son golpeados en medio del desierto.

No se puede hablar de esta película sin referirse a su banda sonora. Quizás, a la larga, haya perdurado aún más que la errabunda historia de Hopper y Fonda. Se trató de una mezcla de hits de Jimi Hendrix, The Byrds, The Band y, significativamente, Steppenwolf, grupo californiano del que se utilizaron sus clásicos "Born to be wild" y "The pusher".

En principio, Fonda reclutó a Crosby, Stills & Nash para componer la música incidental, pero Hopper los dejó fuera después de que los músicos lo pasearan en su limusina para ajustar los términos del contrato. Según el mismo Hopper cuenta en el libro Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind (1998), les dijo: "Miren muchachos, ustedes son realmente buenos músicos, pero honestamente alguien que ande en limusina no puede entender mi película. Así que tengo que decirles que no. Y si alguno se asoma por los estudios, le provocaré algún daño físico". El costo de la decisión de Hopper fue pagar un millón de dólares por las canciones finales, que eran en realidad las que escuchaba el montajista Donn Cambern en la sala de montaje para no aburrirse de ver tantas horas de carreteras y motos.

La llegada de Busco mi destino se dio en un año excepcional, atiborrado de hallazgos, acontecimientos y hasta masacres. Y en un mes único que había partido con dos motociclistas en celuloide el 14 de julio, siguió seis días después con el primer hombre en la Luna, incluyó una tragedia representada por la muerte de la actriz Sharon Tate, el 9 de agosto, y respiró paz, amor, sexo, drogas, rock y bastante lluvia en Woodstock, del 15 al 19 de agosto. Ahí sí que Crosby, Stills, Nash, y ahora Neil Young, pudieron tocar sin que nadie los amenazara por trasladarse en limusina.

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