El efecto Black Mirror en 2019

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Una de las series estrella de Netflix volvió ayer con tres nuevos episodios, que van desde Miley Cyrus a los ecos del Me Too. ¿Podrá sorprender de nuevo?


Los titulares ayer intentaban capturar la última -e inesperada- noticia en torno al actor que por una década fue el superhéroe filántropo por excelencia, Iron Man. "Robert Downey Jr. anuncia un proyecto para limpiar el medio ambiente utilizando la robótica, en la conferencia de inteligencia artificial de Amazon", rezaba Forbes. Una iniciativa a la que seguramente sabría sacarle mucho partido la serie que coincidentemente regresó ayer a Netflix,

Black mirror

, que ya acumula ocho años jugando y siendo perversa con los alcances de la tecnología en la vida moderna, hasta un punto que hoy es difuso distinguir si los escenarios que plantea podrían ocurrir en uno, 10 o 20 años.

Conscientes del devenir de los tiempos actuales, en diciembre llevó a otro plano su lógica con el estreno de Black mirror: Bandersnatch, su primer filme interactivo, que podía no funcionar a la perfección, pero llenaba al espectador de dilemas morales, obligándolo a elegir con su control remoto si matar al padre del protagonista o arrojar al vacío al mejor amigo de este.

El ciclo actual parece ser una señal de que para Black mirror sorprender o generar el mismo impacto que en sus orígenes ya no es posible, y que buscará extender su vida con pretensiones más sensatas; no es un dato secundario que la quinta temporada que llegó al streaming cuente con sólo tres capítulos (tal como los dos primeros ciclos, en que era propiedad del canal británico Channel 4), luego de lanzar seis en 2016 y seis en 2017.

La serie creada por Charlie Brooker apuesta seguro y con ingenio en el tercer episodio, que instala a Miley Cyrus como una cantante adorada por millones de niñas, entre las que está Rachel Goggins, una adolescente con una vida gris en EE.UU. Tal como Cyrus probablemente se sintió en su carrera, antes de quitarse el rótulo de estrella Disney para adoptar el traje de incorregible celebridad, la cantante que interpreta está harta de las giras, las entrevistas y de su música. Pero para Rachel, ella es todo lo que tiene en su solitaria vida y en algún punto, mediante un giro, sus universos se vinculan.

Un capítulo que en algún punto es más luminoso que lapidario. En un sentido similar, aunque más íntimo, el primer episodio del nuevo ciclo, Striking Vipers, se conduce como un comentario de las masculinidades en plena era Me Too. Va sobre dos amigos que, lejos de sus tiempos de universitarios, se conectan de otro modo a través de una nueva versión de un juego a lo Street fighter, pero en realidad virtual.

La tecla más sombría recae en el capítulo dos, con un protagonista británico que monta un escándalo de alcances globales, porque desea contactar al dueño de una aplicación de vehículos tipo Uber. Saturada y extensa, es quizás la muestra más contundente de que la serie tiene difícil volver a deslumbrar de la forma que lo hizo en su momento, sin reiterar los patrones que la convirtieron en un fenómeno elogiado y exitoso.

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