Elena Ferrante: "La escritura era una forma de reaccionar a los abusos"

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La escritora italiana, cuya identidad aún es un misterio, publicó el viernes una columna en The New York Times en la que adopta una clara posición feminista.


Lo que Thomas Pynchon (1937) representa para la literatura estadounidense, de alguna manera podría encarnarlo la escritora italiana Elena Ferrante: un mito. Y uno bestseller, además. Su rostro permanece en la penumbra. Ni siquiera se sabe si esos nombres en las tapas de sus libros son realmente suyos.

Nacida en Nápoles en 1943, según se ha dicho, la autora saltó a la fama con su tetralogía Dos amigas (2011-2015), y aún se desconoce su identidad. Ya convertida en fenómeno de ventas, en 2016 el misterio estuvo a punto de resolverse: la prensa italiana sostuvo que se trataba de la traductora Anita Raja, quien luego declaró ser Elena Ferrante en Twitter. Pero días después, el periodista italiano Tommaso Debenedetti, célebre por sus entrevistas falsas, confesó ser el autor del perfil.

Comparada con Elsa Morante y Alice Munro, el viernes Ferrante publicó una columna en el diario The New York Times, en la que dejó en claro que también tiene algo que decir con respecto a los hombres, el poder y la invisibilidad histórica de las mujeres.

"El poder, aunque es difícil de manejar, es muy deseado. No hay persona, grupo, secta, partido o mafia que no quiera poder, convencido de que sabría cómo usarlo como nadie lo ha hecho antes", abre el texto. "Durante milenios, cada expresión de poder ha sido condicionada por las actitudes masculinas hacia el mundo. Para las mujeres, entonces, parece que el poder se puede usar solo de la manera en que los hombres lo han usado tradicionalmente", agregó.

Pero hay una forma de poder que le ha fascinado desde niña, dice, "a pesar de que ha sido ampliamente colonizada por los hombres: el poder de contar historias. (...) Supongo que elegí escribir por temor a manejar formas de poder más concretas y peligrosas. Y quizás también debido a un fuerte sentimiento de alienación de las técnicas de dominación, de modo que a veces la escritura parecía ser la forma más agradable de reaccionar ante los abusos de poder".

Los triunfos femeninos no le bastan, dice: "Las mujeres hemos sido empujadas a los márgenes, la sumisión, incluso cuando se trata de nuestro trabajo literario. Es un hecho: las bibliotecas y los archivos de todo tipo conservan el pensamiento y las acciones de un número desproporcionado de hombres prominentes".

Pero dio muestras de optimismo ante el actual escenario: "Las cosas están cambiando rápidamente. Los logros de las mujeres se multiplican. No siempre tenemos que demostrar que somos cómplices para disfrutar de las migajas dispensadas por el sistema de poder masculino. El poder que necesitamos debe ser tan sólido y activo que podamos prescindir de la sanción de los hombres". Y concluye: "La historia femenina, contada con una habilidad cada vez mayor, cada vez más extendida y sin disculpas, es lo que ahora debe asumir el poder".

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