Cobra Kai: una patada en la cara

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La serie que da continuidad a la popular cinta ochentera Karate Kid, volvió con su segundo ciclo por YouTube.


El primer capítulo de la segunda temporada de Cobra Kai confirma la fe en esta producción inspirada en Karate Kid (1984) porque perfecciona la fórmula de teleserie para hombres a la que solo le falta sexo con giros y clichés típicos. Hasta ahí, bien. Pero en los siguientes episodios, al menos hasta la mitad del ciclo, asoma una de las leyes que suele afectar a las producciones de ese tipo con largos pasajes en que no sucede mucho, una sensación que no ocurría el año pasado cuando la Generación X fue seducida por esta apuesta exclusiva de Youtube ante el ingenio de retomar en el presente la trama de una cinta icónica de los 80, con la inclusión de un giro cautivante. Qué tal si el villano de la película, el taquillero Johnny Lawrence (William Zabka), fue la víctima del héroe Daniel LaRusso (Ralph Macchio) que se entrometió en su noviazgo a golpes y psicopateando.

Cobra Kai provocó una simpatía incómoda con el matón y su paquete completo de mediocridad, total analfabetismo tecnológico y desprecio por las sensibilidades de las nuevas generaciones. Johnny manifiesta orgullo del óxido en su manera de enfrentar la vida y encarna de manera literal la nostalgia por los 80. A la inversa un Daniel-san exitoso y actualizado, es tan agradable como un mawashi en la cara por su corrección extrema y buena onda.

En este ciclo de diez capítulos LaRusso tiene muchas ganas de dar lecciones a su rival tras la derrota de Robby, su pupilo y nada menos que el hijo de Johnny en el final de la primera temporada. Abre su propio dojo en la casa del señor Miyagi para competir y doblegar la filosofía que considera equivocada del centro de entrenamiento de su antagonista. "Desde el torneo sólo podía pensar en cómo destruir a Cobra Kai", confiesa a su alumno. "La respuesta es no destruirlos (...) son como nosotros. Sólo que les enseñaron mal". La rivalidad de Johnny y Daniel demostrará que mientras más distintos pretenden ser obviamente más se parecen. Los métodos difieren pero no la finalidad que no es otra que ganar.

Los conflictos con el padre y las figuras paternas son fundamentales desde la primera temporada y ahora se refuerzan. Johnny no logra recomponer los lazos con su hijo abandonado y debe enfrentar al regreso de John Kreese (Martin Kover), el despiadado maestro que casi lo estrangula en la película y responsable de la mentalidad todo vale para ganar de la escuela original. Kreese es un tipo desfasado como Johnny, una especie de Rambo que una vez derrotado Cobra Kai regresó al ejército para meterse en cuanta guerra ajena fuera posible.

En una serie profundamente masculina las mujeres siguen interpretando el sentido común, la distancia y la ironía a los conflictos de los varones. Amanda, la esposa de Daniel, siempre aterriza el asunto y pide algo de madurez ante dos cincuentones incapaces de superar broncas de quinceañeros, una manera legítima de resumir la trama.

Los alcances a la categoría nerd adquirida por la cultura pop de los 80, concentrados en un nuevo personaje que no vivió la época pero que raya apasionado con esos años, es otra demostración de la astucia para retomar un referente de esa década y confrontarlo con este presente, en una colisión generacional que busca encantar a la familia y relajarse un poco de los contornos estéticos y morales del pasado y el presente. Cuando a Daniel lo acusan de apropiación cultural por promocionar el dojo con música japonesa es imposible no sonreír.

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