Manuel Vicuña: "La lectura de este libro va a estar mediada por las cosas que han hecho Baradit y otros"

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Trece años después reeditan Voces de ultratumba. Historia del espiritismo en Chile. Su autor, decano de la Facultad de Historia y Ciencias Sociales UDP, lo considera aún más oportuno que en 2006.


Días atrás salió a la calle una edición revisada y aumentada de Voces de ultratumba. Historia del espiritismo en Chile, de Manuel Vicuña (La belle époque chilena, Fuera de campo). En el centro de su portada se ve el dibujo de cuatro pares de manos extendidas, conectadas entre sí por meñiques y pulgares, como si sus dueños intentaran comunicarse con el más allá. Días más tarde, una imagen no tan distinta y de una antigua sesión espiritista circuló por Twitter en calidad de meme. Su texto rezaba: "Corte de Rancagua - En pleno".

Mientras el meme analogaba, para fines cómicos, la apariencia esotérica de una séance a los presuntos elementos de "magia negra" encontrados la semana pasada en la oficina del juez rancagüino Emiliano Elgueta, el libro de Vicuña no se reía de su objeto de estudio. El hecho de que esta sea una "anomalía" histórica, no significa que no deba examinarse en su mérito para entender cómo fue que tuvo tanto sentido para tanta gente.

Editorial Taurus le propuso una reedición 13 años después del lanzamiento original, y al decano de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la UDP le pareció buena idea. Adherente a la frase de José Donoso "escribir es reescribir", reconsideró integralmente un texto cuya pluma ahora le parecía insatisfactoria. Quitó adjetivos, sumó personajes.

¿Por qué quiso volver al libro?

Para mí marcó un punto de inflexión: ahí empecé a ocuparme de cuestiones anómalas, en los márgenes de la atención historiográfica habitual, que hablaban de mundos descuidados o desconocidos.

¿Qué tan distinto ve el escenario, trece años después?

Creo que el libro es más oportuno ahora. Esto tiene que ver con la aparición de un lector interesado en lo secreto, en lo oculto, lo raro. Que anda buscando cosas que lo sorprendan. Este libro tiene eso: antes de que se escribiera, este movimiento era un continente perdido. Hoy, la lectura del libro va a estar mediada por las cosas que han hecho Baradit y otros. De hecho, el capítulo sobre espiritismo de la primera Historia secreta de Chile, es esto (apunta a un ejemplar del libro, en la mesa de un café de Plaza Las Lilas). Es esto, de principio a fin. Y me parece bien. No tengo problemas con ese tipo de historia: leída críticamente, puede revelar algunas deficiencias, pero el hecho de constituir un público lector masivo, me parece genial. Es algo que no ha podido hacer ningún historiador.

Se les reprocha una lectura conspirativo-paranoica del pasado…

Es un modelo paranoico de lectura del pasado, donde siempre hay un grupo que conspira en detrimento del pueblo. Es una lectura populista: el populismo parte de la base de que hay élites corruptas y un pueblo puro, y alguien (llamémoslo Perón) que se entiende directamente con el pueblo. Y estos autores son unos pequeños perones.

Acusan a los historiadores de no haber hecho lo debido.

Claro. Este discurso dice que de alguna manera los historiadores son cómplices. Pero, claramente, para escribir un libro de historia, aunque sea del lado "B", tienes que recurrir a un trabajo historiográfico previo. Baradit apunta a un modelo de historiador más anticuado y complaciente con el poder del que efectivamente existe. Porque también hay una tradición historiográfica súper crítica de los poderes dirigentes, o que ha revelado episodios atroces o que ha desmontado la idea rimbombante de la excepcionalidad chilena.

¿Qué tanto quiso hermanar forma y contenido en la escritura?

Siempre he tenido una voluntad de estilo y he considerado que el historiador, en el fondo, es un escritor. Y eso supone un trabajo con la prosa, que considero indistinguible del contenido. Hace rato que me considero un ensayista más interesado en la forma literaria que en la investigación propiamente tal. Y eso es más bien excéntrico en términos historiográficos contemporáneos: hoy existe un énfasis en la investigación, en escribir libros que sean una especie de acorazado que nadie puede torpedear, porque sus autores han peinado todo los archivos habidos y por haber. Pero me parece que la dimensión literaria del trabajo historiográfico está absolutamente fuera de circulación, en circunstancias que la historia, en un comienzo, era una rama de la literatura. La profesionalización ha hecho que pierda esa dimensión. Por eso han aparecido autores que han logrado constituir públicos masivos, lo que demuestra que hay un gran interés en la historia de Chile. Ese interés no lo satisfacen los historiadores que no trabajan la dimensión del placer en la lectura: leerlos es arduo, es un mazazo. Trabajan muchos temas carentes de interés para un lector culto.

¿Ve problemas en la especificidad?

¿A quién puede interesarle la historia del Patronato de la Infancia entre 1840 y 1852, salvo a alguien con la obligación de escribir una tesis doctoral? La profesionalización del oficio académico ha hecho que renuncie a esa dimensión escritural y eso ha llevado a que los lectores de historia, que existen, renuncien a leer historiadores profesionales. En Chile, la escritura de la historia ha ido cayendo en un descrédito: que te digan, "está muy bien escrito el libro", es un síntoma de algo superficial.

Personajes como Prat y su tío, Jacinto Chacón, ¿qué dicen sobre el espiritismo en la sociedad chilena?

Prat es anecdótico. Jacinto es un ideólogo, un intelectual público. El movimiento no era un grupo de gente excéntrica haciendo sesiones con el ánimo de pasar el rato. Era un movimiento político, ideológico, súper contundente en términos doctrinales, que quería responder a algunas de las preguntas más inquietantes de su época. Una de esas era si existe el alma o algún tipo de realidad trascendental más allá del cuerpo, en un momento en que el materialismo propone que solo somos cuerpo y que, una vez que llega la muerte, se acabó todo. Lo que el espiritismo dice es que la sesión es como un laboratorio del científico donde uno puede comprobar empíricamente que el alma existe.

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