La condena a la eterna explicación: sobre Las homicidas, de Alia Trabucco

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Aquí el ejercicio no es entregar verdades absolutas ni escribir un ensayo periodístico o documental que reconstituya las escenas del crimen. Aquí la herramienta es la literatura y el foco no son los homicidios sino las homicidas.


Cuatro mujeres, cuatro asesinas de la historia chilena del siglo veinte, son pesquisadas por el ojo detectivesco de una autora que se sirve de archivos de prensa, de procesos judiciales y de su aguda inteligencia, para analizar estas cuatro mentes criminales y el modo en que fueron observadas en sus respectivas épocas. Santiago de Chile, año 1916, Corina Rojas, autora del "Crimen de la calle Lord Cochrane". Santiago de Chile, año 1923, Rosa Faúndez, autora del "Crimen de las cajitas de agua". Santiago de Chile, año 1955, María Carolina Geel, autora del "Crimen del Hotel Crillón". Santiago de Chile, año 1960/1963. María Teresa Alfaro, autora del "Crimen de las mamaderas envenenadas".

Aquí el ejercicio no es entregar verdades absolutas ni escribir un ensayo periodístico o documental que reconstituya las escenas del crimen. Aquí la herramienta es la literatura y el foco no son los homicidios sino las homicidas. Aquí el ejercicio que Alia Trabucco elige hacer es el de observar la mirada social que se ejerció sobre cada una de ellas. Mirada expresada en la prensa, en el arte, en la justicia, en la calle.

¿Pero por qué hacerlo? ¿Por qué poner el foco en cuatro mujeres incorrectas, desobedientes y transgresoras, aparentemente, de su propio género? ¿Por qué mientras intentamos visualizar como nunca la violencia hacia las mujeres, aparece esta obsesión por cuatro homicidas?

Esta pregunta nos cae encima al abrir el libro y mientras avanzamos en la lectura comenzamos a compartir la inquietante obsesión de la autora por estas cuatro villanas. ¿Qué hay detrás de esta obsesión? ¿Puede haber algo que nos emparente con estas asesinas? ¿Tenemos algún punto en común que sus historias nos atrapan? Como respuesta aparece una zona peligrosa porque la distancia con la perversidad y el delirio de las protagonistas es abismal, pero sin embargo vemos en el juicio social a ellas delicados reflejos en los que también podemos observarnos. Delgados hilos que tejen inquietantes complicidades con cada una de ellas, porque quizá, a nuestra pequeña medida, también hemos sido observadas y enjuiciadas en algún momento de nuestra historia. Son otros nuestros delitos, mucho menores, sin duda, pero conocemos la sensación de estar frente a un tribunal explicando una, o mil veces, lo que hemos hecho. Explicar el por qué, el cómo, el dónde, el para qué, el con quién, el a qué hora. Sabemos lo que es estar a la espera del veredicto de un juez o un gran jurado. Conocemos el peso de haber cometido un crimen que no comprendemos bien cuál es, y aún damos cuenta cada vez que se transgrede el género y no somos amorosas madres, serviles trabajadoras, enamoradas compañeras, apasionadas amantes o dóciles escritoras. Y lo repito, nuestros crímenes no se comparan con los de estas mujeres, pero ¿será que esa condena a la eterna explicación y al juicio no se acaba nunca y la seguimos encarnando una y otra vez, época tras época, cada una en su pequeño tribunal? ¿Será que esa representación sin fin, ese ineludible lugar en el banquillo de los acusados, es la prueba que nos hace sentir cierta complicidad con estas cuatro criminales?

Este ensayo literario, que enfoca y desnuda lucidamente la mirada hacia la mujer en el Chile del siglo pasado, es un intento por responder estas y otras interrogantes. En el retrato de la prensa, en el eco de las calles, en el proceso judicial y sentencia de cada uno de los cuatro casos de las homicidas, hay un juicio social del que es imposible no sentirse en parte protagonista.

*Foto: PRH

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