Alberto Cortez, el verdadero poeta de las cosas simples

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Su muerte, conocida el día de hoy, simboliza el paulatino desvanecimiento de las voces del cancionero hispanoamericano en sepia, sin grandes artilugios, aquellos que narraban historias tan comunes que pasaban a ser universales.


En sus presentaciones en Chile en la última década, presenciar un show de Alberto Cortez en un pequeño teatro era esto: un veterano de timbre potente y cierto vigor tanguero que relataba historias cotidianas secundado por apenas un pianista. Como una suerte de abuelo que se sienta a evocar su vida con espejo retrovisor y rememora a los amigos que se fueron, a los amores olvidados en el camino, a mirar un álbum fotográfico con imágenes que nunca volverán, al trayecto de una vida que ya se conjuga en pasado más que en futuro.

"A partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida/ a partir de mañana empezaré a morir la mitad de mi muerte/ a partir de mañana empezaré a volver de mi viaje de ida/ a partir de mañana empezaré a medir cada golpe de suerte", dice en una de sus composiciones más emotivas, "A partir de mañana".

Definitivamente, el argentino era un hombre de otra era. Su partida simboliza el paulatino desvanecimiento de las voces del cancionero hispanoamericano en sepia, sin grandes artilugios, aquellos que narraban historias tan comunes que pasaban a ser universales, muchas veces tan obvias que resultaban conmovedoras por eso mismo: momentos biográficos que pasaban ante nuestras narices pero que casi nunca advertíamos, precisamente por considerarlos habituales, frecuentes, obvios.

Alguna vez reveló que sus canciones hasta sonaban en sesiones de psicoterapia, en tratamientos grupales de introspección, en ese minuto de la adultez en que llega la hora de mirar de frente las infinitas marcas del pasado familiar.

"El abuelo un día/ subió a la carreta/ de subir la vida/ empuñó el arado/ abonó la tierra/ y el tiempo corría/ y luchó sereno/ por plantar el árbol/ que tanto quería", retara en "El abuelo", otra figura de indiscutida huella en casi cualquier ser humano, en una sensibilidad similar a los lazos descritos en "Mi viejo", de Piero; "Lady Laura", de Roberto Carlos; o "Con una pala y un sombrero", de Gervasio. O entre los hombres del mundo anglo, "Father and son", de Cat Stevens.

Cortez, como muchos de su generación, luego de explorar el folclor, la música orquestada, de cantarle a su infancia y a su pampa natal, debió convivir con otra clase de astros que apelaban a otro sentimiento tan inigualable como global: el amor en todas sus variantes, desde la pasión hasta la infidelidad. Perales, Iglesias, Sesto o Raphael llegaron por lo suyo y se quedaron con el protagonismo.

"Me gustan las canciones desnudas, sin la parafernalia electrónica que te priva de cantar como quieras", dijo el argentino hace cerca de 20 años, siempre crítico con las ornamentaciones artísticas y retóricas propias de los nuevos tiempos, aunque no se resistió e igual terminó colaborando con Ricardo Arjona.

Quizás fue un simbolismo. La mercadotecnia de la música y los sellos bautizaron alguna vez al guatemalteco como "el poeta de las cosas simples". Pero esa etiqueta, con mucha más justicia, le pertenecía desde mucho antes a Alberto Cortez.

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