Dumbo: prueba sorteada

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Todo fluye y todo calza en Dumbo, una película quizá orientada a públicos muy jóvenes, pero que no debería incomodar ni aburrir a nadie.


En tiempos de la II Guerra Mundial, la factoría de Walt Disney parió dos de las animaciones más extraordinarias que se hayan visto: Pinocho (1940) y Bambi (1942). En medio de ambas, hay una que hoy se ve menos compleja y fascinante, pero que no les ha sido en zaga a la hora de enganchar emocionalmente a grandes y chicos con la historia de un elefante con las tremendas orejas.

La primera Dumbo, que apenas supera los 60 minutos, se ve hoy como una seguidilla de viñetas coloridas, alimentadas a cada momento por la ternura primigenia de las trompas que se abrazan al compás de la música. Hoy, no es siquiera imaginable tal tipo de película.

Lo que sí es imaginable -y muy redituable- es lo que viene haciendo Disney en años recientes: "traducir" sus éxitos animados a películas live action, con intérpretes de renombre y producción a todo dar, incluida ahí la "humanización" computacional. Un proceso que hasta ahora ha dado a luz películas eficaces (Tarzán) y otras menos que olvidables (La Bella y la Bestia). La nueva Dumbo tiene más de lo primero, lo que supone desde ya una prueba superada para Tim Burton, quien se hizo cargo de uno de los superestrenos "familiares" de la temporada. Conviene contener el entusiasmo, eso sí.

La nueva Dumbo dura 48 minutos más que la original. Entre otras cosas, porque se obliga a "dar volumen", a agregar capas argumentales a la historia del paquidermo objeto de burlas y más tarde héroe volador de un circo, separado cruelmente de su madre, para mayor cebollismo.

La historia va apoyándose en una variedad de subtemas y tensiones que involucran a una pareja de hermanos y a su padre, quien volvió de la Gran Guerra sin un brazo (Colin Farrell); a un empresario de la entretención con su artista protegida (Michael Keaton, Eva Green), y al dueño del circo donde nace el paquidermo (Danny DeVito), a quien el empresario invita a instalarse en su imperio de entretención, "Dreamland".

Todo fluye y todo calza en una película quizá orientada a públicos muy jóvenes, pero que no debería incomodar ni aburrir a nadie. En esto, Burton sale mejor parado que en las otras películas que ha hecho desde El gran pez (2003), acostumbrado como nos tiene a sus rollos de director de arte que subordina toda idea de relaciones humanas a empresas estetizantes de interés muy acotado.

En tiempos de la II Guerra Mundial, la factoría de Walt Disney parió dos de las animaciones más extraordinarias que se hayan visto: Pinocho (1940) y Bambi (1942). En medio de ambas, hay una que hoy se ve menos compleja y fascinante, pero que no les ha sido en zaga a la hora de enganchar emocionalmente a grandes y chicos con la historia de un elefante con las tremendas orejas.

La primera Dumbo, que apenas supera los 60 minutos, se ve hoy como una seguidilla de viñetas coloridas, alimentadas a cada momento por la ternura primigenia de las trompas que se abrazan al compás de la música. Hoy, no es siquiera imaginable tal tipo de película.

Lo que sí es imaginable -y muy redituable- es lo que viene haciendo Disney en años recientes: "traducir" sus éxitos animados a películas live action, con intérpretes de renombre y producción a todo dar, incluida ahí la "humanización" computacional. Un proceso que hasta ahora ha dado a luz películas eficaces (Tarzán) y otras menos que olvidables (La Bella y la Bestia). La nueva Dumbo tiene más de lo primero, lo que supone desde ya una prueba superada para Tim Burton, quien se hizo cargo de uno de los superestrenos "familiares" de la temporada. Conviene contener el entusiasmo, eso sí.

La nueva Dumbo dura 48 minutos más que la original. Entre otras cosas, porque se obliga a "dar volumen", a agregar capas argumentales a la historia del paquidermo objeto de burlas y más tarde héroe volador de un circo, separado cruelmente de su madre, para mayor cebollismo.

La historia va apoyándose en una variedad de subtemas y tensiones que involucran a una pareja de hermanos y a su padre, quien volvió de la Gran Guerra sin un brazo (Colin Farrell); a un empresario de la entretención con su artista protegida (Michael Keaton, Eva Green), y al dueño del circo donde nace el paquidermo (Danny DeVito), a quien el empresario invita a instalarse en su imperio de entretención, "Dreamland".

Todo fluye y todo calza en una película quizá orientada a públicos muy jóvenes, pero que no debería incomodar ni aburrir a nadie. En esto, Burton sale mejor parado que en las otras películas que ha hecho desde El gran pez (2003), acostumbrado como nos tiene a sus rollos de director de arte que subordina toda idea de relaciones humanas a empresas estetizantes de interés muy acotado.

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