Livy Ekemezie: bailar y llorar

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Confiado en el futuro, el nigeriano Livy Ekemezie trató de cumplir su fantasía adolescente de convertirse en una estrella de la onda disco. Su música es un recuerdo del fugaz momento de optimismo que vivió el coloso africano.


A grandes rasgos, la de Livy Ekemezie es la historia de un soñador que, como tantos otros, fracasa en su intento de convertirse en músico profesional. Un adolescente dispuesto a desobedecer el consejo de sus padres, abandonar la casa familiar e irse a la gran ciudad para probar suerte como artista. Su papá, un cantante, le advirtió que la industria discográfica era cruel y que lo mejor era mantener a raya sus ilusiones haciendo de la música un pasatiempo, pero no un trabajo de tiempo completo. Como buen adolescente impetuoso, al terminar el colegio Ekemezie hizo oídos sordos ante la voz de la mesura, armó una maleta y se fue a la capital sin pensarlo dos veces. Recién cuando llegó se dio cuenta de que no tenía absolutamente ningún plan, ni tampoco ahorros en los que respaldarse.

Con 18 años, aun imberbe, se vio en un lugar que no conocía, sintiendo desconcierto, pero también demasiado orgullo como para pedirle perdón a sus viejos y volver. Armado únicamente de un demo en caset, tocó todas las puertas posibles en oficinas de sellos discográficos, donde se sentaba por largas horas a esperar que, por cansancio, algún ejecutivo se dignara a atenderlo un par de minutos y le dijera un apático "te llamamos". Para tener algo de plata, realizó trabajos esporádicos sin relación con la música mientras buscaba su gran oportunidad, cada vez más esquiva con el paso de las semanas y los meses. Terminó durmiendo debajo de un puente, decidido a juntar lo necesario para autofinanciar la grabación de su debut. A punta de préstamos con amigos, y endeudándose por aquí y por allá, pudo costearlo sacrificándose un año entero. El disco se publicó de forma independiente y pasó sin pena ni gloria. Desilusionado, su autor se retiró de la música tras un par de presentaciones en vivo y retornó con su familia para estudiar y tener una vida normal.

Un poco más de contexto. La historia de Livy Ekemezie transcurre a comienzos de los años ochenta en Nigeria, la nación más poblada de África (y la séptima en el mundo). La ciudad de la que se va es Port Hartcourt, al sur del país, para instalarse en Lagos. Fanático de Kool & the Gang, nuestro protagonista anhela convertirse en una estrella de la música disco, una aspiración que siente con verdadera urgencia. En el velador, al lado de su cama, tiene una radiocassette en la que graba las melodías que se le vienen a la cabeza mientras duerme y que terminaron conformando su único disco, Friday Night de 1983.

Aunque osado, el sueño de Ekemezie no era una completa locura. El momento que atravesaba el país permitía que la juventud fantaseara. Se vivía un boom financiero gracias al dinero del petróleo, y pese a la inestabilidad de la democracia nigeriana, vulnerada por varios golpes de estado, había cierto aire de prosperidad social tras el fin de una sangrienta guerra civil secesionista que derramó sangre a raudales y causó hambruna masiva. Tres millones de personas murieron durante el conflicto, finalizado en 1970. La década siguiente partió con un gobierno civil, un hecho excepcional entre tantos regímenes militares, así como suficiente poder financiero como para convertir a la ciudad capital en un epicentro cultural africano. En efecto, Lagos se transformó en la tierra prometida para los músicos nigerianos. El sitio donde había que estar. Tenía estudios de grabación, fábricas de vinilos, sellos discográficos, empresarios dispuestos a invertir, discotecas y locales para tocar en vivo. El flujo de artistas era altísimo, entre llegados de provincias y de países cercanos como Ghana o Camerún.

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En Friday Night, Livy Ekemezie refleja la efervescencia que se sentía en la atmósfera del lugar y la época en la que le tocó ser joven. De cierta forma, reclama para sí la música disco, muy influenciada por elementos africanos, de la que recicla sonidos popularizados en Estados Unidos y Europa, aunque con un giro local. Por la herencia del afrorock predominante en Lagos durante los setenta, el estilo de Ekemezie posee mayor densidad que el de sus contrapartes anglosajonas. No se trata de un fenómeno aislado: Lagos se llenó de cultores de la onda disco de características similares a la caza de un hit. Muchos de sus registros han terminado en compilados de sellos primermundistas, como los recomendables Nigeria Disco Funk Special (The Sound of the Underground Lagos Dancefloor 1974-1979) o Doing It In Lagos: Boogie, Pop & Disco in 1980s Nigeria.

Friday Night cuenta con experimentados colaboradores, responsables en buena medida de la impronta un tanto psicodélica y de notoria tracción humana que tiene el disco, grabado en el estudio de un sensei de la música nigeriana, Goddy Oku. Un amigo de la familia de Ekemezie, Frank Izuora, integrante de Question Mark, leyendas locales del funk lisérgico, ayudó cantando el tema homónimo, una canción sonriente e ingenua, animada por el tecladista camerunés Jules Elong, quien realiza una triple labor en el tema, tocando un piano Fender Rhodes y sintetizadores Yamaha y Moog que hacen de la pista instrumental un verdadero deleite bailable que sintetiza a la perfección la propuesta de Ekemezie.

En un tiraje muy limitado, Friday Night se prensó en una planta de vinilos propiedad de William Onyeabor, otro prócer de la música nigeriana, adorado por Damon Albarn y gente como LCD Soundsystem y Hot Chip. Fueron pocas copias con nula promoción debido al acotado presupuesto de Ekemezie, quien se dio por vencido y regresó a su ciudad natal, donde no supo más de música hasta el acercamiento de un sello empecinado en reeditar Friday Night. Se trataba de Odion Livingstone, el emprendimiento local de dos expertos en discos africanos perdidos. Uno de ellos, Temi Kogbe, se había hecho una pequeña fortuna en Discogs vendiendo copias de la primera edición del vinilo a precio de oro, y ahora quería darle una audiencia más allá de los coleccionistas pudientes y los DJs deseosos de exclusividad. Encontrar a su autor no fue fácil, como tampoco fue convencerlo de reflotar su único disco. Según cuenta Kogbe, Livy Ekemezie estaba tan bien escondido en Port Hartcourt, que creyó que lo buscaban para secuestrarlo o estafarlo. Una vez que lo convencieron, Friday Night reapareció en 2017 y solamente en preventas recaudó más que la edición original. En sus surcos, quedaron capturados para siempre los sueños de su artífice, así como los de todo un golpeado país que, por un rato, se atrevió a ser optimista.

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