El documental viaja fuera de Santiago

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Las películas Vivir allí y Los sueños del castillo, que estarán en el Festival Cinéma du Réel, se trasladan a la III y IX regiones. Flow, estreno del 28 de marzo, explora el Biobío.


Improvisar un clavado al río Ganges a 3 mil metros de altitud es una idea arriesgada. Sobre todo si uno va a comenzar una larga filmación en la India. Sin embargo, a la pareja de documentalistas formada por Nicolás Molina y Marcela Santibáñez no les quedaba otra alternativa: en el primer día de rodaje, la cámara de Molina se desestabilizó del trípode, fue a parar al lecho del río y él debió saltar para rescatarla. Había cero grados de temperatura.

"No había peligro de inmersión, pues la cámara estaba en la ribera. El problema era el frío", dice Molina, co-realizador del documental Flow (2018) junto a Marcela Santibáñez. El interés del realizador por la vida lejos de los centros urbanos ya se notaba en Los castores (2014), que dirigió junto a Antonio Luco y que registraba la plaga de estos roedores en la Patagonia.

En Flow, ganadora de la competencia chilena del Sanfic 2018 y con estreno para el 28 de marzo, Molina y Santibáñez van aún más lejos. Realizan un ambicioso paralelo entre las comunidades que viven a lo largo de los ríos Biobío en Chile y el Ganges en la India.

"La conexión con el Biobío surgió de manera natural. Las comunidades que se desarrollan al lado de ambos ríos son similares. Los habitantes de acá y de allá dependen de los ríos e, incluso, sus piel es parecida", explica Molina, desde México, donde Flow se presenta en el Festival de Guadalajara.

Molina y Santibáñez (que hacen cámara y sonido respectivamente) no sólo debieron sortear aquel curioso accidente con la cámara. "Nos enfermamos del estómago. Bajamos de peso y tuvimos fiebre. Esto fue en la mitad de la filmación, pero había que seguir" cuenta Santibáñez.

Más al sur del Biobío, en la IX Región, René Ballesteros (1974) realizó Los sueños del castillo (2018), una de las dos películas chilenas seleccionadas en el prestigioso Festival Cinéma du Réel, que comienza mañana en París. Ballesteros, temuquense residente en Francia, fue al centro de detención del Sename de Cholchol, 30 kilómetros al este de Temuco. El marco visual y dramático en que transcurre la historia es de un contraste brutal: la áspera realidad de la vida tras cuatro paredes versus los paisajes bucólicos del sur donde se enclava el centro.

René Ballesteros es psicólogo además de documentalista y sabe de lo que filma: "Trabajé para el Sename y para lo que hoy es Senda, cuando era Conace. Estuve tres años con niños en situación de calle en Temuco. Y antes, en las secciones de menores de las cárceles de la Araucanía".

Sobre la elección de este lugar para su filme, cuenta: "Una amiga psicóloga me habló del centro de detención de Cholchol, situado en pleno campo mapuche, donde los jóvenes tienen sueños y pesadillas recurrentes. Muchos de los jóvenes son mapuche o mestizos, como una buena parte de los chilenos". Y acerca de su punto de vista en el filme, fundamenta: "La idea era abordar la experiencia del encierro desde la subjetividad y pensé que abordar los sueños era un buen camino indirecto para conocer a estos jóvenes". La cinta de Ballesteros, que ganó el Festival de Valdivia 2018, se estrena en abril en la Cineteca.

Quien llega con ópera primera al Festival Cinéma du Réel es Javiera Véliz (1986), cineasta copiapina que, como Ballesteros, es fiel a su origen y filma el barrio. O, en este caso, un pueblo ubicado 120 kilómetros al sur de Copiapó. Se trata de Totoral, un oasis en medio del desierto de Atacama. "La primera vez que fui a este pueblito me llamó la atención la presencia de numerosos árboles frutales: nogales, duraznos, damascos, perales, olivos. Las frutas estaban en el suelo y nadie las recogía. Pregunté por qué y me dijeron que era porque los habitantes eran todos mayores de 70 años, no más de 40 personas", explica Javiera Véliz desde París, donde espera el estreno el próximo domingo.

Definido por los curadores del Festival Cinéma du Réel como un "documental de observación psicodélico", el filme de Véliz tiene en realidad un nombre bastante más largo. Se llama Vivir allí no es el infierno. Es el fuego del desierto. La plenitud de la vida quedó ahí como un árbol. Las razones no van por el lado de la lógica, sino que por lo sensorial. "Me han criticado mucho ese título, pero lo conservo pues desde que escribí esas palabras en una libreta la película tomó forma", dice Véliz.

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