Yuval Noah Harari: el aleccionador de moda

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En sus lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari no convence ni estimula.


Uno siempre debiera ponerse en guardia cuando el título de un libro ofrece lecciones para tal o cual cosa, pues, por un lado, podría tratarse de un volumen de autoayuda ligeramente camuflado o, por el otro, de un manual escrito por algún demente, por algún beato o por algún político escaso de recursos. 21 lecciones para el siglo XXI, del historiador israelí Yuval Noah Harari, reúne algunas de las características recién mencionadas, por cierto, pero su principal defecto es que consiste en una suma de inconsistencias y arbitrariedades presentadas como verdades cuasi absolutas, algo que tal vez tenga que ver con lo siguiente: Harari publicó recientemente dos obras que tuvieron una magnífica acogida universal -Sapiens y Homo Deus-, con lo cual su nombre pasó a convertirse en una marca que, sin importar ya mucho lo que escriba, asegura súper ventas.

Tanto es así que estas lecciones no provienen del acto de sentarse a reflexionar, como cabría esperar de quien sea que quiera aleccionarnos, sino de emails, diálogos y otros tipos de intercambios que el autor, elevado a categoría de gurú, mantuvo mayoritariamente con sus admiradores. "En realidad, estas páginas se escribieron en conversación con el público". ¿Qué piensa entonces Harari acerca del futuro? Nada muy novedoso, la verdad, nada que no hayamos leído en los sucintos e interesantes artículos que provee la buena prensa internacional. Tres son las grandes amenazas que, mal desarrolladas, podrían cambiar radicalmente el mundo según lo conocemos en las próximas dos o tres décadas: la inteligencia artificial, los algoritmos de macrodatos y la bioingeniería.

En todas ellas, por anga o por manga, Google y Facebook juegan y jugarán un rol fundamental. Y hasta donde hemos podido apreciar, el asunto no va muy bien encaminado. Sin embargo, pese a todo lo que sabemos (manejo fraudulento de datos privados e irrupción ilegal en campañas presidenciales, por sólo dar dos ejemplos), Harari estima que Facebook podría salvar al mundo, dando cuenta, a la pasada, de una ingenuidad que lo desacredita bastante en su calidad de gurú. Divagando acerca del desmembramiento social de nuestra época sin relato, el autor apela a la formación de comunidades como respuesta a las probables y catastróficas consecuencias del desempleo masivo, del surgimiento de castas ultra privilegiadas por la bioingeniería o del auge de los nacionalismos.

La respuesta de Harari viene en forma de pregunta: "¿Dará Facebook un verdadero voto de confianza y favorecerá las preocupaciones sociales por encima de los intereses financieros? Si lo hace y consigue evitar la quiebra, será una transformación trascendental". La frase es digna del emoji del escepticismo, ése con los ojos apuntando al cielo, pero la que sigue es francamente descabellada: "Sólo cabe esperar que Facebook pueda cambiar su modelo de negocio, adoptar una política de impuestos más reconciliada con las actividades desconectadas, ayudar a unir el mundo y seguir siendo rentable".

Siempre disculpándose por hacerlo, Harari plantea una crítica al liberalismo democrático sin jamás conseguir vislumbrar algo a cambio. Los capítulos del libro no tienen mayor conexión entre sí -a fin de cuentas se trata de una seguidilla de emails- y el momento culminante del relato ocurre cuando nos asegura que la única manera de conocernos a nosotros mismos -que a la vez es la única manera de salvarnos de los males del futuro- sería cierta clase de meditación hindú. Hace más de 400 años un seguidor de Séneca, Michel de Montaigne, nos dio lecciones imperecederas para abordar el pasado y el futuro. No hace falta, por lo tanto, tropezar con Harari.

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