Resurrección de materiales

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Metraje encontrado (Hueders, 2018) es el nuevo libro de Germán Carrasco. El poemario, dedicado a la directora y pareja del escritor, Tiziana Panizza, retoma y actualiza algunos tópicos presentes en sus títulos anteriores.


"Su amigo Ortuzio dice a la viajera que los mercados persas son como ir al diván del psicoanalista, pero ahorrándose el dinero. Los objetos allí exhibidos despiertan evocaciones que nos recorren a la manera de álbum íntimo y social". Esas son las palabras que abren Poste restante de Cynthia Rimsky. El mercado persa y sus objetos como pequeñas ruinas: fotos antiguas, deslavadas de tanto sol, o un casette de la Blue Splendor que sonó quién sabe cuándo y en qué radios, orquestó cuáles fiestas. Etcétera.

Es en ese mismo espacio en donde la cineasta Tiziana Panizza —que presta los frames que acompañan este libro— encuentra latas de cámaras 8mm que registran momentos familiares, ahora despersonalizados, entregados al olvido a usos insospechados. Recuperaciones que funcionan como resurrecciones. Carne muerta que se levanta como un zombie antes de la putrefacción.

De eso van los poemas de Metraje encontrado, de Germán Carrasco. De eso y muchas cosas más, por supuesto. Pero esa idea —la resurrección de materiales— es uno de los vectores que articula el libro. En el poema que abre el volumen leemos: "porque traducir y escribir son actos de resurrección y saqueo en donde los fantasmas se levantan como en un poema de Harris o en una de George Romero y sus versos e imágenes renacen en las ferias persas de la mente". Resurrección que quiere funcionar más como una recuperación en su calidad de escombro que un remake en HD, a la manera de Disney.

Para quienes siguen la poética de Carrasco, esta idea no es nueva y su persistencia forma parte de lo que podríamos llamar, de forma algo pretenciosa si se quiere, como su programa de escritura. Su carta de navegación. Su ética y estética. Las teclas que toca Carrasco, para usar una expresión algo cacofónica. Las imágenes —las palabras, el poema— están y aparecen y su claridad es siempre parcial. En el centro de la imagen, como en esas fotografías donde alguien intenta capturar una instantánea del sol, un punto negro: el poema.

Hace unos días, una escritora local decía haber descubierto con asombro que Mistral "era canuta como ella misma". Vale la pena retomar la frase —una pésima lectura o quién sabe— porque el fantasma de Mistral está presente en la poesía de Carrasco. Leamos, por ejemplo, un fragmento de estos endecasílabos absolutamente mistralianos:

La flor del natre da la bienvenida

La flor de natre de precordillera

hermosa pero amarga a recagarse

como toda hierba hay que usarla

con asesoría seria y cuidado extremo.

Las flores de montaña son tozudas

y nacen de las grietas más heladas

de las rocas con rostro de demonio.

El natre, como la menta y otras hierbas, ocupaban un lugar privilegiado en el imaginario mistraliano, en desmedro de las flores que —parafraseo a falta de fuente— mostraban su belleza y juventud para luego marchitarse. El uso del endecasílabo, nuestro pentámetro yámbico, parece sugerir el ritmo lento del trekkero en la montaña, antes o después de encontrarse con "la flor de natre de precordillera". La montaña y la caminata, cómo no, son otros temas recurrentes en los libros anteriores de Carrasco.

Mismo procedimiento parece ocuparse al servirse de palabras tan propias de nuestra educación católica. Así, en los primeros versos de Bautizo y construcción podemos leer: "Las presencias que aparecen en el metraje/ que encontramos en el mercado persa/ no tienen nombre ni localidad:/ hay que otorgárselos/ y ponerlos en circulación ya bautizados// Escojamos el nombre entonces/ para la novia que arroja el ramo/ y para la chica que salta y lo recoge/ aunque pareciera que lo alza triunfal/ cual un trofeo o testigo en una posta".

Rebautizar la materia y darle una segunda vida, como una especie de renovación de votos. No es una religiosidad pechoña, o canuta, como apuntó la escritora que descubrió a Mistral —nadie habla de "canutos" sino es con cierto dejo de menosprecio— sino aquella manchada, la del Dios de las procesiones a Lo Vásquez, "un paseo una fiesta populera/ del pueblo de dios/ que mea y caga/ donde se le canta/ y escuchan cumbias que da gusto/ entre guitarreos y fogatas hechas/ con lo primero que se encuentre".

Mención aparte merecen los fotogramas colocados en el libro. Estos frames, tomados precisamente de viejas cintas encontradas por Tiziana Panizza, documentalista y pareja del autor, prolongan el sentido de los poemas, permitiendo esta ceremonia de resurrección y bautizo: en un frame vemos a dos mujeres y un hombre en una playa. Esta imagen viene acompañada de otra que nos anuncia: "Algunas escenas muy familiares" y una fecha: 1959. No sabemos de dónde proceden ni quiénes protagonizan la escena. Puede ser un día de verano o una primavera generosa. Los personajes miran fuera del cuadro, ¿a quién? ¿o qué? Están ahí como esa fecha: 1959. Vivos, otra vez.

Y el poema es la ceremonia para esta resurrección de materiales.

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