Un curso de Parra

"La clase fue una de las más dinámicas, la hora pasó volando en un ir y venir de preguntas como las que aparecen infiltradas en los antipoemas para quebrar el sentido, y quizás ahí está la salida o la clave", escribe Milagros Abalo, narrando la experiencia de impartir a Parra en una sala de clases.


Hace unos años di un curso de poesía chilena a alumnos y alumnas que no eran de literatura. Son clases universitarias para que los estudiantes sepan de todo un poco, no para cambiarles el norte que han elegido, sino para que miren otras cosas, por salud mental. Lo que hago ahí no es enseñar poesía en términos de tradición y formas sino mostrarles poemas, poetas, y leerles en voz alta, porque así entra más fácil la palabra en jóvenes que por lo general apenas leen: así, entre los que parpadean sobre sus codos, la palabra se desliza hasta hacerlos prestar atención, y la poesía de Nicanor Parra en eso es carta segura. Permite hacer contacto.

Comienzo diciéndoles que también fue profesor pero de física, que en los números y en las palabras depositó una confianza similar. Este dato no lo digo por lo anecdótico sino porque la labor de profesor se infiltró de alguna manera en su escritura. Luego les hablo de Violeta, de su canción, y vuelvo a Nicanor con su Defensa de Violeta Parra, esa hermandad hecha síntesis, ese canto conmovedor, quizás el único texto absolutamente conmovedor en la obra del poeta. En seguida proyecto los artefactos en un power point y en paralelo también algunos memes. Luego leo sus poemas más conocidos. Y pasa lo siguiente: los hombres son los más entusiastas. ¿Será una poesía más para hombres?, me pregunta entonces una alumna, y es que el tema de género ya es difícil evadirlo. Aunque les diga que si bien la poesía es plenamente consciente de estos temas, en un punto de la discusión me parece que sigue de largo. ¿La mujer no está presente a no ser como la víbora del poema que leyó?, agrega. No olviden, digo, que eran otros tiempos y otros contextos, aunque evidentemente hay en la antipoesía una relación de desconfianza con la mujer. A excepción de su madre y su hermana o la mujer de la Carta a una desconocida, que por algo era desconocida, la aparición de la mujer en sus poemas no solo está lejos de todo romanticismo o paridad, sino que está acotada a lo sexual.

Seguramente, les digo, es una manera de protegerse ante tanto fracaso sentimental, y se ríen. No hay idealización del amor como el que hasta entonces conocíamos con Neruda, figura detonante, por cierto, de la antipoesía.

Recordé entonces, mientras les pedía que leyeran ellos mismos el poema Mariposas, cuando hace trece veranos fui a verlo a su casa en Las Cruces y me abrió con su pelo enmarañado y su chaleco al revés, le sonreí y él recogió esa sonrisa y me saludó de manera coqueta. Le seguí la corriente toda esa tarde mientras hablaba y me servía vino, recitaba poemas y hablaba de la Mistral, de Todas íbamos a ser reinas, que según él le daba patadas al Poema 20 de Neruda. La Mistral, repetía, la Mistral, dejando un eco resonante para la joven que había tocado su puerta.

Ante este curso reparé por primera vez cuán diferentemente cala la lectura de Nicanor Parra entre las mujeres. Más preguntas salieron al camino, ¿la poesía puede ser todo el rato chistosa? Les dije que sí, que no sé, que los poetas pueden hacer lo que se les venga en gana, que la poesía es en primer lugar un espacio de libertad, incluso de contradicción, pero ojo, les dije, bajo la apariencia de ese chiste podría revelarse, o no, un doble fondo, igual al de los ataúdes del poema que les había leído recién. Es un humor entre nervioso y resignado, como el de quien quiere salir de una situación incómoda a punta de risas. Un humor sobre todo resignado, en este sentido muy chileno, dije, y entonces un estudiante de intercambio que venía de Suecia asintió con la cabeza. Nombré algunas películas de Raúl Ruiz, al que no conocían ni en pintura, para decir que este tipo de humor da cuenta de situaciones cotidianas e indeterminadas, precisamente porque las palabras de las que se vale también tienen ese halo de indeterminación, de ambigüedad: no vienen cargadas para juzgar aquello a lo que se están refiriendo sino que su gracia es simplemente referirlo, exponerlo, y dejar en el lector toda posible interpretación. Así eran de alguna manera las conversaciones con el mismo Nicanor, abiertas.

En los poemas de Parra esa gama de situaciones está marcada por la palabra de la propia gente que las protagoniza, gente común y corriente –usted, usted, usted, indiqué a los alumnos de informática que estaban conversando en el rincón de la sala–, es ahí donde encuentra Parra esa vitalidad, ese nuevo aire para escribir. Les dije que las palabras de la poesía bien podían ser las palabras simples y sueltas de una conversación cualquiera, que esa zona no estaba restringida como se podía pensar antes. Nicanor siempre tomó nota de todo tipo de conversaciones, como aquellas que se escuchan al vuelo mientras uno está haciendo la fila para comprar el pan, el vino o un remedio. Por ejemplo, en oídos de Parra esta misma conversación, les dije, podría haber decantado en las líneas de un poema. Lo que quiero decir es que se nutrió siempre de lo que encontró a su paso e iluminó elementos cotidianos con serena resignación, como en el poema "Es olvido", y a través de ese método hizo aparecer una humilde humanidad, humilde no por su rango social sino por la falta de magnificencia de esas voces, de esos personajes. ¿Personajes?, preguntó un alumno. Sí, le dije, personajes, máscaras en muchos casos para decir lo que no se puede decir directamente. Les hablé entonces de la dictadura, de la censura y de El Cristo de Elqui. Me preguntaron si el deber del poeta no era también el de tener una postura política y manifestarla en su escritura. Les dije que sí, pero no con un partido sino con el ser humano.

Ya comenzaba a terminar el bloque, apuré el ritmo, insistí en que la poesía también podía ser a escala, podía ser gozosa y quedarse en ese registro, y que la sabiduría que uno puede tener como lector consiste en recibir o dejar lo que cada autor puede dar y no buscar otra cosa en él. Puede que muchos y muchas de ustedes no logren identificarse con lo que esa mirada nos ofrece y la forma en la que nos lo ofrece, la forma de estar en el mundo que supone esa mirada, pero eso no impide reconocer el valor que tiene. Entonces una alumna levantó la mano y dijo que si ella leía poesía lo hacía para tocar un fondo, o porque había tocado fondo, y rió. Ahí está Parra, le dije, en ese reverso o lapsus.

La clase fue una de las más dinámicas, la hora pasó volando en un ir y venir de preguntas como las que aparecen infiltradas en los antipoemas para quebrar el sentido, y quizás ahí está la salida o la clave. En las preguntas que Parra deja instaladas. Como el profesor que fue, concluyo, enseñó que un camino siempre puede abrirse hacia un nuevo horizonte, y que sólo algunos tomaron ese desafío, mientras muchos optaron por el camino fácil del discipulaje.

Cuando se desplazan las palabras se modifica la manera de entender y estar en el mundo, se modifica el concepto de belleza que hasta entonces se tenía. Pero cada cual debe encontrar su forma. Parra no recetó una forma, sino que renovó el pozo de la poesía porque ofreció otros criterios estéticos con los que medirla y otras experiencias humanas y mundos con los que nutrirla, y en esa pasada proyectó una nueva imagen del hombre. Fue un punto de articulación, un mecanismo de cierre y de apertura, les dije y les mostré la bisagra de la puerta moviéndola hacia adentro y hacia afuera, fue una bisagra que articuló dos superficies, del cielo a la tierra, y ese movimiento de aire que surge, seguí moviendo la puerta más fuerte, propició el terreno para los que vinieron después, los más vivos de los cuales sacaron tanto o más provecho o tan solo un provecho distinto, y dejé abierta la puerta y dije hizo brotar un mundo de la nada.

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