Rojitas, agricultor no tradicional

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Novela cómica que por momentos toca con talento la tecla de la picaresca, Cátedras paralelas no sólo viene a ser parte del justificado rescate literario de un autor importante.


En 1985, año en que se publicó, la novela Cátedras paralelas permitía lecturas muy distintas a las que podemos obtener de la actual reedición. De partida, el país era otro, un país más temeroso -corrían años duros de la represión- y bastante golpeado por la recesión económica. Las circunstancias que toca el libro -la expulsión de un profesor universitario de teoría literaria por mencionar en un artículo académico que Chile se fue al carajo; la precariedad del ambiente cultural santiaguino; la miseria de las zonas rurales- no son meramente anecdóticas, algo que cualquier lector joven debería tener en cuenta al momento de contextualizar el relato.

Andrés Gallardo (1941-2016) fue un autor quitado de bulla pero consistente con su trabajo. Poseía, además, sentido del humor, un rasgo escaso entre nuestros narradores; en consecuencia, era capaz de montar sin esfuerzo aparente parodias memorables. Otra característica que lo diferenciaba de la mayoría de los novelistas chilenos que uno lee hoy por hoy, yendo ahora al plano puramente técnico, es que practicaba el don de la frase larga, pulida, exigente. ¿Qué quiero decir con esto? El hombre articulaba extensas parrafadas, perfectamente calibradas, sin necesidad de valerse de un punto seguido, lo cual exige, además de un oído fino y un sentido del ritmo magistral, el manejo de variables sutiles y sutilísimas.

La novela comienza con lo inevitable: "El sobre blanco se veía un sobre blanco común y corriente, pero estaba claro que se trataba de un sobre azul". Una vez despedido de la universidad, Rojitas, el protagonista, decide dar un Taller de Integración de Medios con énfasis en la semiótica, espacio al que acuden con entusiasmo diferentes tipos de personas, aunque para el escéptico y un tanto desubicado Rojitas, los concurrentes están lejos de constituir una audiencia ideal: "(…) nunca creí que hubiera tanto patán en este mundillo. Si de cada diez pintores nueve son patanes, de cada diez artesanos nueve y medio son patanes, de cada diez músicos ocho son patanes y los dos restantes resentidos, de cada diez críticos nueve son patanes y el otro un inepto".

No es de extrañar que con tal disposición, el taller de Rojitas acabara fracasando. Enfrentado entonces a la miseria, el exprofesor decide sepultarse en vida en Rinconada de Tromén, una chacra familiar en ruinas. Surge aquí el sarcasmo sofisticado con que Gallardo solía tratar en sus obras al campo chileno, ensañándose ahora especialmente con la tendencia literaria criollista. La tozudez del habitante originario y la imposibilidad de resucitar el terruño a su época de gloria son dos desafíos con los que Rojitas deberá luchar denodadamente, llevándose todas las de perder, por supuesto.

Novela cómica que por momentos toca con talento la tecla de la picaresca, Cátedras paralelas no sólo viene a ser parte del justificado rescate literario de un autor importante. La historia de la nana del protagonista, que termina ejerciendo como chofer de una señora empingorotada, da cuenta de cierta parte de nuestra historia que merecería una mayor atención de los especialistas en monografías: emigró a la ciudad junto a los padres de Rojitas desde Rinconada de Tromén y dedicó su vida a servir al otrora profesor. Sin embargo, hacia el final de la novela, Juan Pablo Rojas Cruchaga se pregunta: "Cómo se llamará la Nana, no puede llamarse Nana, tiene que tener un nombre".

Cátedras paralelas

Andrés Gallardo

Overol

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