La casa que Jack construyó: Sicópata Americano

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Es la marca registrada de Von Trier, una extraña mezcla de arrojo calculado, sufrimiento humano, contradicciones y apelar al lado más oscuro de la vida. El resultado de su cine nunca deja indiferente y su público cautivo sabe a lo que se enfrenta.


Hoy, resulta absurdo actuar sorprendido con los contenidos de las películas del danés Lars Von Trier, quien, con el tiempo, ha demostrado ser tanto director como polemista. Basta recordar sus declaraciones, humorísticas según él, de ser un simpatizante nazi, brutalidad que declaró hace 8 años en Cannes y que le ganó la expulsión del festival y ser declarado persona non grata. Ahora vuelve con La casa que Jack construyó, la historia de un asesino serial a quien entre homicidios y la construcción de su casa soñada, le gusta teorizar acerca del valor del arte y del artista en el mundo.

Matt Dillon es Jack, un elusivo asesino activo por años, que relata su historia a Verger, el suizo Bruno Ganz. Su relato se centra en 5 incidentes que lo han marcado, ocurridos en un período de 12 años. Ambientada en una Norteamérica de fines de los 70 y principio de los 80, conoceremos a Jack, un connotado arquitecto que pretende construir su casa con los materiales perfectos, pero que, de vez en cuando, también asesina a personas, preferentemente mujeres, para luego almacenar los cuerpos en un refrigerador industrial.

La búsqueda de Von Trier no es la de analogías complicadas y su máxima parece ser ¿para qué sugerir si podemos mostrar? Con el tiempo este danés también ha ido centrando cada vez más su universo cinematográfico en su tema y obsesión favorito: él mismo. No hay que darle muchas vueltas antes de declarar que este Jack no es más que una representación de sí mismo, un artista /asesino que ha hecho sus mayores obras en base a un alto costo, que ha sido acusado constantemente por sus actos y que su vida ha sido tachada por la incomprensión. Así como Melancolía fue su manera de lidiar y enfrentar la depresión, esta vez quiere llevar las cosas un poco más lejos.

La casa que Jack construyó transita una delgada frontera entre desfachatez y genio. Así como su ojo de cineasta está más despierto que nunca, también lo está su egocentrismo, misoginia e intransigencia. Pero nada de ello es para sorprenderse. Es la marca registrada de Von Trier, una extraña mezcla de arrojo calculado, sufrimiento humano, contradicciones y apelar al lado más oscuro de la vida. El resultado de su cine nunca deja indiferente y su público cautivo sabe a lo que se enfrenta.

Aunque a ratos lo parezca, esto no es El juego del miedo. Por el contrario, es una cinta (relativamente) adulta realizada por un cineasta al que le gusta provocar. Hoy en día, no es poco.

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