Días de cine: películas, series y conversaciones

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De todas las expresiones artísticas, el cine es posiblemente el que llega primero al lugar de los hechos, por así decirlo, y el que caduca antes. El séptimo arte pareciera no terminar de ajustar cuentas con esa dimensión de la realidad que mejor recoge, al menos en principio, que es el tiempo.


No es una pregunta bizantina ni tampoco académica: ¿cuándo fue que el cine salió de la conversación social? ¿Cuándo fue que dejó de emplazarnos, de tocarnos en zonas que son placer y también de dolor? ¿Fue con La guerra de las galaxias, punta de lanza de un gigantesco fenómeno industrial que terminó infantilizando al cine? ¿Fue mucho después, dado que hasta de Titanic, de la cual se habló a destajo en las sobremesas, quizás porque es mucha la gente que la odió y muchos los que la defendimos? Hoy es muy difícil que una película cumpla esos estándares. James Stewart y Kim Novak en Vértigo, de Hitchcock.

Es improbable, de partida, que entre a los hogares de esa manera, que es la misma con que entraron en distintos momentos títulos como Atrapado sin salida, como Taxi Driver, como Atracción fatal, por dar ejemplos de realizaciones de muy distinto valor pero que vio medio mundo. Son cintas que, no obstante sus sesgos e imposturas, movieron las agujas y echaron una luz distinta sobre aspectos de la realidad o de la vida que estaban en penumbras.

No se necesita mucho análisis para establecer que el lugar que antes ocupaban las películas ahora lo ocupan las series. No hay reunión de amigos, no hay almuerzo dominical que ahora no termine con un compulsivo intercambio de recomendaciones y datos respecto de lo hay que ver.

Por favor no te la pierdas.

Tienes que verla, te va a encantar.

Sí, te lo concedo, los primeros capítulos parten suave, pero verás que después se vuelve increíble. En esas estamos. Nadie, desde luego, puede verlas todas.

Y rara vez se producen convergencias.

La cosa ahora está mucho más atomizada. El resultado es que la gente no discute sobre las series como discutía antes sobre las películas.

Nada parecido a eso; hoy diálogos se parecen mucho a un check list donde uno dice que aquella vale la pena, otro dice que no y el tercero que no la ha visto. La cosa llega hasta ahí porque entonces pasamos a la siguiente.

Vaya que se empobreció la conversación entre medio.

Quizás por eso sigue siendo estimulante encontrarnos de vez en cuando con algún título que hizo época en otro tiempo en el cable. Como A quién ama Gilbert Grape, que se mantiene.

Como Blow-Out, de Brian de Palma, que no solo se mantiene sino que ha crecido. Es cierto que no son casos frecuentes. La mayoría de las películas envejece mal.

De todas las expresiones artísticas, el cine es posiblemente el que llega primero al lugar de los hechos, por así decirlo, y el que caduca antes. El séptimo arte pareciera no terminar de ajustar cuentas con esa dimensión de la realidad que mejor recoge, al menos en principio, que es el tiempo. Menudo problema. En general, se necesitan no solo buenas historias sino además cineastas dotados de un sentido visual muy potente para que realizaciones de otro tiempo nos sigan interpelando.

Eso explica la vitalidad de aquel largometraje de Brian de Palma. O de un Hitchcock como Vértigo, desde luego. En una entrevista reciente, de Palma decía que Hitchcock no se contentaba con registrar la realidad: buscaba cómo expresarla por medios puramente visuales y sonoros. "Construía –dijo- bellas imágenes y nos hacía enamorarnos de ellas".

Para él, Vértigo no es más que eso: una ficción donde el héroe y el espectador se enamoran de una misma imagen, la de una mujer de belleza inalcanzable, y donde además "el héroe se hace matar dos veces ¡para nuestro más grande estupor!". A juicio suyo los problemas de guion en Vértigo siguen siendo enormes, pero eso no tendría ninguna importancia.

Por una razón de orden superior: es cine en estado puro.

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