Vagabundo del karma: Néstor Sánchez

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Fue cercano a Julio Cortázar. Sus novelas se publicaron en importantes editoriales de Barcelona y París. Y luego de eso pasó una temporada desaparecido en Estados Unidos. El escritor Néstor Sánchez volvió a Argentina en 1986. Ahí murió, en 2003, y desde entonces sus libros se han reeditado tanto en España como América Latina.


Era 1978 y Manuel Puig paseaba por Nueva York. El autor argentino, quien ya tenía tras de sí El beso de la mujer araña, se quejaba de lo insular que significaba ser un autor latinoamericano en tierra anglo: "¿Y qué es fracasar en Nueva York? No poder comprar todo lo que la publicidad impone con arte insuperado".

No era el primero ni el último: por esos mismos años Reinaldo Arenas llegaría a Nueva York y de hecho moriría ahí mismo, culpa del sida. "Manhattan es una de las pocas ciudades del mundo donde resulta imposible arraigarse a un recuerdo o tener un pasado", escribió el cubano. "En un sitio donde todo está en constante derrumbe y remodelación, ¿qué se puede recordar?".

Tanto Puig como Arenas son dos escritores latinoamericanos que vivieron y escribieron fuera de sus países. Que cayeron en Nueva York, una ciudad llena de latinos y culturalmente efervescente, sí, pero en la cual, en medio de multitudes de gente, la soledad y el aislamiento se intensifican.

Un tercer caso es Néstor Sánchez, escritor y traductor argentino, quien también vivió en Nueva York durante los setenta. Fue ahí, de hecho, donde Sánchez desapareció. Por lo menos para sus amigos, familia y el mundo literario.

En Nueva York Sánchez se convirtió en un vagabundo que escribía con la mano izquierda, uno que se hacía el loco para que la policía no lo molestara y que sobrevivía con lo mínimo. "Aprendí a subsistir con dos dólares por día", contaría más tarde, en una entrevista a su regreso a Argentina, "durmiendo en cualquier sitio y haciendo dinero mínimo para mis gastos de cualquier manera".

A partir de Manhattan

Antes de Nueva York, Sánchez vivió en Europa: Italia, Francia y Barcelona. Eran los setenta, la época del Boom, de los Donoso, Vargas Llosa, García Márquez y Fuentes. El Boom era un grupo, o una idea marketera, que a Sánchez le cargaba, pero que también le daba de comer. Fue su amigo Julio Cortázar, quien lo recomendó con sus publicaciones, así como ayudó a encontrar trabajos. Y la agente literaria Carmen Balcells, acaso la ideadora del Boom, también lo amadrinó.

Nacido en 1935, en Buenos Aires, a Néstor Sánchez se le conoce como unos de los autores menos expuestos y tal vez más anómalos de América Latina. Entre 1966 y 1988 publicó cinco libros: cuatro novelas (Nosotros dos; Siberia blues; El amhor, los Orsinis y la Muerte; y Cómico de la lengua) y uno de cuentos (La condición efímera). Son obras extravagantes y ricas en su lenguaje. Difíciles, claro, ya que la obra de Sánchez busca a propósito revolcarse en lo difícil.

En los libros de Sánchez se nota la influencia del jazz, lo esotérico (fue un seguidor intermitente de Gurdjieff), así como de los beats, especialmente de Jack Kerouac y su stacato escritural. De alguna forma, para Sánchez la literatura siempre se quedaba corta. No era un artesano de historias, sino de palabras, frases, incluso murmullos.

Así comienza el relato "Diario de Manhattan":

La elocuencia íntima sobradamente íntima de un año que termina en la vicisitud constante entre comprensión o penumbra.

Es un relato (mas no un cuento) sobre un narrador que vagabundea alrededor de la isla de Manhattan:

Aparecer en esta isla, recorrerla incluso en sus gangrenas, es como adjudicarle verosimilitud: a veces, sin embargo, se parece demasiado a una metáfora de toda humanidad que decae degradándose; otras, un museo perfecto de hasta el último pormenor de lo que no debe hacerse.

"Siempre tuve la intención de dedicarme al cine, pero en este país era una aventura muy difícil", le diría tiempo después a Página 12. "En París hice una adaptación cinematográfica de mi novela El amhor, los Orsinis y la Muerte, que le acerqué a François Truffaut. Y él me contestó que era un excelente guión para escribir una novela".

A sus 33 años, Sánchez se fue de Argentina con una beca. Pasó de Iowa a Nueva York y Nueva Orleans, de allí a Caracas, luego a Barcelona, después a París, y volvió a Nueva York, con paradas en San Francisco y Los Ángeles.

Si bien viajero, Sánchez era un escritor comprometido con su soledad. O con su solipsismo: de a poco dejó de hablar con su hijo, Carlos, quien actualmente es el encargado de re-publicar la obra de su padre.

El camino lumpen

En 1986 Carlos Sánchez recibió una postal desde Los Ángeles. Eran unas pocas líneas de su padre, de quien no sabía nada hace tiempo. Carlos le respondió: le dijo que quería abrazarlo.

Y de esta forma, a su vez, contestó su padre: "El abrazo sirve para arrugarse la ropa".

Le mandó dinero y lo fue a buscar al aeropuerto: Néstor Sánchez traía consigo un bolsito. Apenas un cepillo de dientes y otras escasas pertenencias. Nada más. Habían sido 18 años en el extranjero.

De a poco el autor argentino se volvió una figura velada, de culto se podría decir, aunque claro: la categoría "de culto" es siempre injusta. Y, además, más que un autor de culto Sánchez se volvió en un autor oculto: durante esos 18 años muchos lo habían pensado muerto. Bolaño y García Porta, en Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, lo imaginan como un fantasma de las letras latinoamericanas: "¿Era Néstor Sánchez el que tocaba el saxo aquella noche en un café cantante en Ámsterdam?", se preguntan y luego agregan: "El perdido, el desaparecido no se sabe si por causas políticas o por propia voluntad; finalmente, el músico que da muerte piadosa al escritor".

Otro es Enrique Vila-Matas, quien escribió que la novela Nosotros dos "fue un libro decisivo para mí; tenía la cadencia del tango y de hecho resultaba muy parecido a un tango".

"Me quedé sin épica", dijo Sánchez, años más tarde, a su regresó a Argentina, cuando le preguntaban por qué había dejado de escribir. Aquellas palabras aparecerían en Cerdos & Peces (la revista de Enrique Symns) en mayo de 1987. Fue gracias a esta entrevista que una nueva generación de lectores, aquella que justamente miraba al Boom con sospecha, prestó atención a la obra de Sánchez, quien aseguraba que "para ser lumpen hay que tener conducta".

Desde entonces que sus libros de Sánchez se han reeditado y su escritura ha sido redescubierta, así como su vida: en 2015 se estrenó el documental Se acabó la épica, de Matilde Michanie; por su parte el argentino Osvaldo Baigorria escribió la semblanza Sobre Sánchez; y el año que viene el mexicano Jorge Antolín publicará una biografía.

Puede que "Diario de Manhattan" sea la mejor introducción a la obra de Néstor Sánchez. Es un relato que como dice su título más bien se lee como una bitácora: la de alguien que se invisibiliza. Un narrador, como le sucedió a Néstor Sánchez, quien recorre una ciudad tan llena de gente y luces que eventualmente deshumaniza todo a su alrededor.

La caravana incesante de los puentes que colma cada mañana la ciudad; la caravana desvariada que la vacía cada tarde con dos luces de frente, hacia los relámpagos sonoros del televisor. Cinco días de flujo y reflujo multitudinario en cuatro ruedas, acaso con el único motivo no del todo explícito de consumir petróleo en gran escala. El planeta, fatalidad en sí mismo, requiere ser vaciado, a su edad, del líquido negro.

Más que otro autor "vanguardista" (aquel término manoseado por académicos flojos y escritores cortos de imaginación), hay que leer los libros de Sánchez como un grito primario. Su vida y obra son un recordatorio de lo efímero que significa estar vivo. Que la historia de la literatura es siempre ingrata, porque son pocos los autores y autoras que sobreviven el paso del tiempo. Y que por tanto la condición efímera es, a fin de cuentas, equiparable a la condición humana.

Se acabó la épica de Matilde Michanie

https://vimeo.com/119001137

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