La última era dorada del rock neoyorquino

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La historia de The Strokes es parte central del libro.

El libro Nos vemos en el baño retrata el esplendor de comienzos de siglo de bandas de la Gran Manzana, como The Strokes, LCD Soundsystem e Interpol.


Todo sucedió en apenas seis meses. A mediados de 2000, The Strokes era una banda emergente que pasaba varios días encerrada ensayando en un pequeño estudio. No los conocía nadie, pero tenían un plan perfecto. Cuando tuvieron unas cuantas canciones, consiguieron un par de locales para presentarse en vivo, imprimieron mil flyers y ellos mismos se encargaron de distribuirlos en los sitios de moda de Nueva York. Julian Casablancas, el líder de la banda, añadió otros objetivos para ganar popularidad: no tocar nunca los martes y miércoles e invitar a sus shows a la mayor cantidad de modelos de la agencia Elite, propiedad de su padre.

El objetivo se cumplió. Sus conciertos se hicieron a tablero vuelto y su primer EP, The modern age, fue publicado en enero de 2001 por Geoff Travis, el dueño de la discográfica inglesa Rough Trade y descubridor de Cabaret Voltaire y The Smiths, quien los llevó a Londres y dio inicio a un fenómeno que no se veía desde la época del grunge y el brit pop.

Retrato de la última edad de oro del rock neoyorkino, Nos vemos en el baño (2017) es un libro lleno de anécdotas, excesos -menores, eso sí, a los de músicos de décadas anteriores-, traiciones, éxitos y frustraciones de una generación espontánea de artistas que despuntó entre la irrupción de Napster y la caída de las Torres Gemelas. Escrito por la periodista Lizzy Goodman en una investigación que se extendió por seis años -desde la despedida con elástico en 2011 de LCD Soundsystem en el Madison Square Garden- y que tuvo a más de 150 entrevistados, el texto es un relato coral, a la usanza del clásico Por favor, mátame de Legs McNeil, que repasa la centelleante irrupción de The Strokes, y su posterior apertura en otras bandas de la Gran Manzana, como LCD Soundsystem, Interpol, Yeah Yeah Yeahs, Grizzly Bear y The National.

Aunque Goodman precisa que el punto de partida de las últimas estrellas de rock neoyorquinas se inició con el disco Tremble under boom lights (1997), de los subvalorados Jonathan Fire Eater -de cuyas cenizas nació The Walkmen-, The Strokes es el espolón que le da sustento a un movimiento que alcanzó reconocimiento mundial.

Nos vemos en el baño retrata que, por ejemplo, el éxito de los de Julian Casablancas hizo que John Peel, el DJ más famoso de Inglaterra, invitara a Interpol a sus Peel Sessions antes de que publicaran su disco debut; que The Rapture fuera promocionado en Londres como "la versión disco de The Strokes" y que Moldy Peaches -que actuaron como teloneros en la primera gira de los de Last Nite en ese país- recibieran varias ofertas de discográficas inglesas.

Pese a las buenas relaciones entre bandas, la autora no desestima problemas internos. Dice que James Murphy, la figura central de LCD Soundsystem, es un artista problemático y provocador, y cita al solista Ryan Adams como el responsable de transformar en un adicto a la heroína al guitarrista Albert Hammond Jr. de The Strokes. Cuando sus demás compañeros se enteran, Casablancas le advierte a Adams que le dará una paliza si sigue proveyéndolo de esa droga. A partir de ahí, Hammond Jr. se limpia.

La buena recepción del libro -publicado en su versión en español y disponible en librerías locales- ha abierto nuevos planes para Goodman. Está preparando una serie de documentales sobre los grupos más importantes y acaba de firmar por un programa de ficción que recreará el origen y esplendor de estas bandas. "Ese fue un momento mágico", dice su autora. Una magia que todos esperan se repita en Nueva York.

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