Killing Joke: la secta está servida

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La enseñanza final de la medianoche del jueves fue esta: siempre vale la pena esperar por una leyenda. De un concierto así sales encendido, comentando los detalles, repasando la biografía, buscando las canciones que desconocías y con la fe renovada en los clásicos.


Un mórbido sudoroso se abre paso entre la muchedumbre para escapar del meollo del pogo delante del escenario dejando tras de sí una estela maloliente que no interrumpe la maniobra de un par de espectadores que aspiran algo por la nariz para luego mirarse energizados entre sonrisas cómplices y saltar al unísono puño en alto coreando "Eighties", uno de los himnos de Killing Joke esta noche de jueves en la Blondie prácticamente llena, para recibir a la banda británica que hace 40 años concibió un cóctel original de metal, post punk, electrónica y música bailable con vocación de tribu que se resiste al status quo.

A esas alturas el líder Jaz Coleman ya ha dicho algunas cosas. Por ejemplo, la felicidad que le provoca la muerte de Pinochet, como más adelante estampará una expresión aún más lunática en su rostro para hablar apestado de Trump y la última elección estadounidense. En Killing Joke el manual de personalidades tiene algo de la escuela de The Beatles, donde cada integrante inscribe sus propias características. Con su traje negro de corte sacerdotal y de gigantesca araña blanca estampada en la espalda, Coleman preside el show como el enervado líder de una secta gesticulando histriónico a la manera de un poseso según la intensidad de cada tema, para absorber la energía del público y devolverla entre la guturalidad y la melodía contenida en su voz inimitable. Martin Glover, el reputado productor conocido como Youth, viste en las antípodas con camisa ancha y una visera de jubilado europeo disfrutando las bondades del sudeste asiático, empuñando un bajo Rickenbaker cuya sonoridad semeja una espesa guitarra recargada que ejecuta punzantes líneas independientes. El batero Paul Ferguson es un pelado piola que no siempre acierta con las métricas grabadas en estudio, pero finalmente combustiona como un motor imparable para marcar ese latido guerrillero característico del conjunto.

Punto aparte para Geordie Walker, el guitarrista respetado por Jimmy Page y saqueado en sonido y acordes por Kurt Cobain, ataviado con una gorrita como de veterano de Pearl Harbor. Su presencia es sencillamente fenomenal. Sin aspavientos, calmo como un francotirador, genera un ruido abrasador de turbina que rehuye de los rasguidos cortantes clásicos del metal, para colmar cada rincón con un gruñido envolvente, mordaz y único.

El volúmen de la noche dejará impresa en la audiencia una ligera sordera post show desde "Love like blood", el primer título de un set list celebratorio de las cuatro décadas, hit de coro evocativo y tempo de reminiscencias discotequeras. Más que un grandes éxitos -categoría en rigor exagerada para una banda como esta-, el listado repasó lo imprescindible como "New cold war", "Requiem", "Follow the leaders", "The wait", "Loose canon" y "The death and resurrection show", esta última uno de los momentos álgidos de una noche siempre intensa, con el público convertido en una centrífuga lanzando chorros de cerveza al aire, provocando la sonrisa de Youth que sin dejar de tocar el bajo se fumaba un cigarrillo.

Antes y después hubo cuerpos surfeando sobre las cabezas y un entusiasta que se lanzó en picada desde el escenario. La sensación de catacumba apta para ritos de la Blondie cobró mayor sentido. Killing Joke se demoró décadas en llegar y en el camino influyeron a los nombres mayores del rock de los últimos 30 años contando Metallica, Faith No More, Soundgarden, Nirvana y Nine Inch Nails. Ver a maestros deja lecciones: el volumen sí importa, la teatralidad es vital, lo mismo el feedback con la audiencia. La enseñanza final de la medianoche del jueves fue esta: siempre vale la pena esperar por una leyenda. De un concierto así sales encendido, comentando los detalles, repasando la biografía, buscando las canciones que desconocías y con la fe renovada en los clásicos.

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