Santaferia y La Pampilla salvaje

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Una de las bandas más populares de la escena nacional fue el pasado "18" hasta la fiesta más grande del país y no sólo ratificó su arrastre entre carpas y colinas desérticas; también mostró su modo único de enfrentar la música.


Santaferia está en silencio. Sus músicos hablan muy poco, a veces cruzan un par de miradas. Una calma poco usual para un conjunto en combustión permanente, cuyos shows estallan como una fiesta sin tregua con los tímpanos sensibles y los ánimos mesurados. Alto: esta vez no están en un escenario.

Sus diez integrantes van en una camioneta que los traslada desde un hotel en Coquimbo hasta La Fiesta de la Pampilla, el evento más multitudinario de Chile, una suerte de monstruo que en una jornada es capaz de meter a 200 mil personas en su explanada del mismo nombre, casi lo mismo que hace Lollapalooza en tres días y más del doble de lo que reporta el Festival de Viña en seis noches. "Cuando vamos a enfrentarnos a algo como eso, sentimos miedo", reconoce horas después el percusionista Gonzalo Fouere para justificar la concentración casi zen del grupo en la previa del espectáculo que ofrecieron el martes 18. "Pero cuando después saltamos al escenario, somos los Michael Jackson de la cumbia, porque sabemos que lo hacemos la raja".

Pero Michael está muerto hace casi diez años. Y Santaferia, claramente, no. Alrededor de las 22 horas, el show comienza ante 100 mil espectadores que corean todos sus temas, que levantan banderas con el nombre del grupo y que bailan entre las colinas, las carpas, las tiendas y las parrillas que flanquean el lugar, una especie de campamento en pleno desierto que ahora se agita como una batidora. Algo así como una ciudadela laberíntica donde los choripanes cuestan $600 y los terremotos $1000 -en las fondas de Santiago difícil ver esos precios-, donde se venden calzoncillos, artesanía, audífonos, chaucheras, perfumes, cables USB, peluches, títeres, papas fritas con mucha carne y chilenitos con demasiado merengue, mientras los asistentes que acampan han reservado su espacio entre julio y agosto, y en muchos casos cuelgan fotos de sus familiares ya fallecidos como recuerdo de otros que alguna vez también gozaron por estos lados: efectivamente es un ciclón que puede generar algo de miedo.

"La Pampilla es impresionante, es el show más grande que hemos dado. Cuando hicimos Lollapalooza (este año) era como ir a hacer la pega, daba lo mismo sí sonaba bien o mal, nunca sentimos el nerviosismo de estar en esta fiesta. Nunca nos pasa que nos ponemos tan tensos, pero lo reflejamos de inmediato, porque nos dejamos de hablar, nos sentimos como futbolistas antes de jugar el Mundial. Es un escenario para respetar: no es lo mismo si cometes un error en Lolla que hacerlo en Coquimbo, donde seguramente te pueden pifiar", dice Fouere.

De hecho, cuando llegan a camarines, una de las políticas de Santaferia es que nadie salga a mirar al público, ni a olfatear el ambiente, ni a tomar la temperatura de la noche: tal como en la camioneta, prefieren seguir absortos y disciplinados en lo que harán bajo los focos. Es la huella de un grupo que también ha hecho de la organización uno de los ejes de su popularidad.

Iniciados en 2008 en Santiago, sus miembros en su mayoría se han formado en academias de música y cumplen funciones que van más allá de sus respectivos instrumentos. Por ejemplo, Fouere es el Community Manager de la agrupación. Otro de sus percusionistas, "Richi" Fuentes, es el responsable de administrar las platas: todos se reparten lo mismo al minuto de las ganancias. El guitarrista Mauricio Lira es el director de la banda y además ha tomado cursos para especializarse en manejo de grupos humanos. Y junto al saxofonista Diego Muñoz, son los encargados de enfrentar los medios, como en la previa de La Pampilla, cuando en una reunión con la prensa dijeron que la nueva cumbia chilena -etiqueta en la que se les ha agrupado junto a Guachupé, Villa Cariño y otros- era sólo "una moda".

Santaferia, precisamente por factores como el orden constituido en sus filas, ha podido sacudirse de encasillamientos hasta conseguir un triunfo propio. En su show de 60 minutos en el norte, temas como El gil de tu ex, Piensa en mí, Sákate 1 y Asociégate cachorra -los que fusionan guitarras, trompetas, saxos, güiros, baterías, tumbadoras, congas y timbaletas, junto al timbre nasal del cantante Alonso "Pollo" González- son ovacionados por una hinchada transversal, muchos con esas banderas verde, amarillo y rojo que forman la identidad de la banda y que en La Pampilla son un síntoma inequívoco de arrastre: casi todos las portan y casi todos las han comprado en el mercado informal. "Que te pirateen es símbolo de éxito", concluyen los músicos.

Pero han existido instancias más íntimas que funcionan como termómetro de idolatría. Hace unos años, un fan se acercó a "Pollo" González y le confesó que la noche anterior había pensado suicidarse, pero que ver a Santaferia en vivo lo salvó. "Me ha pasado varias veces. Y me choca. Cuando sucede, casi que me doy por pagado en mi carrera", recuerda el vocalista.

Aunque tienen tres álbumes, asumen que su fortaleza está en los recitales más que en los discos. En el boca a boca. En un culto que escapa a las radios, los diarios y la TV. Cuando se retiran de La Pampilla, el vehículo acelera, mientras dos fanáticos empiezan a correr a su lado para intentar conseguir un saludo, verlos de cerca. Uno de los músicos pide que la camioneta pare: abren la puerta y dejan por unos segundos que ambos fans se suban para tomarse unas selfies con el grupo. Ahora, todos han recuperado el habla y ya no hay nerviosismo. Santaferia casi nunca está en silencio.

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