Lo peor es que ya lo sabíamos: el maltrato de David Foster Wallace a Mary Karr

David Foster Wallace at New Yorker Magazine Festival

Lo leímos, pero no quisimos saber nada. Nuestra mente lo borró tan rápido como la penetración no consensuada de Pablo Neruda a una limpiadora, la patada en el estómago de Charles Bukowski a su prometida, o los insultos y vejaciones de Octavio Paz a Elena Garro.


Lo peor es que ya lo sabíamos. Lo habíamos leído en las páginas de Todas las historias de amor son historias de fantasmas, la emotiva biografía que D. T. Max escribió sobre el narrador David Foster Wallace. De acuerdo a un mínimo fragmento relativo a su relación con la también escritora Mary Karr, el autor de culto estadounidense —de cuyo suicidio, por cierto, se cumplen hoy diez años— le habría "lanzado una mesa" e "intentado empujarla desde un vehículo en marcha". La información estaba ahí, contada de puño y letra por su biógrafo y traducida a una decena de idiomas. La información, por lo tanto, la pudimos haber leído miles de personas. Pero la información no nos importó, porque la metimos en el saco de las otras tantas excentricidades de un escritor atormentado, ¿y no son escritores atormentados esos héroes a los que todo se lo perdonamos?

Lo peor es que no hicimos preguntas. Cuando leímos esa escena relatada por D. T. Max no pusimos el grito en el cielo, ni cuestionamos quién era esa mujer, ni cómo se sentía ella ahora, ni tampoco cuánto habría podido sufrir por culpa de nuestro novelista favorito. Nuestro cerebro no quiso saber nada de la mesita de café volando por los aires o del tormentoso ruido del motor encendido de su camioneta, al igual que no quiso saber nada de la penetración no consensuada de Pablo Neruda a una limpiadora, o de la patada en el estómago de Charles Bukowski a Linda Lee, o de los insultos y vejaciones de Octavio Paz a Elena Garro, o del abuso de poder constante que J. D. Salinger ejercía sobre las mujeres, incluyendo a su propia hija, Margaret A. Salinger, a quien además la crítica tachó de interesada y de loca.

Lo peor es que eso no era todo. A comienzos de mayo, después de las acusaciones de acoso y violencia verbal de tres escritoras a Junot Díaz —otro héroe para tantos, otro escritor de culto que además es activista y se sumó al #MeToo— Mary Karr pidió que no fuéramos tan hipócritas y nos recordó que aquello de lo que se acusaba a Díaz ya lo habíamos escuchado antes de Wallace. Pero no le hicimos caso: "porque es blanco". Karr recordó también que lo que D. T. Max contó en su biografía era sólo un 2% de lo que había tenido que sufrir junto a Wallace: "Me pateó. Trepó por el balcón de mi casa una noche. Siguió a mi hijo de 5 años, de casa al colegio. Tuve que cambiar mi número de teléfono dos veces, y aún así él lo conseguía. Durante meses, continuó llamándome".

Lo peor es que seguimos juzgando. Como reportaría Jezebel al día siguiente de los tuits de Karr —uno de los únicos medios en todo el mundo, por cierto, que se ha hecho eco de su testimonio— el carácter de David Foster Wallace nos ha sido vendido en múltiples ocasiones como algo muy propio a un genio. A un artista. A un héroe. D. T. Max llegó a decir en The Atlantic que parte de su poderosa prosa venía de ese carácter tormentoso. Algo que la propia Karr criticaría en una conversación con Lena Dunham en 2017, donde aseguró que "a veces la gente no para de hablarme sobre David Foster Wallace. Como si mi contribución a la literatura fuera haberle jodido un par de veces a principios de los noventa".

Lo peor es que seguirá ocurriendo. Decía Virginie Despentes en una entrevista que ella tuvo que resignarse a leer a Charles Bukowski sabiendo que era un misógino. En otra, la autora de Teoría King Kong aseguraba que si estaba "rodeada de amigas violadas, lógicamente también tengo amigos violadores". Aplicada a la literatura, esta premisa nos llevaría a pensar que si vivimos en una sociedad machista, nuestros héroes de siempre lo fueron, lo son, y si no nos damos por aludidos, lo serán. Como aseguraba a PlayGround la poeta chilena Paula Ilabaca en relación a la violación de Neruda, "hay mucho poeta que comete abuso sobre otras mujeres, pero lo esconde. Es nuestra realidad y espero que con los nuevos movimientos feministas comience a cambiar, a salir a la luz, a pensarse".

Lo peor es que los comportamientos Díaz y Wallace no son excepcionales. Como no empecemos a hablar de ello, seguirá siendo la norma.

*Publicado originalmente en Playground el 7 de mayo de 2018.

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