Trini Vergara: editora de exportación

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La chilena economista de formación y editora de vocación, lleva más de dos décadas trabajando en Argentina en su sello V&R Editoras. Presidió la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), creó las primeras estadísticas depuradas de la industria editorial y desde 2017 organiza el Coloquio Internacional de Editores.


Trini Vergara (58) es chilena pero lleva fuera del país cincuenta años, la mayor parte de ese tiempo en Buenos Aires. Es hija de otro editor chileno, Javier Vergara, y de la actriz y fundadora del Instituto Universitario de Teatro de la Universidad de Chile (ITUCH) Gabriela Cruz. Pero además es economista de formación y editora de vocación, V&R Editoras es su sello, con el que lleva más de veinte años operando desde el país vecino. Por dos años presidió la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), que es la asociación que reúne a las grandes editoriales, y durante su mandato creó las primeras estadísticas depuradas de la industria editorial, modelo que se sigue hasta ahora bajo el nombre El Libro Blanco de la Industria Editorial. Desde el 2017 es la organizadora del Coloquio Internacional de Editores y este año creó la Escuela de Editores. En suma, es una voz más que autorizada para hablar de edición.

-¿De qué modo siendo chilena llegas al medio de la edición en Argentina?

Yo nazco en Chile, pero siendo muy chica mi familia se traslada a Buenos Aires por un cargo diplomático de mi padre, luego en 1972 mi padre decide dedicarse a la industria editorial y se ocupa de una pequeña editorial que había fundado con otros cinco amigos llamada Pomaire. Ese año él se instala con la editorial en Barcelona y nosotros, sus hijos, vivimos una adolescencia allí hasta 1974, justo antes de la muerte de Franco. Ese año volvemos a Buenos Aires y mi padre funda un nuevo sello, Javier Vergara Editor. Yo termino mi secundario, estudio economía aquí en Argentina, que a esas alturas ya era mi país de radicación. La editorial, donde trabajaba mi madre mano a mano con él, se desarrolló durante veinte años hasta tener siete sucursales. Luego cuando termino mi carrera en 1986 empiezo a trabajar ahí y estoy diez años. A mediados de los 90 mi padre recibe una oferta de compra del Grupo Zeta de España. Al ver ese panorama tomé la gran decisión de mi vida: abrir mi propia editorial: V&R Editoras, o Vergara y Riba, porque éramos dos socias, y digo éramos porque ella murió en 2011.

-¿Cómo fueron esos primeros pasos sin el cobijo de la editorial familiar?

Nuestro sello estaba dirigido a un primer nicho que era el libro-regalo, que es aquel libro pequeño ilustrado destinado a un gran público. Por suerte, nos fue muy bien: podría decirse que lo vendimos como pan caliente por toda América. La crisis del 2001-2002 nos obligó o nos sirvió para expandir el catálogo y ahí empezamos con el catálogo infantil y con productos de papelería, como agendas. A decir verdad nuestro catálogo infantil era muy específico y mientras lo desarrollábamos surgían otros catálogos y editoriales infantiles. En los últimos quince años los sellos infantiles han proliferado. Hubo unos años en los que el gobierno anterior compró muchísima literatura infantil y justificó la creación de muchas editoriales, que vivían de unas enormes tiradas, y todos creemos, más allá de nuestro apoyo o no apoyo al gobierno anterior, que eso fue algo muy bueno, que no siempre se implementó bien en el sentido logístico, es decir a las editoriales nos pagaban bien, de eso no nos quejamos, pero supimos después que la distribución física de los libros no era tan ordenada ni eficiente ni a veces sucedía incluso.

-¿Cómo continuaron?

En el año 2009 abrimos el catálogo juvenil, esto fue una apuesta que hicimos porque hasta ese momento V&R no publicaba ficción, y era a propósito, porque yo con ficción había tenido toda mi vida previa con mi padre. Y esta apuesta fue un ojo que tuvimos con Maze Runner, de James Dashner. Cuando sabes que tienes un potencial bestseller, eso implica muchas cosas: por ejemplo, hacer tiradas grandes previamente y apoyar en el mercado con un agresivo marketing. Funcionó increíblemente y nosotros trajimos al autor a la Feria del Libro en 2014, que aquí no lo conocía nadie, pero los chicos sí, e hicieron cola durante horas.

-A la par de tu desarrollo como editora llegas a la presidencia de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). ¿Se puede saber cómo una chilena llegó ahí?

Yo fui presidente entre el 2015 y el 2017. Es decir, hace un año dejé el cargo, pero antes de ejercer la presidencia ya estaba en el consejo de la Cámara hace más de diez años. Cuando me ofrecen el cargo, yo me prometí hacerlo perdurar de algún modo. Porque siempre he creído que hay que apostar a lo grande; quizá no te sale lo que imaginaste, pero te sale mejor que si apuestas más abajo. Entonces llevamos a cabo tres iniciativas: El Libro Blanco de la Industria Editorial Argentina, que fue el primer informe estadístico controlado por los editores; se suelen hacer informes sin control o controlados por gente equivocada. Hay otra cámara que entrega un informe sobre la base del ISBN, y eso es sin control, porque no tiene una depuración ni tampoco un análisis.

-¿El ISBN no es exacto?

En el ISBN se inscriben folletos que no son libros así como una cantidad de libros religiosos, que tienen un circuito propio, y nosotros para analizarlos correctamente tenemos que separarlo del mercado normal, porque no se venden en ningún circuito formal o establecido. Este trabajo no lo había hecho nadie nunca, y el ISBN todavía es una bolsa de gatos, porque hay de todo. Sin embargo, cuando comparas en cifras gruesas las industrias de Chile, Colombia o México no hay distorsiones, porque esas industrias también tienen estos libros. Ahora si vamos al detalle fino, por ejemplo, del mercado argentino nos encontramos que de 28 o 29 mil novedades al año, sólo hay 14 mil, que son efectivamente títulos que van al circuito establecido. Y esas novedades son los que nos importan a los editores comerciales, y esa es la otra decisión o criterio que definimos, es decir acá somos 260 editoriales comercialmente activas. Y para estar dentro de esta categoría hay que sacar al menos cinco novedades al año.

-¿Y en este aporte que hiciste a la industria del libro trasandino ayudó tu formación de economista?

Mucho. Porque mi formación de economista me agrega una forma de analizar las cosas a través de lo objetivo, que son los números, y a la vez me hace dudar de las estadísticas, básicamente porque sabemos más de estadísticas que otra gente. El Libro Blanco se hizo el 2015, el 2016 y el 2017. Así nos empezaron a reconocer y a pedir este informe de todas partes.

-¿Dentro de este trabajo estadístico y de depuración hubo datos que te sorprendieron?

A mí lo que me sorprendió muchísimo en 2016 fueron los resultados del comercio exterior, que nos tenía en tensión con la industria gráfica local, porque habíamos estado en una etapa de cierre de importaciones desde 2011 hasta finales de 2015. Parte de la industria gráfica favorecía eso y otra parte entendía que no era la ayuda que necesitaban, porque dentro de esta industria la que se dedica al libro es un 10%. Hubo entonces cierta politización del tema. Pero la sorpresa para mí fue que las exportaciones en los últimos diez años habían caído estrepitosamente, y esto tenía muchas explicaciones, porque los grandes fenómenos de la economía no tienen una sola explicación, sino muchas. Esta caída transformó el mapa de los destinos a países con mercados más pequeños, como Chile y Perú, en vez de los destinos a los que la industria antes había estado habituado, España y México. En mi editorial, por ejemplo, siempre tuvimos distribución en toda América; Argentina nunca representó más del 15% del total, y el 85% lo exportábamos o lo vendíamos localmente en un mercado grande, como México. Hoy el grueso de las editoriales exporta un 5%. O sea, nada.

-¿Aún queda algo de la idiosincrasia chilena? De ser así, ¿te ha ayudado en algo en lo que has hecho?

No, ya está bien diluida y no influye mucho. Yo salí de Chile a los siete años; si me pongo a hablar como chilena es porque mi canal cerebral se activa cuando estoy con un chileno. Normalmente no hablo como chilena. Pero hay cosas que me quedan, como el gusto por la comida de allá y por ir, porque voy dos o tres veces al año, tengo parientes.

-¿Y cómo llegas a crear el Coloquio Internacional de Editores y la Escuela de Editores?

Cuando yo ya sabía que no seguía en la Cámara entendí que había que garantizar la continuidad de otra iniciativa que se me había ocurrido, que fue un seminario para editores que hice previo al Coloquio y que estaba destinado para ponernos al día en lo tecnológico. Ese seminario lo hicimos dos años, 2015 y 2016, y a principios del 2017 la Cámara me dijo que lo hiciera por mi cuenta, y de inmediato me puse a buscar auspiciadores. Podría decirse que me tiré a la piscina. Y el año pasado se realizó el primer Coloquio. La gran ayuda vino del Centro Cultural Kirchner (CCK), que nos facilitó el espacio al igual que este año. La Escuela de Editores comenzó a fines del año pasado, y de una manera es una extensión del Coloquio. Ya llevamos diez cursos, muy específicos y muy breves, y la clave es que lo dan los especialistas que están en la industria. Por ejemplo, el curso de producción no es cómo se hace un libro, con qué papel, sino cómo es la relación con las imprentas, cómo hay que entregar los archivos, cómo se pide un presupuesto.

-Por último, ¿sigues o estás al tanto de lo que pasa en la edición en nuestro país?

Sí, la sigo, pero como cualquier editor argentino.

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