Entre Dios y el aborto: los escritos de Natalia Ginzburg

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De la destacada narradora italiana, editorial Lumen publica el libro Las tareas de casa y otros ensayos.


Llegó a Roma con sus tres pequeños hijos, tras el encarcelamiento y posterior muerte de su marido, el intelectual antifascista Leone Ginzburg. Natalia Levi nunca había estudiado una carrera, aunque sabía francés.

Era 1944 y necesitaba trabajar. Así llegó a la editorial Einaudi, en la capital italiana, dispuesta a cualquier cosa. "Mi constante preocupación era que no fuesen descubiertas mi gran ignorancia, mi enorme pereza y mi absoluta ausencia de ideas", apunta de esos años en las páginas de La pereza, quien empieza a firmar como Natalia Ginzburg (1916-1991).

El escrito ahora es parte de Las tareas de casa y otros ensayos, volumen publicado por editorial Lumen, en el que se rescatan un gran número de textos de no ficción aparecidos originalmente en medios como La Stampa y Corriere della Sera.

Son más de 60 textos que funcionan como el diario íntimo de la autora de Léxico familiar. Allí están sus inquietudes personales, reflexiones sobre Dios, la vejez, la infancia, el aborto, la violencia sexual; recuerdos de una sociedad en crisis, lecturas y el retrato de amigos como Italo Calvino, Cesare Pavese y Sandro Penna.

Dos años después de la publicación de la novela Cien años de soledad, en 1969, de Gabriel García Márquez, Ginzburg escribe un comentario alentador en días donde al parecer la novela estaba en crisis. "Solo querría rogar a quienes no la hayan leído que la lean sin demora", apunta. "Durante algún tiempo, las novelas no serán más que gritos de derrota y sollozos, después sobrevendrá el silencio", agrega.

Desarrolla un escrito sobre la crítica, que de necesaria cree que prácticamente no existe en el panorama cultural. "Sufrimos por la ausencia de la crítica del mismo modo que en nuestra vida adulta sufrimos por la ausencia de un padre", anota en La crítica. "Huérfanos desde hace tiempo, generamos huérfanos, pues hemos sido incapaces de convertirnos nosotros mismos en padres", añade.

Con un epígrafe de Simone Weil, Ginzburg ahonda en el tema espiritual en el texto Sobre creer y no creer en Dios. Allí parte hablando que le parece odiosa la idea de que creer sea "estúpido, ridículo y cobarde, señal de cierta inferioridad", pero también reflexiona: "El creer de los que creen es tan dudoso y vacilante, siempre tan cercano a extinguirse, que no consuela en absoluto, e ilumina muy poco".

Incluye, más adelante, un poema titulado No podemos saberlo. "Puede ser que Dios sea un ratón/ y que corra a esconderse cuando lleguemos", escribe en unos versos donde luego especula: "Tal vez Dios sea tedioso como la lluvia,/ y ese paraíso suyo sea un tedio mortal". Para seguir jugando con la idea: "Tal vez Dios sean dos, una pareja de recién casados/ abandonados al sueño en una mesa de taberna".

Una opinión categórica es la que establece en las líneas de Del aborto, escrito fechado en 1975, donde señala que quizá es el tema "más complicado, delicado y triste que existe". Ginzburg asume una postura inmediata: "Yo estoy a favor de la legalización del aborto", pero aclara que encuentra odiosa: "la campaña por el aborto legal" y se refiere a "la coreografía que la rodea", aludiendo a "los desfiles de mujeres con los muñequitos colgados del vientre". Luego detalla: "Me parece hipócrita afirmar que abortar no es matar. Abortar es matar. El derecho a abortar debe ser el único derecho a matar que la gente debe pedir a la ley".

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