Demasiado cortas las piernas: lo indecible

Crítica teatro

La pieza propone un diálogo con hipnóticos fragmentos de música clásica en vivo. En esos momentos la música, por su eficacia para apelar a la emoción, llega a lugares donde no puede un texto imposibilitado de narrar el horror.


Demasiado cortas las piernas es una oscura y dolorosa obra de la suiza Katja Brunner sobre el abuso sexual de un padre a su pequeña hija. Atrapada en una abyecta pesadilla, la niña no se da cuenta de la tortura de la que es víctima y, al contrario, defiende a su agresor y el vínculo mantenido con él.

Es tal la necesidad de borrar su identidad y percepción del yo que los personajes desaparecen, se diluyen y se distribuyen en las voces de cuatro actores. Aquí aplaudo a Néstor Cantillana, Macarena Teke, Alvaro Espinoza y Gonzalo Muñoz. Dirigidos con mano firme y pulso certero por Heidrun Breier, proyectan sus discursos con la intensidad justa, entrega y coraje.

Decididos a explorar el texto desde del cuerpo, llevan vendas que cubren heridas. Lo corporal también está presente en sus descripciones de operaciones quirúrgicas y en la necesidad de extirpar, cortar y amputar dolores, recuerdos y traumas.

Los actores se contradicen, cuestionan y ponen en duda diversas posibilidades de lo narrado, al igual que la niña que crea una versión alternativa a la historia objetiva de sus abusos, como si fueran una mera representación. La invención de una ficción, una coraza o un escudo para defenderse de la realidad se reafirma cuando usan una falsa corona dorada de hojalata en sus monólogos. El silencio ocupa un lugar en el texto ante la imposibilidad de narrar los reiterados abusos.

El no decir se revela en la opción encubridora de la madre que siente celos de la hija. La descripción de la escena cuando la mujer entra a su casa y encuentra a su marido abusando de la niña resulta siniestra por la decisión materna de callar y convertirse en cómplice.

El ocultamiento también es la respuesta de un médico que prefiere no denunciar. El padre, por su parte, es un monstruo depredador, un manipulador y hasta en los últimos minutos culpa a la hija de provocarle. La puesta en escena opta por objetos y símbolos, algunos más efectivos que otros, que representan el dolor: botas infantiles para la lluvia, un cuchillo filoso, manzanas, bolitas, una maqueta de la pieza y de la buhardilla de la casa, emplazada detrás de escena y exhibida a través de una pantalla.

La pieza propone un diálogo con hipnóticos fragmentos de música clásica en vivo. En esos momentos la música, por su eficacia para apelar a la emoción, llega a lugares donde no puede un texto imposibilitado de narrar el horror. En las pausas, el espectador es invitado a buscar respuestas propias a las interrogantes que se abren y hacer conscientes heridas abiertas sobre ese tipo de situaciones. Es ahí donde Demasiado cortas las piernas se transforma en una experiencia privada e indecible.

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