Pink Floyd nunca muere

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Roger Waters prácticamente agotó su próximo show en Chile, lo que se suma a un furor que parece inextinguible: el culto y el negocio en torno a los ingleses se mantiene intacto en todo el mundo.


En el podio de los grupos más vendedores de todos los tiempos, Pink Floyd se cuelga medalla de bronce: luego de The Beatles y Led Zeppelin, aparecen en el tercer puesto, acumulando casi 200 millones de álbumes vendidos. Por eso, su huella sigue agitando a la industria, como si se tratara de una inagotable mina de oro de la que todos anhelan su botín.

* Roger el invencible

Faltan aún cinco meses, pero hay un solo hecho seguro que sucederá el próximo miércoles 14 de noviembre: el Estadio Nacional se repletará para la vuelta de Roger Waters, tal como en sus tres visitas anteriores. El show de esa noche, parte de su actual tour Us + Them, ya tiene sus entradas virtualmente agotadas (sólo quedan alrededor de cien para las localidades más caras, Golden y VIP Platinum) y se esperan una audiencia de 50 mil personas.

Pero lo que en cualquier artista sería un mérito, en el caso del músico es un hábito. "Pink Floyd es una banda multigeneracional y siempre los hijos de los fans terminan siendo los nuevos fans", teorizan desde la Comunidad Pink Floyd Chile, a modo de tesis para explicar el culto invulnerable que todavía genera la figura de Waters, a 16 años de su primera venida. Pero más allá del puente familiar, las performances del cantante se siguen publicitando bajo el anzuelo de montajes espectaculares, verdaderos acorazados que sobreestimulan los sentidos y que, finalmente, no se presentan como un mero concierto de música. Para este show, los efectos visuales son embriagadores, desplegados a través de una pantalla trasera que abarca todo el escenario, y que incluye animaciones psicodélicas y secuencias de inspiración espacial. El mayor mazazo viene sobre la mitad, cuando interpreta los temas de Animals (1977), mientras una estructura gigantesca que replica a la central eléctrica Battersea Power Station, la misma que aparece en la portada de ese disco, se asoma en la parte trasera de la escenografía.

* El principio, como nunca antes

Los fanáticos que hasta ahora han pulsado play sobre la nueva versión de The piper at the gates of dawn (1967), el debut de Pink Floyd y reeditado en abril en versión mono para el Record Store Day, han expresado una sola sensación: es casi estar frente a otro disco. El rescate del sonido original -muchas veces comprimido o deficiente en CD o digital- hace que los efectos de estudio reluzcan brillantes, que la voz de Syd Barrett finalmente se escuche lisérgica, como si estuviera en un vértigo irrefrenable, mientras un oído atento podrá percibir el trabajo de la banda en pianos, órganos, timbales y gongs.

Como si se trata de una joya que sólo encuentran los arqueólogos más astutos, los responsables del patrimonio Floyd han permitido que sólo se fabriquen 6 mil copias, por lo que en gran parte de EE.UU. se agotó en la primera semana de su lanzamiento. A Chile llegaron poquísimos ejemplares, pero, atención, aún se puede encontrar: la disquería Kali Yuga Distro, de Providencia, lo tiene disponible en su web.

* El hombre de la batería

Si los fans saben que escuchar el sonido de los primeros años del cuarteto, tal como fue concebido, es una misión cuesta arriba, hay algo aún más difícil: oír ese mismo repertorio -que va de 1966 a 1970- en vivo, de la mano de sus creadores. Con los años, ni Waters ni Gilmour fueron generosos en sus espectáculos con la inclusión de esa fase formativa, marcada por la improvisación instrumental y el playback en TV.

Pero fue el baterista Nick Mason -que siempre odió el playback- quien décadas más tarde tomó la vacante. En mayo anunció el estreno del supergrupo Saucerful of secrets, con el único propósito de sacarle brillo al lapso menos fulgurante en la historia de su grupo. Y así ha sido, una verdadera delicia para los seguidores que en sus primeras presentaciones en Inglaterra -en clubes atiborrados, en sótanos estrechos, tal como en los inicios- han visto desempolvar piezas como "Bike", "Arnold Layne" o "Point me at the sky". Además, con Gary Kemp, de Spandau Ballet, en el puesto del fallecido Syd Barrett.

Mason, como todo baterista que ve pasar la historia desde la parte trasera, siempre fue el miembro más relajado, el último en lanzarse como solista, el primero en reírse de Waters en su biografía y el que en las últimas décadas nunca tuvo reparos en reconocer que el conjunto podía reunirse (de hecho, a partir de una entrevista suya surgió la idea de juntarlos en el Live 8 de de 2005). Quizás por eso mismo, ahora corta un ticket a su pasado artístico más olvidado.

* Pulsos recientes

El apetito por rentabilizar a Pink Floyd es tan insaciable que, en un mismo mes, un fan puede deslumbrarse con sus orígenes, pero también disfrutar de su época final. El 18 de mayo llegó la edición en vinilo cuádruple del disco Pulse (1995), aquél que recoge la gira The Division Bell, la última de los británicos y con Waters hace rato fuera de sus filas. El proyecto fue remasterizado desde las cintas originales, viene en una caja intimidante que contiene un libro de 52 páginas y ahí está el último suspiro de un gigante que optó por dormirse para siempre.

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