Michael Sandel, filósofo: "No soy un 'mayoritarista': a menudo, las mayorías actúan injustamente"

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Recientemente galardonado con el premio Princesa de Asturias, el autor de Lo que el dinero no puede comprar es uno de los cultores más renombrados de su disciplina en el mundo. Sus dotes comunicativas, así como la claridad y la sencillez al exponer sus puntos de vista, le han dado una fama que hoy llega hasta China.


Como Sócrates, Michael Sandel -el reconocido filósofo político, profesor en la Universidad de Harvard- puede pararse 25 siglos más tarde ante un grupo de personas para indagar qué es justo o cómo vivir una vida buena. Y hacerlo con un método tributario de su antecesor griego, formulando preguntas a los presentes y señalando contradicciones.

A diferencia de Sócrates, Sandel (65) les habla a audiencias mucho mayores que las tertulias de Atenas: primero, en su muy concurrido curso universitario sobre la justicia y luego, a públicos cada vez más grandes, viajando por todo el mundo, desde Australia hasta Corea (en Seúl, 14 mil personas fueron a escucharlo a un estadio), o a través de las nuevas tecnologías. Para la BBC estuvo a cargo de algunas series: en El filósofo público analizaba los ribetes filosóficos de las noticias en los mismos países en que ocurrían (la violencia contra las mujeres en la India, o la corrupción en Brasil); en El filósofo global ha discutido en video con participantes de más de 30 países sobre temas como la inmigración y el cambio climático.

Otra de sus diferencias con Sócrates, que no escribió libro alguno, es que Sandel ha publicado varios: sobre la justicia y la democracia, sobre los mercados, la ética y la bioética. En su libro más reciente, Encountering China, varios académicos -él incluido- exploran las afinidades entre su trabajo y algunas tradiciones de China, país en que goza de una fama antes reservada a las estrellas del cine o del deporte. Su reputación inicial, sin embargo, descansó en El liberalismo y los límites de la justicia (1982). Allí planteó una crítica al planteamiento de John Rawls con un fundamento comunitarista, desconfiando de los presupuestos de esa sociedad proyectada a base de la libertad absoluta de las personas para perseguir sus fines.

Más tarde, se ha mostrado crítico con ciertas concepciones y supuestos del liberalismo económico y el libre mercado. En Lo que el dinero no puede comprar (2012) cuestionó el valor moral de las preferencias que el mercado refleja y satisface: según él, todos los bienes son comprables, pero hay algunos que no deben serlo. Tanto en este libro como en Justicia (2010), Sandel ha preferido abordar teorías éticas o políticas, analizando con claridad y sencillez una serie de ejemplos o dilemas como casos concretos, vinculando así principios abstractos con situaciones de la vida cotidiana.

¿Qué adjetivo le gusta más como filósofo: público o global?

En el mundo de hoy, la filosofía pública también debe ser una filosofía global, ya que necesitamos razonar juntos a través de tradiciones nacionales y culturales. De manera que acojo ambos adjetivos.

Si de "global" se trata, está su reciente premio en España...

Me siento profundamente honrado de recibir el premio Princesa de Asturias y estoy agradecido por la cálida recepción de mis libros entre los lectores hispanohablantes. Aprendí mucho de mis diálogos con audiencias de habla hispana, también en Chile.

Y está su presencia en China, donde se ha convertido en una celebridad. ¿Por qué cree que ha sucedido?

En China he encontrado un hambre inmensa por la discusión pública sobre cuestiones éticas. La gente, especialmente la generación más joven, parece estar buscando valores más allá del PIB. Creo que esta búsqueda de fuentes de sentido y comunidad, en un momento de cambios rápidos, puede ayudar a explicar el interés en mi trabajo.

En Encountering China menciona que las sociedades que se ven a sí mismas como maestras corren el peligro de que sus enseñanzas se conviertan en prédicas. Como profesor, ¿está usted en el mismo peligro?

Enseñar filosofía no se trata de predicar desde lo alto, o de intentar decirle a la gente qué pensar. Se trata, en cambio, de invitar a las personas al diálogo, a hacer preguntas y a buscar juntos la verdad. Esto requiere cierta humildad, especialmente cuando se produce el encuentro con diferentes tradiciones culturales. Este espíritu de investigación y de aprendizaje mutuos da forma al libro Encountering China, en el que estudiosos de las tradiciones filosóficas chinas abordan mi trabajo y exploran los puntos de acuerdo y desacuerdo entre mi filosofía política y el pensamiento confuciano. Participar en este diálogo ha profundizado mi comprensión de la comunidad, la virtud y las relaciones de la política con la moralidad.

Si le hablan del "debate liberal-comunitarista", ¿piensa que es un pecado de juventud o una etiqueta mal utilizada?

El debate "liberal-comunitarista" es una etiqueta algo engañosa. Es cierto que he criticado versiones del liberalismo que insisten en una concepción puramente individualista de la libertad. Y he abogado, en cambio, por una concepción más robusta de la comunidad que las que entregan aproximaciones puramente individualistas a la política. He sostenido que la política debería tratarse de la búsqueda del bien común, no simplemente de la agregación de las preferencias y deseos individuales. Así que, en este sentido, soy un comunitarista. Sin embargo, algunas personas piensan que el "comunitarismo" requiere la aceptación acrítica de los valores de la mayoría, sin importar lo injustos que esos valores puedan ser en un momento dado. Ciertamente, no soy comunitarista en este sentido. No soy un "mayoritarista". A menudo, las mayorías actúan injustamente.

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