La iguana de Alessandra: una iguana en fragmentos

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El dramaturgo y director encuentra en la ironía y comicidad de la reunión entre una mujer y una iguana el pretexto para hacer un balance de los fervores y pasiones militantes, revoluciones e ideologías del siglo pasado. El problema es el rebuscado texto que mezcla demasiados referentes y signos en una sola propuesta.


El talento, oficio y rigor de Paulina Urrutia se ponen a disposición del director Ramón Griffero en La iguana de Alessandra, una comedia sobre las grandes utopías del siglo XX. Su personaje no se basa solo en el histrionismo, sino en pequeños matices, expresiones y movimientos que se convierten en el baluarte de la obra. Todo es sustancial en su personaje, su rol como testigo de hitos históricos y políticos, sus muecas, imitaciones y hasta silencios. Su aporte es gravitante para otorgarle coherencia a una dramaturgia antojadiza y artificiosa. La ex ministra de Cultura no está sola en el escenario. Un grupo de intérpretes la sigue a través de diversos estilos de actuación en sus avatares por la Venecia fascista, la Guerra Civil Española, el interior del cuadro Las Meninas de Velázquez, la guerra de Siria, la Revolución Cultural China o el Frente Popular en Capitán Pastene, al sur de Chile. En ese grupo de actores destacan Pablo Schwarz, Alejandra Oviedo, Taira Court, Juan Pablo Peragallo y Felipe Zepeda.

Si buscamos dentro del repertorio de Urrutia, en Alessandra reconocemos rastros de personajes anteriores. Asoma algo del tono delirante de La chica del Peral de Historia de la sangre, inspirada en declaraciones de presos y enfermos mentales tras cometer crímenes pasionales. Hay también ecos de la desmesura camaleónica de la mujer cómplice de la dictadura de La amante fascista. Todos ya forman parte del imaginario teatral chileno. Alessandra, capaz de filosofar y también de incursionar en el humor absurdo, se suma a esas creaciones de Urrutia, concebidas con fluidez y dominio absoluto de voz y cuerpo, construidas con una cuidada elaboración desde cada gesto y respiración.

Ramón Griffero, fiel a su postulado de la dramaturgia del espacio, maneja con solvencia un montaje con amplio elenco, cuadros musicales y fastuoso despliegue escénico. Como en todas sus obras, la escenografía es rica en significados, cambios bruscos de tiempo y espacio y atmósferas alegóricas. El uso de decorados en constante transformación resulta un deleite estético. Escaleras, estilizadas esculturas de leones venecianos y araucarias de cartón transmiten una sensación onírica y vertiginosa y renuncian a cualquier conexión con la realidad. Son resabios de un teatro nutrido de memoria, sueños y utopías. El uso del espacio, los planos de acción en vertical y proyecciones de imágenes digitales sirven de soporte a los inverosímiles viajes de Alessandra. El dramaturgo y director encuentra en la ironía y comicidad de la reunión entre una mujer y una iguana el pretexto para hacer un balance de los fervores y pasiones militantes, revoluciones e ideologías del siglo pasado. El problema es el rebuscado texto que mezcla demasiados referentes y signos en una sola propuesta.

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