Póstumo y Sospecha: vocación por los bajos fondos

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Póstumo y Sospecha, de Germán Marín, confirma la posición del autor entre los grandes prosistas contemporáneos. Y a la vez permite adentrarse un poco más en los curiosos engranajes de su prosa.


El mundo delincuencial retratado por Germán Marín en algunos de sus libros vuelve a cobrar brillo dentro de una obra célebre y prolífica con esta novela centrada en dos tipos que comparten vocación por la noche y por la vida al límite, torcedura que acaba enredándolos en una serie de episodios característicos de la subsistencia en los bajos fondos. A los protagonistas, no obstante, los separan el pasado y la edad: Póstumo se tituló de atorrante en las inmediaciones de la plaza Almagro siendo joven y luego trabajó como funcionario raso en el centro de torturas ubicado en Villa Grimaldi -allí perfeccionó sus habilidades en el juego del pool-, mientras que Sospecha es un muchachete impetuoso que fue expulsado del colegio por insultar a un profesor.

Trazada la novela a partir de una seguidilla de capítulos breves en que las voces de los personajes principales se turnan para avanzar en el relato -Marín maneja con soltura este recurso de intercalación que a otros, como Mario Vargas Llosa, no siempre les resulta-, el autor despliega aquí los reconocibles y peculiares mecanismos de su prosa, claro que esta vez él mismo irrumpe en un par de momentos clave de la narración para transmitirle al lector ciertas cuestiones propias de la construcción literaria.

Más o menos por la mitad del libro, en la primera irrupción, Marín especula acerca de los giros posibles que podrían tomar las biografías de sus protagonistas. Una alternativa es la siguiente: "Como establece la tradición, quizás conviene, luego de haber conjugado distintos aspectos de la vida de Póstumo y Sospecha, dar a estos sujetos un término predecible de acuerdo al camino recorrido". La mencionada predictibilidad, afortunadamente, nunca llega a constituirse, pues sólo se trata de un ardid sagaz para insuflarle aire fresco a la trama. Por lo demás, la supervivencia al margen de la ley que los personajes practican deja poco espacio para el anquilosamiento o la falta de dinamismo.

El autor reaparece al final de la narración, ahora para informar que aunque no se codeó con Póstumo y Sospecha, "ambos empezaron a resultarme conocidos, al grado de que hoy, al tratar de algún modo de cerrar el relato, pienso que dichos personajes están vivos e independientes de mí, unidos por los hilos de la ficción". De ser verídica, la declaración permitiría ahondar un poco más en el proceso de escritura de Marín. Y, claro, al hacerlo surgen dudas: ¿estamos nuevamente ante un ardid tendiente a dejar la novela inconclusa, o efectivamente el que escribe sostiene que los protagonistas cobran vida más allá de su imaginación?

Parte de la respuesta guarda relación con la singular articulación de la prosa de Marín, que en este caso específico resalta con mayor claridad un atributo que va más allá de la originalidad que cualquier lector reconoce en su fraseo. Al verse los pensamientos y las circunstancias de Póstumo y Sospecha confrontados tan seguidamente, por lo general cada dos páginas, es posible confirmar que el método de escritura de Marín -atiborrado, arbitrario, sorpresivo, profundo- no es otra cosa que la expresión perfecta de cómo en realidad operan las psiquis de sus personajes, de ahí su curiosa conformación. La trascendencia de un logro como éste, sobra decirlo, supera con creces lo que es legítimo exigirle a una buena novela.

Póstumo y Sospecha se conocen en el Manila, un salón de pool en donde el primero ejerce de capador, es decir, despluma de dinero a sus rivales, y el segundo se dedica a observar con detención y admiración. "Por lo que escuchara en los corrillos, no era mucha la información que se tenía de su persona, reacia a hablar más de la cuenta cuando se le acercaban, de tal modo que me asombró cierta tarde, sentado frente a una de las troneras del centro de la mesa, su gesto de sacarse la chaqueta pronto a jugar y decirme, mirándome a los ojos, oye cabro, cuídamela por favor". Así comienza una de las asociaciones delictuales y humanas más distinguidas de nuestra literatura.

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