Basada en hechos reales: dos mujeres, un thriller

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Dada la evidencia disponible, Basada en hechos reales puede verse como contraparte de El escritor oculto, que Polanski estrenó en 2011, pero pierde claramente en la comparación.


A los 84 años, Roman Polanski (Chinatown, El pianista) es un sobreviviente de esos años en que el director era la superestrella, como titulaba un libro del 71 con entrevistas a un tropel de realizadores… incluido Polanski. Ahora, más que una estrella, el franco-polaco es una leyenda viviente, aún fugitivo de la justicia de EEUU y recientemente cuestionado por voces feministas que pidieron anular una retrospectiva suya en París.

Una leyenda activa, habría que agregar: después de convertir dos piezas teatrales en olvidables tributos al pie forzado (¿Sabes quién viene? y La piel de Venus), reapareció en Cannes 2017 con Basada en hechos reales. Adaptación de la novela homónima de Delphine de Vigan, este regreso permite al cine de Polanski orearse un poco y encontrar cosas. Sin miedo a repetirse o a equivocarse.

En el centro de la película hay dos mujeres: una escritora de éxito que se ha quedado hace rato sin tema (Emmanuelle Seigner) y una ferviente admiradora de su pluma que se gana la vida como ghost writer de políticos y deportistas (Eva Green, la misma de Casino Royale). En el arranque, la segunda parece aliviar el peso vital de la primera: oficia de amiga, de secretaria y de enfermera. Aunque no con el celo que esperaría la primera. Para entonces, las cosas se han puesto feas: una quiere controlar a la otra y a la otra le ha parecido que al menos tiene acá tema para una novela, lo que, como están las cosas, es una estupenda noticia.

Dada la evidencia disponible, Basada en hechos reales puede verse como contraparte de El escritor oculto, que Polanski estrenó en 2011, pero pierde claramente en la comparación. Sin las complejidades humanas ni la robustez narrativa del filme con Ewan McGregor, su última cinta se entrega a las veleidades de una sicopatía maldadosa, que llega incluso a rozar el ridículo.

Dicho lo anterior, eso sí, no hay que perderse: a la hora de dibujar las bajas pasiones y las malas artes, el gesto que descoloca y el silencio que condena, sigue habiendo pocos como Polanski, quien esta vez se acompañó en el guión por su colega Olivier Assayas. Juntos armaron un retablo más oscuro que iluminado, más retorcido que otra cosa. Y la película, aun con sus extravíos, se vive y se siente, tanto en los detalles como en las instancias decisivas. No deja de ser.

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