Beethoven, directo al triunfo por el camino del tormento

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1.400 páginas componen Tormento y triunfo, una monumental biografía a cargo del musicólogo estadounidense de la U. de Harvard, Jan Swafford. Traducida al español por el crítico Juan Lucas y publicada por Acantilado, explora la vida y obra del genio alemán.


El torbellino de su cabeza se regía por los cauces de la razón. Pero su vida fue un paradigma de la sinrazón. La esencia interior, durante sus años de aprendizaje en Bonn, rodeado de soñadores e Iluminatis, bebió de los ideales de la Ilustración. Sin embargo, ya en vida, quienes lo observaron en activo, descubrieron en él la encarnación del romanticismo. ¿Hasta qué punto a Ludwig van Beethoven, le afectaban estos debates? ¿En qué medida se fiaba, les daba crédito? Jan Swafford (Chattanooga, Tennessee, 1946) ha dedicado 12 años de su vida a seguirle el rastro. El resultado ha sido Beethoven, Tormento y triunfo, una monumental biografía, traducida por el crítico Juan Lucas y publicada por Acantilado, en la que a lo largo de 1.400 páginas este musicólogo y compositor formado en Harvard y Yale, desentraña ese nudo de paradojas que fue el músico.

En la turbulenta cárcel de sus contradicciones, Beethoven sufría pero se las arreglaba para crear cualquiera que fueran las circunstancias. Su genio intangible para algo a menudo tan abstracto como la música, guarda directa relación con lo físico. Enfermizo, feo, desagradable, obsesionado con el dinero, pero generoso con sus amigos y familiares próximos… Audaz, ambicioso, ego maniaco, excesivo en sus pasiones, amante abonado al fracaso, niño infeliz, adulto insoportable. Y genio. A demostrar esto último se ha encomendado Swafford. "Aunque desconfío ya de la palabra. Está demasiado desgastada en calificar frivolidades como para que cuando la aplicamos a un caso real, resulte creíble", asegura.

Para el autor de esta biografía, el descubrimiento del talento es un primer paso a la hora de detectar un posible caso de genio. "Muchos se quedan en el camino a la hora de pasar a la otra dimensión. Otros llegan. Estos pertenecen a otra especie". Beethoven lo era. Aunque más apegado a la tradición y los maestros de lo que aquellos que lo han pintado como el salvaje rupturista, creen. "Hasta el final, respetó a sus maestros. Mozart y Haydn, sobre todo. Casi todo lo que hizo fue construido como continuidad de ese camino". Pero llegó a otras metas. "Primero en las sonatas para piano", cree Swafford. Aquella autopista como forma creativa, estaba por construirse. "Él la llevó hasta sus últimas consecuencias sonoras y de forma", asegura.

También en la música de cámara, la sacra, la coral. Por supuesto, en las sinfonías. La impronta comienza con "La 3º (Heroica)", dedicada en un principio a Bonaparte. Termina en una "Novena", ya casi completamente sordo, que rompe todas las reglas. No sólo la introducción de una parte final con voz, "sino porque culmina un método de trabajo absolutamente propio". ¿Cuál? "Beethoven, al contrario que todos los demás compositores de su época y de los anteriores, sabe cuáles son los temas que va a tratar y explorar en cada sinfonía de principio a fin. A lo que se dedica en todo el proceso creativo de las piezas es a elaborar los detalles que las conforman".

Añadiendo misterio, además. "Yo creo que él sabe de lo que quiere hablarnos a cada paso, nosotros somos los que nos quedamos con la duda porque no nos lo cuenta nunca. Eso es lo que me ha sorprendido de él y que no sabía al empezar el trabajo". A grandes rasgos, no hay mucho terreno oculto en su vida. Se auto retrató constantemente en cuadernos, existen cartas y crónicas que lo definen a la perfección. Desde su infancia y adolescencia en Bonn, rodeado de esa atmósfera kantiana, a su difícil adaptación a Viena, una ciudad en la que, según él, desde el emperador al último súbdito, eran todos miserables.

Atormentado y enamoradizo, atribulado, sucio, iracundo, tierno, ermita y taciturno. Putero, borrachuzo y asocial. Negociante con su lado oscuro trilero, capaz de negociar los derechos de sus obras a varias bandas hasta que daba con el mejor postor. Todo ese bardal como ser humano se transformaba en carne de sublime inspiración para la música. A veces como escape, otras como notaría. Pero siempre más ligada a la poesía que a la narrativa. "Aunque en casos como su" Sexta Sinfonía", la Pastoral, dejara patente que también era capaz de hacer música descriptiva y mejor que los que la defendían", comenta Swaffrod.

Se consideraba, más que un compositor, como un poeta del sonido. A menudo subyugaba al público, pero por razones distintas a las que la gente percibía: "Él era un ilustrado, pero gran parte de sus oyentes ya se consideraban románticos". Lo quisieron hacer suyo como tal. A él no le importó. De hecho, es a E. T. A. Hoffmann, músico, pintor y poeta, a quien debemos el descubrimiento de Beethoven como un apóstol del romanticismo. "Puede incluso que él mismo no llegara a entender del todo que quiso decir, pero se lo agradeció".

Fue Hoffmann quien lo catapulta a la posteridad como referente de aquel movimiento germinal, pálpito de un tiempo que desembocaría en tantos paraísos como infiernos. "Beethoven vislumbraba como pocos las dos cosas", afirma Swafford. Y lo hacía con una capacidad inmensa para conmover que llega a su máxima expresión con la "Novena Sinfonía": "Si queremos pensar en algo parecido a lo que imaginamos como obra de arte universal, esta lo es", cuenta su biógrafo.

Aunque sobre ella pesen misterios de fondo: ¿Por qué es un canto a la felicidad y a la alegría? ¿Por qué no dedica su última obra al amor? "Quizás porque, ni de niño, lo conoció", comenta. "Por eso hay algo especialmente conmovedor en el momento en que este hombre, sordo, enfermo, misantrópico, torturado… y a la vez extraordinariamente generoso, nos saluda a cada uno con esta obra y los llama sus amigos".

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