Así fue uno de los últimos conciertos de Tom Petty

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El pasado 26 de julio, Tom Petty and The Heartbreakers se presentaron en Queens, en una cita marcada por la excelencia de un artista sin mayores señales de un epílogo inminente.


Sin fanfarria, sin cuentas regresivas, sin pantallas disparando efectos embriagantes. Tom Petty aparece caminando sobre el escenario del Forest Hills Tennis Stadium, en pleno barrio neoyorquino de Queens, a paso lento, no hay urgencia ni menos ansiedad, casi como un parroquiano más, como el viejo y querido amigo que se alista para encender una velada donde todos se conocen desde hace décadas.

"¡Wow, qué energía, qué onda!", suelta el músico apenas se acerca al micrófono, en plena complicidad con un público que lo aplaude de pie y con cerveza en mano. A sus espaldas aparecen sus compañeros de toda la vida, el guitarrista Mike Campbell, el bajista Ron Blair y el tecladista Benmont Tench: como parte de The Heartbreakers, han secundado al gran jefe desde los orígenes del proyecto, en 1974, cuando se llamaban The Sundowners o The Epics, los embriones del acorazado instrumental en que se transformaron con los años.

Todos ellos son vecinos, viven a escasos kilómetros para no extraviar el hábito de moverse en cofradía y verse cada tanto las caras, como una receta para que la química artística nunca se diluya, lo que incluso los lleva a desechar los ensayos en la previa a cada concierto. Todo simplemente debe fluir.

Esos rasgos de hermandad tan propios de los Heartbreakers laten desde el inicio del espectáculo. Es parte de su magnetismo: la fanaticada los siente como una cuadrilla de amigos y compadres donde no hay espacio a las deserciones o a la traición, fieles ante el mismo público norteamericano que los ovaciona desde los 70 -el conjunto jamás necesitó de otros mercados para aumentar su leyenda- y con un catálogo que narra las desventuras de personajes comunes, en ese manual que los emparenta a otros cronistas del rock aplicado a la existencia cotidiana, como Bob Dylan, Bon Jovi y Bruce Springsteen.

Eso sí, hay una diferencia capital entre el "Jefe" y Petty. Mientras en un recital del primero todo es músculo, sudor, vitalidad y un listado maratónico de temas, que se estira hasta más allá de lo prudente, en su coterráneo existe otra premisa, aquella donde se privilegia el sonido pulcro, la ejecución limpia de las guitarras, la precisión instrumental antes que el ruido y el desborde.

Petty tampoco es de moverse demasiado ni de agitar su cabellera aún rubia ante la fanaticada; al contrario, esa voz sureña que siempre parece estar masticando tabaco vocaliza con claridad las letras de hits como "Rockin' around (with you)" y "Mary Jane's last dance", ambas en el inicio de la cita.

Aunque el hoy fallecido cantautor es el gran capitán del equipo, existe otro caudillo en las sombras: el propio Mike Campbell. En su guitarra reside parte importante del poderío escénico de la agrupación, ya que mantiene el ritmo casi sin errores, pero siempre desde la discreción, jamás ambicionando la acrobacia, el virtuosismo o el lucimiento frente a los flashes. Aquí no hay solos con el pelo al viento o con las botas arriba del amplificador. Parece que a todos les agrada ese segundo plano que ha marcado a fuego la carrera completa del conjunto.

Otros éxitos, "I won't back down" y "Free fallin'", suenan con asombrosa fidelidad, casi idénticos a sus versiones en disco. "American Girl", sobre el cierre, con ese riff inicial que The Strokes tomó sin disimulo para su himno "Last nite", asoma quizás como uno de los momentos más acelerados de la presentación. Todas melodías agradables, coreables sin necesariamente estar servidas para los grandes estadios, en un maridaje sutil de estilos donde caben el rock and roll, el country, el folk, el blues y el pop más melódico. Un show compacto de 120 minutos que semeja una expedición por distintos rincones de Norteamérica, guiadas por un piloto que ya conoce demasiado bien aquella travesía.

Un par de meses antes de iniciar este tour, el que celebraba los 40 años de los Heartbreakers, el propio cantante alertó que probablemente este sería su última gran gira, agotado ya por la vida entre hoteles, camarines y escenarios. Fue una advertencia que hoy se torna profética, aunque también tranquilizadora: en sus últimos conciertos en este mundo, Petty dio una clase magistral de cómo mantener el brillo de su legado incluso cuando se acerca el crepúsculo.

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