Destellos de la última gran banda en Santiago

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Anoche, Axl Rose, Slash y Duff McKagan demostraron por qué el sonido roñoso y explosivo de los Guns hizo de los grandes estadios su hábitat natural.


"No en esta vida", respondió Axl Rose cuando le preguntaron hace cinco años por una posible reunión de Guns N' Roses. Desde que volvieron en abril de 2016, con casi un centenar de conciertos a sus espaldas y a pesar de las ausencias de Izzy Stradlin y Steven Adler, la banda encabezada por Rose, Duff McKagan y sobre todo Slash, nunca se alejó demasiado de la cola del cometa Guns N' Roses: escuchar a Slash's Blues Ball o a Velvet Revolver era lo más parecido a estar viendo a la banda de "Welcome to the jungle". Anoche, cuando abrieron puntuales su participación en el Stgo Rock City con "It's so easy" —tal y como en sus primeros conciertos hace más de treinta años—, la canción punk del bajista probó que los Guns suenan como una locomotora, apabullando con una energía y la entrega a sus papeles como si el tiempo no hubiese pasado. Algo queda del "snake dance" de Axl Rose, que corre como poseso y se cambia de chaquetas entre cada canción, mientras Slash marca el ritmo de su instrumento con patadas y saltos. Junto a Duff McKagan, el trío que lidera a los Guns se alterna el puente del escenario que los conecta con el público, mientras abajo hay cientos de poleras de gente que llegó en masa durante la presentación de The Who —más de 45 mil personas según la productora The FanLab. Lo de anoche fue una cuestión de memoria y de química. Hace casi diez años, la llamada "última gran banda" se había convertido en la más incierta: Axl, dueño del destino y del nombre Guns N' Roses preparaba lo que sería Chinese democracy, un disco exageradamente caro —costó más de 13 millones de dólares— y que demoró una década en llegar a las tiendas. La recepción, además, fue discreta. Anoche, muy pocos siguieron con entusiasmo el tema que nombra a ese álbum de 2008 o a "Better" o a la sentida "This I love". Como ya no se exige material nuevo para este tipo de conciertos, el repaso de "November rain", "Don't cry" o la espléndida versión de "Knockin' on Heaven's door" de Dylan demuestran lo bien que ha envejecido la marca que nació de la fusión de L.A. Guns y Hollywood Rose. Si los fuegos artificiales y las luces del Monumental estaban reservados para Guns N' Roses, la banda respondió con más de treinta canciones, la mayoría tomadas de sus dos mejores álbumes: el influyente Use your illusion I (1991) y el seminal Appetite for destruction (1987). A treinta años de ese primer trabajo, el grupo cerró su participación en el Stgo Rock City con una de las pocas canciones firmadas por McKagan, Rose y Slash: "Paradise city", un tema que escribieron cuando Izzy —tal vez el gran ausente— todavía vendía heroína, Slash y Duff tenían serios problemas de alcoholismo (la cerveza Duff de Los Simpson lleva su nombre como recordatorio de esos años) y algunas drogas duras, y Axl Rose —que toma su nombre del anagrama de "oral sex"— aumentaba su prontuario policial. Fue cuando revivieron lo más sucio del hard rock de AC/DC y Led Zeppelin, desde la misma vereda de Aerosmith y Mötley Crüe, con la Gibson Les Paul de Slash como pieza fundamental de un sonido que hizo de los grandes estadios su hábitat natural. Con un lleno total, incluso tres décadas después de la aparición de Appetite for destruction, la química del trío sigue intacta, roñosa, explosiva y una vez más en la carretera.

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* Fotos: Miguel Fuentes.

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