La Cordillera: el presidente, la reunión y su hija

La Cordillera
Ricardo Darín en La Cordillera (K&S FILMS).

¿Cómo contar la misma historia y vestirla de nueva? ¿Cómo abordar las zancadillas políticas habituales, pero de manera que todo parezca territorio virgen? ¿Qué herramienta utilizar para que el cuento del tío sea la novedad del año?


El realizador argentino Santiago Mitre llega a los cines chilenos con La cordillera, una ambiciosa producción que intenta describir los procelosos caminos de la política internacional, pero agregando algunos elementos del thriller de suspenso y hasta de la fantasía. La idea, se deduce, es darle una nueva dimensión a un clásico drama de resonancias políticas.

Si en su película El estudiante Santiago Mitre jugaba con destreza en el manejo de la historia de un dirigente político juvenil, ahora parece maniatado por el vértigo de la superproducción latinoamericana. Es como si contar con grandes actores del continente y una locación costosa a los pies de la cordillera significara (casi como requisito) no ser fiel a sí mismo, sino que ir muy lejos e inventarle una inexistente quinta pata al gato. Es decir, crear una historia paralela que le dé otra perspectiva al paisaje.

Veamos. La cordillera es una historia de bautismo en el club de la política. El recién llegado es el presidente argentino Hernán Blanco (Ricardo Darín), quien lleva seis meses en el poder y llegó a la Casa Rosada sin pertenecer a un partido tradicional. Es un educado populista (más cerca de Macron o Macri que de Trump) y todos le tienen algo de envidia y bronca. Lo quieren desestabilizar y si mete la pata en una cumbre latinoamericana donde se juegan cosas importantes para el destino de su país, puede comenzar el inicio de su fin. La reunión es en Chile (en Valle Nevado, para ser exactos), donde Blanco llega junto a sus asesores y se reúne, entre otros, con la presidenta chilena (Paulina García) y dos malabaristas de la política internacional: el presidente de México (Daniel Giménez Cacho) y el primer mandatario de Brasil (Leonardo Franco).

Cuando la película comienza a tomar un camino razonablemente interesante surge otro personaje: la hija del presidente Blanco. Marina (Dolores Fonzi) enfrenta una complicada situación con su esposo y su padre siente que lo mejor es tenerla cerca. La manda a llamar y en medio de la cumbre presidencial, Blanco debe partirse en dos: jugar con frialdad e inteligencia entre los presidentes del continente y moverse con corazón y delicadeza con su hija, al borde de un colapso nervioso. ¿Qué aporta Marina a la historia? ¿Son sus fantasmas infantiles necesarios para entender la personalidad de Blanco? En absoluto. Su presencia es tan útil como un abrigo de piel en el Sahara. Es lamentable que Santiago Mitre, un cineasta de talento, haya saboteado su propia película.

https://www.youtube.com/watch?v=6UQctj_YiKA

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.